Meiji, el diagnóstico del dibujante

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Meiji, el diagnóstico del dibujante

Conocimos el taller de Jorge Meijide, el artista que nos brindó la medicina.

visuales 3.4 1 Jor­ge Men­ji en su es­tu­dio. Fo­to­gra­fía por Nehuen Wolf 

Jor­ge Mei­ji­de o “Mei­ji”, es un di­bu­jan­te, guio­nis­ta, y pe­dia­tra Ar­gen­tino que supo en­ten­der su tiem­po por me­dio de la re­fle­xión plás­ti­ca e in­te­lec­tual. La pri­me­ra vez que vi una obra suya que­dé im­pac­ta­do por el tra­ba­jo mi­nu­cio­so y de­li­ca­do de su di­bu­jo. Esto me lle­vó a bus­car co­no­cer­lo per­so­nal­men­te e in­da­gar más en su vida y obra.

Des­cu­brí que ha­bía crea­do un per­so­na­je hu­mo­rís­ti­co re­la­cio­na­do con su otra pro­fe­sión: la me­di­ci­na. Sa­lía pu­bli­ca­do en la re­vis­ta Hu­mor, jun­to con otras his­to­rie­tas de su au­to­ría re­la­cio­na­das con el ser hu­mano y sus con­flic­tos. Más es­pe­cí­fi­ca­men­te tra­ba­ja­ba con los per­so­na­jes del mé­di­co y los ni­ños, gra­cias a lo cual me en­te­ré que era pe­dia­tra.
Hoy por hoy Mei­ji es vo­ce­ro de la Aso­cia­ción Es­tí­mu­lo de Be­llas Ar­tes y se en­cuen­tra pro­fun­da­men­te com­pro­me­ti­do con las cau­sas del ar­tis­ta plás­ti­co. Es ade­más el fun­da­dor del Mu­seo del Ju­gue­te, ase­sor del Mu­seo Ri­ver, y has­ta fue el guio­nis­ta de la pe­lí­cu­la “La clí­ni­ca del Dr. Cu­re­ta”, lle­va­da al cine en 1987.
Cuan­do uno ve todo lo que Mei­ji hace y el tipo de per­so­na que es, en­tien­de que su ac­ti­vi­dad en reali­dad es una: cu­rar al ser hu­mano.

-¿Qué fue lo pri­me­ro que te atra­jo? ¿la me­di­ci­na o el arte?

- Bueno como atrac­ción, di­ga­mos que fue más el acer­ca­mien­to al arte, des­de niño como to­dos… des­de lo ges­tual con un mar­ca­dor, un cra­yón o un car­bón, lo pri­me­ro que ha­ce­mos es di­bu­jar. Ya des­pués em­pe­cé a dis­fru­tar más en la es­cue­la pri­ma­ria con las imá­ge­nes em­ble­má­ti­cas, las ca­ra­ve­las, la casa de Tu­cu­mán, el Ca­bil­do. Yo sen­tía que lo ha­cía con más de­di­ca­ción que los de­más, me gus­ta­ba. Lo que para mu­chos era una tor­tu­ra yo lo ha­cía con gus­to, me acuer­do que mi vie­ja tuvo la luz de guar­dar los cua­der­nos de esa épo­ca, y me que­dé vién­do­los, hice una mues­tra en re­la­ción a eso. Usa­ba tin­ta chi­na, ha­cía el es­fu­ma­do de los cie­los con lá­piz de co­lor y pa­pel secante…ya te­nía una pro­duc­ción im­por­tan­te. Al­gu­nos com­pa­ñe­ros me pe­dían que les di­bu­je, yo es­ta­ba cho­cho. En la se­cun­da­ria ha­cía el pe­rió­di­co de la es­cue­la con ca­ri­ca­tu­ras de los pro­fe­so­res, y fui des­cu­brien­do que era una vo­ca­ción. Tuve un pro­fe­sor en la se­cun­da­ria, Os­ca­rria­gue, que me hizo que­rer el tema de la sa­lud, de lo so­cial, es­tar cer­ca de la gen­te y de los más dé­bi­les. Al arte lo sen­tía como una fri­vo­li­dad, sen­tía que te­nía que ha­cer una ca­rre­ra que esté más en con­tac­to con la gen­te.

-¿No se com­ple­men­ta una ac­ti­vi­dad con la otra?

-si, des­pués me di cuen­ta que te­nés que ha­cer lo que sen­tís. Lo vas a ha­cer me­jor que si lo ha­ces por­que “de­bés”. Es­toy con­ten­to con mi eta­pa en la me­di­ci­na, pero des­pués me di cuen­ta que mi vida es­ta­ba fren­te a un ta­ble­ro, como cosa vis­ce­ral pri­ma­ria está el di­bu­jo.
— ¿La me­di­ci­na la de­jas­te de ejer­cer una vez que te em­pe­zas­te a de­di­car al di­bu­jo?
— Si si… la dejé, des­pués tra­ba­jé mu­cho en cam­pa­ñas de sa­lud, mi in­quie­tud en la di­fu­sión por com­ba­tir en­fer­me­da­des pa­ra­si­ta­rias pro­duc­to de la fal­ta de ali­men­ta­ción co­rrec­ta. Hice mu­cha cam­pa­ña de sa­lud des­de la ilus­tra­ción.

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Doc­tor Cu­re­ta, todo qui­rúr­gi­co. Pu­bli­ca­do en la re­vis­ta Hu­mor. 

-Hay un pun­to don­de se une li­te­ral­men­te la me­di­ci­na con el arte, que es la crea­ción del “Dr Cu­re­ta” ¿Quién es y cómo na­ció?

