Monky Jan: “Me copa que la obra sea el reflejo de lo que vas viviendo, de tu movimiento.”

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Monky Jan: “Me copa que la obra sea el reflejo de lo que vas viviendo, de tu movimiento.”

Entrevistamos a Monky Jan, artista argentino.

Las pri­me­ras ex­pre­sio­nes de Monky Jan tu­vie­ron como mu­seo la ca­lle. Crea­ba sten­cils y pe­ga­ti­nas que pa­sa­rían a for­mar par­te del pai­sa­je de Vi­lla Bosch, el ba­rrio don­de cre­ció. Lue­go, de for­ma au­to­di­dac­ta, em­pe­zó a di­bu­jar, ha­cer co­lla­ge y ex­pe­ri­men­tar con ma­te­ria­les en­con­tra­dos. Este pro­ce­so desem­bo­ca­ría en su ac­tual obra: pin­tu­ras rea­li­za­das con acrí­li­co y téc­ni­ca mix­ta en las que pri­man el mo­vi­mien­to y el ma­ne­jo del co­lor.

¿Cómo es la ex­pe­rien­cia de ha­cer sten­cil o pe­ga­ti­nas por la ca­lle?
Está bueno por­que te jun­tás y sa­lís a pe­gar con otros. Hay un en­cuen­tro con al­guien que no co­no­cías, un in­ter­cam­bio. In­vo­lu­cra el es­pa­cio, el re­gis­tro, la pin­tu­ra. Es una di­ná­mi­ca di­fe­ren­te a la del mu­ral; es ir bom­bar­dean­do la ca­lle. En el fon­do lo hago por­que me di­vier­te.

¿Qué opi­nás so­bre los tags en la ca­lle?
Es po­lé­mi­co. No sé mu­cho de ese mun­do, sólo que son pan­di­llas que mar­can te­rri­to­rio. Yo lo miro des­de lo es­té­ti­co. A ve­ces dan un pai­sa­je que está bue­ní­si­mo. A ve­ces no y es muy “bar­do con­tra todo”, pura mal­dad. La pe­ga­ti­na es más dul­ce… po­ne­le. Si lo es­tás ha­cien­do en la ca­lle para otros, algo de ami­ga­ble debe ha­ber. En reali­dad de­pen­de de lo que quie­ras de­cir. Yo sim­ple­men­te de­ci­do sa­car lo que ten­go afue­ra, como una ma­ne­ra de au­to­co­no­ci­mien­to.

¿Por qué te vol­cas­te ha­cia la pin­tu­ra?
Todo el tiem­po cues­tiono lo que voy a de­cir, mu­cho do­ble pen­sa­mien­to… La pin­tu­ra es uno de los lu­ga­res don­de hay me­nos lí­mi­tes y en don­de me pue­do sol­tar. Es mi des­car­ga, ca­tar­sis pura… Lo em­pe­cé a ha­cer sin nin­gún co­no­ci­mien­to. Era com­po­ner y ya. Está bue­na esa co­ne­xión, es muy ver­da­de­ra.

¿Pue­de ser que sea más re­le­van­te la vi­ven­cia en sí que lo que que­da plas­ma­do?
Sí, tie­ne mu­cho más que ver con las emo­cio­nes que sen­tís en ese mo­men­to. Es de­jar una hue­lla de algo que no se ve y que no sa­bés cómo ex­pre­sar con pa­la­bras.

¿Cómo es tu pro­ce­so crea­ti­vo?
Es sú­per ín­ti­mo. Hay mu­cho del mo­vi­mien­to del cuer­po. Por ahí tra­ba­jo va­rias obras a la vez. Cuel­go una tela en casa, me pon­go mú­si­ca y chau. A ve­ces em­pie­zo y ter­mino una obra en el día. Y des­pués vuel­vo, la aga­rro y la tapo toda. Tam­bién soy de pin­tar de los dos la­dos; las ta­blas.

