Hoy en día, el término “muro” ha dejado de remitir al berlinés, para llevarnos a la frontera entre México y EEUU. Esta medida “preventiva” es tan sólo la punta del iceberg de los cambios y avances que estamos viviendo, en lo que respecta al racismo y a la xenofobia. Discursos de todo tipo, en todo el mundo, se hacen oír al respecto, siempre ubicados desde el lado local que busca proteger lo propio ante saqueadores foráneos.
Hace ya más de dos años, todo el mundo se hizo eco del atentado a la editorial del semanario satírico francés de izquierda, Charlie Hebdo, en el que murieron doce personas y otras cuatro resultaron gravemente heridas. Esta noticia despertó diversas voces, a favor de unos y de otros, que poco después entraron en un debate más profundo, el de la islamofobia. Esta versión renovada de la xenofobia lejos de ser ocultada, salió a la luz y se amparó en muchos discursos bajo la defensa de lo propio y del miedo a aquello que, de un momento a otro, se había vuelto desconocido y peligroso per se.
Este odio crudo y despiadado hacia “el otro”, visto como una amenaza, es común a todas las culturas y a todos los tiempos, y tiende a resignificarse constantemente. Así, encontramos muchas formas de avalar la peligrosidad de todo aquel que pueda poner en riesgo el orden establecido, desde lemas como “Je suis Charlie” (yo soy Charlie), acuñado tras el atentado, o el “Make America Great Again” (Haz de Estados Unidos un gran país de nuevo) de Trump, hasta justificaciones pseudocientíficas, como las del nazismo.
Este ha sido un tema muy tratado por muchos artistas, de distintas disciplinas. Una de ellas es Mona Hatoum. Nacida en el Líbano en el seno de una familia palestina cristiana ortodoxa, comenzó su vida en un entorno que, además de no ser el propio, se caracterizaba por la hostilidad y el desprecio hacia los inmigrantes palestinos. Años más tarde, a mediados de la década de los ’70, volvió a encontrarse cara a cara con la migración, esta vez durante unas vacaciones en Europa ya que tras estallar la guerra civil en el Líbano, se vio obligada a permanecer en Inglaterra por tiempo indefinido. En sus obras encontramos una vida marcada por el desarraigo y la falta de pertenencia, donde la mirada exterior juega un rol central como agente intrusivo y portador del discurso de la seguridad nacional.
En un reportaje, Mona Hatoum señala que una de las cosas que más le llamó la atención al llegar a Londres fue la vigilancia y que por ello en sus primeras performances “invadía el espacio del público y demostraba una forma exagerada de vigilancia”. En ellas la vigilancia, tanto personal como virtual, avanza sobre el cuerpo humano, casi pisándole los talones, violando su intimidad o incluso metiéndose en él.
En una de ellas, “Don’t smile you’re on camera” (No sonría, está siendo filmado, 1980), Hatoum iba filmando lentamente a su audiencia, haciendo paneos generales del público o enfocando alguna parte específica de sus cuerpos, al mismo tiempo que unas imágenes eran mostradas en un televisor develando la intimidad bajo la ropa y, en algunos casos, bajo la piel. La cámara, a simple vista amistosa, se acercaba desde lo lejos a sus asistentes y los filmaba en su deambular despreocupado por la sala, sin saber que aquellos planos de sus torsos o sus piernas en realidad estaban dejando al descubierto la ropa interior que llevaban o su composición ósea, a la manera de una radiografía.
Mona Hatoum, Don´t smile you´re on camera, 1980, collection Centre Georges Pompidou, Paris.
Pablo Rodríguez en su texto “¿Qué son las sociedades de control?”, señala que en el devenir del siglo XX, con todos sus avances tecnológicos, la burocracia ha entrado en los confines más pequeños de la sociedad, volviéndose más flexible y permitiendo una vigilancia “discreta y hasta voluntaria por parte de sus víctimas”. El público se muestra dispuesto a posar frente a las cámaras que, emulando el espionaje operante en cada sociedad, cruzan los límites visibles y se adentran en las particularidades, descubriendo lo que cada uno “oculta”.
Esa mirada orwelliana, es la misma que aparece en “Corps étranger” (Cuerpo extraño, 1994), pero esta vez el ojo intrusivo de la cámara ingresa en el interior del cuerpo de Hatoum, develando a vivo color sus movimientos internos y fluidos, en el suelo de un espacio cilíndrico similar al de una sala de intervenciones médicas.
Mona Hatoum, Corps Étranger, 1994.
Por último, “Roadworks” (Obras de ruta, 1985) es otra video-performance realizada en las calles de Londres en la que la artista con un overol negro, es filmada caminando descalza por la calle con unos borceguíes militares atados a sus tobillos, puestos por detrás de sus pies. Si bien las botas están vacías, éstas la siguen a donde va. En esta obra vemos a un individuo normalizado que responde pasivamente a la vigilancia sin poder dar cuenta de quien lo vigila. Es que justamente, tal como decía M. Foucault respecto de la función del panóptico: “poco importa, por consiguiente, quién ejerce el poder (…) así como es indiferente el motivo que lo anima”, lo importante es que el individuo se sepa vigilado. Ahora bien, Mona Hatoum ya no se encuentra confinada a un espacio carcelario, sino que circula por la ciudad, debido a que los avances tecnológicos han permitido una mayor despersonalización y expansión de la vigilancia a todos los ámbitos, incluso los de la vida cotidiana.
Mona Hatoum, Roadworks, 1985.
En estas tres obras nos encontramos con un proceso que lejos de desactualizarse, vuelve constantemente a cobrar significado en el devenir de los tiempos y las sociedades. Poniendo el cuerpo, tanto el suyo como el ajeno, en el centro de la escena, la artista presenta el desarraigo y la sensación de diferencia y exclusión, marcados a partir de una mirada exterior completamente despersonalizada y mecanizada, que se entromete en lo más personal de cada uno, violentando las privacidades. Estas obras donde lo privado se vuelve público, buscan de una manera sutil generar una respuesta activa en el espectador capaz de resignificar estas situaciones en su propio contexto y descubrir la persistencia de determinados problemas interculturales, tales como el racismo y la xenofobia. Mona Hatoum encierra en su obra su propia historia que es a la vez, sino la de todos, la de tantos otros.