Las primeras expresiones de Monky Jan tuvieron como museo la calle. Creaba stencils y pegatinas que pasarían a formar parte del paisaje de Villa Bosch, el barrio donde creció. Luego, de forma autodidacta, empezó a dibujar, hacer collage y experimentar con materiales encontrados. Este proceso desembocaría en su actual obra: pinturas realizadas con acrílico y técnica mixta en las que priman el movimiento y el manejo del color.
¿Cómo es la experiencia de hacer stencil o pegatinas por la calle?
Está bueno porque te juntás y salís a pegar con otros. Hay un encuentro con alguien que no conocías, un intercambio. Involucra el espacio, el registro, la pintura. Es una dinámica diferente a la del mural; es ir bombardeando la calle. En el fondo lo hago porque me divierte.
¿Qué opinás sobre los tags en la calle?
Es polémico. No sé mucho de ese mundo, sólo que son pandillas que marcan territorio. Yo lo miro desde lo estético. A veces dan un paisaje que está buenísimo. A veces no y es muy “bardo contra todo”, pura maldad. La pegatina es más dulce… ponele. Si lo estás haciendo en la calle para otros, algo de amigable debe haber. En realidad depende de lo que quieras decir. Yo simplemente decido sacar lo que tengo afuera, como una manera de autoconocimiento.
¿Por qué te volcaste hacia la pintura?
Todo el tiempo cuestiono lo que voy a decir, mucho doble pensamiento… La pintura es uno de los lugares donde hay menos límites y en donde me puedo soltar. Es mi descarga, catarsis pura… Lo empecé a hacer sin ningún conocimiento. Era componer y ya. Está buena esa conexión, es muy verdadera.
¿Puede ser que sea más relevante la vivencia en sí que lo que queda plasmado?
Sí, tiene mucho más que ver con las emociones que sentís en ese momento. Es dejar una huella de algo que no se ve y que no sabés cómo expresar con palabras.
¿Cómo es tu proceso creativo?
Es súper íntimo. Hay mucho del movimiento del cuerpo. Por ahí trabajo varias obras a la vez. Cuelgo una tela en casa, me pongo música y chau. A veces empiezo y termino una obra en el día. Y después vuelvo, la agarro y la tapo toda. También soy de pintar de los dos lados; las tablas.
¿Cómo es tu espacio de trabajo?
Donde me siento más cómodo es en el tallercito que tengo en casa. Es un bardo total: hay tachos de látex, pinceles viejos, cosas encontradas en la calle para hacer trazos…
¿Cómo se modificó tu proceso desde que empezaste el taller con Luis Altieri?
Estoy aprendiendo a editar, que es un re desafío. Por ahí tenés una energía un día que no la tenés otro. Está bueno que vaya en el tiempo, transitando distintos momentos. El taller es un encuentro, conectarse con ese proceso. A veces necesitás que otros hagan aportes sobre lo que hacés, que interpreten cosas.
¿Qué suelen interpretar?
Siempre se menciona el caos. Es como conectarse con la mierda de uno. Un 50% lo quiere ver, el otro no. Yo lo muestro. Trato de ser lo más libre posible. Me interesa mucho el mundo interior.
¿Qué es lo que más te gusta pintar?
Lo que más me copa es ir desarrollando la obra y que se vaya dando. Que sea el reflejo de lo que vas viviendo, de tu movimiento. Me gusta la abstracción; lo que se ve pero no. Esa confusión de una imagen que viene a ser algo pero que se convierte en otra cosa. Los personajes son lo primero que aparece. Como unos seres que van surgiendo a medida que voy pintando. Lo voy llevando para ese lado, sin darme cuenta a veces. Serán todas las voces, ese ruido de pensar…
Compositivamente, ¿cómo te manejás?
Siempre tengo los mismos patrones de composición. No sé si es bueno o malo, a veces me lo cuestiono. Le doy mucha bola al color y a las formas. Lo que realmente me interesa es el lenguaje, la personalidad.
¿Qué te inspira?
Me inspira Jean-Michel Basquiat (1960–1988). Y también el arte bruto; una movida de los 50 de Jean Dubuffet. Es el arte hecho por pacientes de hospitales psiquiátricos. Está por fuera de lo académico y es bien primitivo. También me copa el trabajo de Nina Ghafari.
Describite en tres palabras.
Paciente. Pensativo. Irresponsable.
¿Qué es lo más gratificante?
Me gustan los desafíos, llegar a nuevos resultados. Romper con los pequeños miedos que van apareciendo y hacer cosas que pensaba que no podía hacer. Es super gratificante sorprenderme con eso.
¿Qué nos recomendarías?
Dos libros: Free Play: La improvisación en la vida y en el arte de Stephen Nachmanovich y Mente zen, mente de principiante de Shunryu Suzuki.