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Para mirarte mejor: el cielo y la luz

¿Lo conocés? Si estás en la Ciudad de Buenos Aires te sugerimos que pases y le prestes atención. Una invitación a reencontrarnos con la materialidad. Hoy, Julieta y su aya, de William Turner.

Se le­van­ta una to­rre, im­po­nen­te en el cen­tro de la es­ce­na. Los edi­fi­cios cu­bren la par­te baja, mien­tras un man­chón ver­de nos in­di­ca el sur­co de un ca­nal de agua a la de­re­cha. Los ojos via­ja­dos o qui­zá muy aten­tos lle­gan a de­tec­tar Ve­ne­cia, al cam­pa­ni­le en la to­rre y a la Ba­sí­li­ca de San Mar­cos en la cons­truc­ción con ar­cos. Son es­bo­zos cra­que­la­dos por el óleo y el tiem­po, pin­ce­la­das su­ti­les que per­mi­ten adi­vi­nar ges­tos sin ex­pli­ci­tar­los. Unos per­so­na­jes (Ju­lie­ta y su ni­ñe­ra, si nos guia­mos por el tí­tu­lo de la obra) mi­ran des­de el ex­tre­mo de la tela al tu­mul­to que se arre­mo­li­na en la pla­za. Y sin em­bar­go, nada de todo eso re­sul­ta cen­tral en la com­po­si­ción: la pin­tu­ra de Tur­ner es puro cie­lo.

visuales 26.09

El in­glés Jo­seph Ma­llord Wi­lliam Tur­ner, (1775–1851) reali­zó esta pin­tu­ra en 1836. Acla­ma­do en sus co­mien­zos y re­cha­za­do ha­cia el fi­nal (cuan­do las pin­ce­la­das co­men­za­ron a des­va­ne­cer­se de tan­ta luz), el ar­tis­ta es con­si­de­ra­do hoy uno de los prin­ci­pa­les ex­po­nen­tes del pai­sa­jis­mo, gé­ne­ro al que lo­gró ele­var de ca­te­go­ría. La jo­yi­ta pic­tó­ri­ca en cues­tión, na­ci­da del otro lado del océano, lle­ga­ría con el tiem­po a los bra­zos de la con­tro­ver­sial Ama­li­ta For­ta­bat. Esta y otras tan­tas de sus obras se alo­jan des­de el 2008 en un es­pa­cio abier­to al pú­bli­co: un es­pec­ta­cu­lar edi­fi­cio de Puer­to Ma­de­ro di­se­ña­do por Ra­fael Vi­ñol.

Mu­cho se ha di­cho de la co­lec­ción y de su due­ña, como se dice de todo aque­llo que im­pli­ca fama, di­ne­ro y po­der. Y si bien el mon­ta­je ge­ne­ral de las obras nos deja una cla­ra im­pre­sión acer­ca de la ex­cen­tri­ci­dad de la co­lec­cio­nis­ta, re­sul­ta im­po­si­ble no abrir los ojos de asom­bro ante tan­ta va­rie­dad. Los com­pa­ñe­ros de sala del Tur­ner in­clu­yen nada me­nos que un Brueg­hel de enor­mes di­men­sio­nes, un Cha­gall y un Dalí. En el piso su­pe­rior, ade­más, hay una mi­nu­cio­sa co­lec­ción de arte ar­gen­tino que abar­ca des­de el cos­tum­bris­mo has­ta la neo­fi­gu­ra­ción del si­glo XXJu­lie­ta y su aya no ha que­da­do im­po­lu­to den­tro del mar de co­men­ta­rios que sus­ci­tó la co­lec­ción an­tes de ser pues­ta a dis­po­si­ción de to­dos los cu­rio­sos. Se dijo in­clu­so que ha es­ta­do col­ga­do so­bre una pi­le­ta cli­ma­ti­za­da para que los va­po­res com­bi­nen con el am­bien­te re­tra­ta­do. Y aún así, el lien­zo vale la pena por sí mis­mo, y fren­te a él des­apa­re­ce todo lo de­más. Es el úni­co del que te­ne­mos no­ti­cia en la ciu­dad, y está a la al­tu­ra de gran­des obras del ar­tis­ta como El gran ca­nal de Ve­ne­cia, de 1835, alo­ja­do en el Met Mu­seum.

So­li­ta en el cen­tro de una pa­red, la obra luce su mag­ni­fi­cen­cia: una dama que com­bi­na con su ho­gar, un exó­ti­co pa­la­cio que pa­re­ce flo­tar en­tre los des­te­llos del Pla­ta. Y den­tro, ella se sabe por­ta­do­ra de uno de los más her­mo­sos ves­ti­dos de la fies­ta. Su em­bria­ga­do­ra voz nos can­ta de luz, de nie­bla y de agua, in­vi­tán­do­nos a vi­si­tar un rato el cie­lo y per­der­nos en­tre sus pin­ce­la­das.

Soledad Sobrino
Soledad Sobrino
Licenciada y Profesora en Artes Plásticas (FFYL-UBA). Técnica en Caracterización Teatral graduada del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISA-TC). Becaria de artes plásticas Proyectarte 2009-2010. Dictó talleres en el pabellón de Psiquiatría del Hospital Rivadavia y, desde 2014, forma parte del colectivo Museo Urbano. Actualmente es tesista de la Maestría en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la Universidad de San Martín (IDAES-UNSAM).