¿Cómo es tu es­pa­cio de tra­ba­jo?
Don­de me sien­to más có­mo­do es en el ta­ller­ci­to que ten­go en casa. Es un bar­do to­tal: hay ta­chos de lá­tex, pin­ce­les vie­jos, co­sas en­con­tra­das en la ca­lle para ha­cer tra­zos…

¿Cómo se mo­di­fi­có tu pro­ce­so des­de que em­pe­zas­te el ta­ller con Luis Al­tie­ri?
Es­toy apren­dien­do a edi­tar, que es un re desafío. Por ahí te­nés una ener­gía un día que no la te­nés otro. Está bueno que vaya en el tiem­po, tran­si­tan­do dis­tin­tos mo­men­tos. El ta­ller es un en­cuen­tro, co­nec­tar­se con ese pro­ce­so. A ve­ces ne­ce­si­tás que otros ha­gan apor­tes so­bre lo que ha­cés, que in­ter­pre­ten co­sas.

¿Qué sue­len in­ter­pre­tar?
Siem­pre se men­cio­na el caos. Es como co­nec­tar­se con la mier­da de uno. Un 50% lo quie­re ver, el otro no. Yo lo mues­tro. Tra­to de ser lo más li­bre po­si­ble. Me in­tere­sa mu­cho el mun­do in­te­rior.

¿Qué es lo que más te gus­ta pin­tar?
Lo que más me copa es ir desa­rro­llan­do la obra y que se vaya dan­do. Que sea el re­fle­jo de lo que vas vi­vien­do, de tu mo­vi­mien­to. Me gus­ta la abs­trac­ción; lo que se ve pero no. Esa con­fu­sión de una ima­gen que vie­ne a ser algo pero que se con­vier­te en otra cosa. Los per­so­na­jes son lo pri­me­ro que apa­re­ce. Como unos se­res que van sur­gien­do a me­di­da que voy pin­tan­do. Lo voy lle­van­do para ese lado, sin dar­me cuen­ta a ve­ces. Se­rán to­das las vo­ces, ese rui­do de pen­sar…

Com­po­si­ti­va­men­te, ¿cómo te ma­ne­jás?
Siem­pre ten­go los mis­mos pa­tro­nes de com­po­si­ción. No sé si es bueno o malo, a ve­ces me lo cues­tiono. Le doy mu­cha bola al co­lor y a las for­mas. Lo que real­men­te me in­tere­sa es el len­gua­je, la per­so­na­li­dad.

¿Qué te ins­pi­ra?
Me ins­pi­ra Jean-Mi­chel Bas­quiat (1960–1988). Y tam­bién el arte bru­to; una mo­vi­da de los 50 de Jean Du­buf­fet. Es el arte he­cho por pa­cien­tes de hos­pi­ta­les psi­quiá­tri­cos. Está por fue­ra de lo aca­dé­mi­co y es bien pri­mi­ti­vo. Tam­bién me copa el tra­ba­jo de Nina Gha­fa­ri.

Des­cri­bi­te en tres pa­la­bras.
Pa­cien­te. Pen­sa­ti­vo. Irres­pon­sa­ble.

¿Qué es lo más gra­ti­fi­can­te?
Me gus­tan los desafíos, lle­gar a nue­vos re­sul­ta­dos. Rom­per con los pe­que­ños mie­dos que van apa­re­cien­do y ha­cer co­sas que pen­sa­ba que no po­día ha­cer. Es su­per gra­ti­fi­can­te sor­pren­der­me con eso.

¿Qué nos re­co­men­da­rías?
Dos li­bros: Free Play: La im­pro­vi­sa­ción en la vida y en el arte de Step­hen Nach­ma­no­vichMen­te zen, men­te de prin­ci­pian­te de Shunr­yu Su­zu­ki.


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Julieta Radicich
Julieta Radicich
Diseñadora gráfica egresada de la Universidad de Buenos Aires. Comenzó su desarrollo profesional en una agencia de publicidad y comunicación. Actualmente trabaja en un estudio especializado en identidad, editorial y diseño web. En paralelo, realiza proyectos editoriales y de ilustración. Le fascina la tipografía y el diseño de información. En lo artístico, ha participado de diversos talleres de fotografía, tipografía y técnicas gráficas así como también en muestras colectivas. En el 2016 incursionó en la técnica de calado de papel en el taller anual de Johanna Wilhelm. Forma parte del colectivo de diseñadores gráficos “Postergados”. Desde el 2016 colabora con la Revista MUTT mediante la realización de entrevistas a diseñadores y artistas visuales.