Hace un tiempo ya que el Museo Nacional de Bellas Artes ofrece una visita guiada especial para personas ciegas o con capacidad visual disminuida. Dada la curiosidad que nos generó la propuesta decidimos concurrir a la misma, que se realiza una vez por mes. La última fue este pasado sábado a la mañana, y la compartimos con un pequeño grupo de personas ciegas y sus acompañantes.
La visita se desarrolló en torno a la muestra Orozco, Rivera, Siqueiros, que concluyó ese mismo día. La misma estaba integrada por dos núcleos expositivos: “La exposición pendiente”, curada por Carlos Palacios y “La conexión Sur”, a cargo de Cristina Rossi. Esta dualidad se debía principalmente a las particulares circunstancias históricas en las que estaba inmersa la propuesta. “La exposición pendiente” es una fiel reconstrucción de una muestra que en 1973 estaba por ser inaugurada en el Museo de Bellas Artes de Santiago de Chile cuando el golpe de Pinochet tomó el poder. Cuarenta años después la muestra regresó y se inauguró en Chile, para pasar luego a Buenos Aires. Algo importante para destacar de la muestra, además, es el formato de las obras, puesto que nos encontramos con obras de “los grandes muralistas” que -lógicamente- no son murales. Obras de caballete, bocetos, pinturas ejecutadas sobre papel y otros soportes son el contenido de este conjunto, que recorrimos de una manera muy particular.
¿Cómo abordar la visualidad desde los otros sentidos? La visita constaba de distintos materiales didácticos para complementar el recorrido y colaborar con la imaginación. Unas imágenes táctiles que incluían relieves y texturas eran pasadas por las manos de los visitantes a medida que la guía Mabel Mayol describía las obras y reflexionaba sobre las mismas. Otro de los materiales utilizados para el recorrido fue el sonido, a través de grabaciones de los artistas hablando sobre sus obras u otros temas.
El recorrido comenzó en el primer núcleo expositivo (“La exposición pendiente”) con Diego Rivera y sus no tan conocidas producciones cubistas. Posteriormente nos dirigimos al sector de José Clemente Orozco y sus tintas, grabados y litografías, donde escenas tristes y violentas brindaban un panorama funesto del sufrimiento de las clases trabajadoras mexicanas. Finalmente, en las obras de Siqueiros la revolución y la lucha organizada nos desplazaron directamente a un tiempo de gran agitación social, donde el pueblo supo poner límites al abuso de poder. Para concluir la visita, pasamos al segundo núcleo (“La conexión sur”), que ofrecía un interesante diálogo de estas obras con otras de artistas argentinos; permitiendo repensar problemáticas regionales e inquietudes comunes.
A medida que la guía describía las imágenes nos poblaba de ideas y figuraciones, de territorios y paisajes distintos, de muertes y de luchas, de glorificaciones revolucionarias y de vínculos entre las distintas realidades. En paralelo, resultaba inevitable intentar imaginar las diferentes experiencias estéticas que cada uno estaría obteniendo de los relatos. Si bien es cierto que todos los espectadores del mundo experimentamos sensaciones distintas en contacto con las obras de arte, nos une un acceso común: la obra en sí. No tener ese disparador o ese límite, inevitablemente estaba modificando la experiencia. Las obras se multiplicaron en imágenes mentales disímiles sin dejar de ser las mismas.
En lo personal, vivir esta experiencia me llevó a cuestionarme hasta qué punto es posible seguir utilizando la categoría de artes visuales. Resulta evidente que las personas ciegas o disminuidas visualmente también tienen acceso a la experiencia estética, por lo que denominar estas obras como puramente visuales implicaría no reconocer su participación. Por otra parte, si lo popular se considera una de las características principales del muralismo mexicano, la posibilidad de que todas las personas sin importar su condición accedan a ellas estaría cumpliendo el deseo de cualquiera de estos artistas. Y hoy en día, que el arte contemporáneo requiere cada vez más del tacto, la interacción, el olfato, el cuerpo en movimiento, los sonidos, ¿en qué medida la imagen es lo primordial?
Por Sofía Jallinsky