- Yo la­bu­ré des­de que era prac­ti­can­te, una cosa que era una lo­cu­ra si uno pien­sa que ha­bía clí­ni­cas que te de­ja­ban solo la no­che li­bre sien­do es­tu­dian­te. Y en esa eta­pa co­no­cí mu­chos Cu­re­tas, des­de los más be­rre­tas en cli­ni­cu­chas has­ta los gran­des em­pre­sa­rios de las gran­des pre­pa­gas. ¿Y cuál es nues­tra arma? el arte. Lu­cha­mos des­de lo que sa­be­mos ha­cer que es di­bu­jar. Yo es­ta­ba en una sa­li­ta de Tem­per­ley don­de ha­bía un mé­di­co que es­ta­ba arre­gla­do con un la­bo­ra­to­rio que le ven­día me­di­ca­men­tos a los abue­los, Sul­co­nar. Es­ta­ba en la guar­dia y ve­nían se­ño­res re­cla­man­do me­di­ca­men­tos que cu­ra­ban la es­cle­ro­sis, un cu­rro… en­ton­ces pen­sé “algo hay que ha­cer con este tipo”, e in­ven­té al Dr. Chant Kent con la cara de él. En­ton­ces ve­nían ata­ques de pla­cas de co­les­te­rol… Él se me­tía en la ca­bi­na te­le­fó­ni­ca y era sú­per Ser­co­nar e iba a ata­car esas pla­cas. Per­día como en la gue­rra, siem­pre.

- ¿Eso no está pu­bli­ca­do en nin­gun lado?

- No, por­que esos di­bu­jos es­ta­ban pe­ga­dos en la sala de los mé­di­cos. Me acuer­do que me que­da­ba en el des­pa­cho di­bu­jan­do toda la no­che. Lle­ga­ban a la ma­ña­na las en­fer­me­ras e iban a ver cómo se­guía la his­to­ria, has­ta que se en­te­ró este tipo, me me­tió una pa­ta­da y me rajó. Sur­gió un poco ahí todo el de­seo de ha­cer un per­so­na­je que sea el sím­bo­lo de to­dos. No re­fie­re a na­die en par­ti­cu­lar, une todo lo que es lo anti-mé­di­co.

- Vos ahi to­más la de­ci­sión de re­pre­sen­tar­lo de una for­ma hu­mo­rís­ti­ca, ¿crees que el hu­mor tie­ne una fun­ción im­por­tan­te a la hora de re­pre­sen­tar pro­ble­mas?

-Sí, nin­gún hu­mor va a vol­tear a un go­bierno, pero el hu­mor irri­ta. Para eso está, no pue­de ser com­pla­cien­te, tie­ne que se re­vul­si­vo. Los ob­je­ti­vos son el po­der, el au­to­ri­ta­ris­mo, el sno­bis­mo.

-¿Con­si­de­rás que no hay lí­mi­tes para el hu­mor?

-Los lí­mi­tes son cier­tas co­sas de buen gus­to y éti­ca, te­mas como los des­apa­re­ci­dos… Yo ilus­tré un li­bro so­bre SIDA con hu­mor, pero el hu­mor apun­ta­do al abu­so de los co­mer­cios con los me­di­ca­men­tos. Siem­pre hay ma­te­rial, lo im­por­tan­te es no pa­tear al caí­do, siem­pre al que está arri­ba, gol­pear al que cayó no tie­ne sen­ti­do.

- ¿Crees que en el mun­do del arte hay doc­to­res Cu­re­ta?

- Uff ya lo creo, sin duda que sí.

- ¿No pen­sás en re­pre­sen­tar­los?

- Hago un per­so­na­je que se lla­ma “Fer­min Fie­bre” (en alu­sión al crí­ti­co Fer­mín Fe­vre), siem­pre subo co­si­tas al Fa­ce­book. Yo era como una es­pe­cie de sér­pi­co, no es que lo ha­cía de afue­ra, eso me ge­ne­ró qui­lom­bos.

- Bueno acá se­ría la mis­ma si­tua­ción pero en el arte.

- Sí, cla­ro.

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Ca­ta­dor 

- En to­das tus ac­ti­vi­da­des se de­tec­ta hu­mor, com­pro­mi­so con los chi­cos, pero so­bre todo un én­fa­sis en cu­rar al ser hu­mano des­de un pun­to de vis­ta in­te­lec­tual, cien­tí­fi­ca y es­pi­ri­tual­men­te. ¿Siem­pre tu­vis­te en cla­ro ese ob­je­ti­vo?

- Sí, el mé­di­co es un tipo que está para re­pa­rar lo roto, cuer­po o men­te. Yo sigo te­nien­do ese es­pí­ri­tu des­de pibe, me in­cli­né a la pe­dia­tría por­que los ni­ños y an­cia­nos son los más dé­bi­les. Me veo cons­tan­te­men­te en si­tua­cio­nes don­de ac­túo como un médico”¿Le pu­sis­te pro­tec­ción so­lar al nene?” o “¿Que te pasó es­tás las­ti­ma­do?”

- De al­gu­na for­ma esto se ve en tu obra, des­de los di­bu­jos has­ta las his­to­rie­tas. Tal vez no es tán cien­tí­fi­co pero sí cul­tu­ral.

- Bueno yo ha­cía la his­to­rie­ta “pro­tec­ción al me­nor”, la ilus­tra­ba Ta­ba­ré y des­pués la hizo For­tín, don­de se mos­tra­ba el mun­do vis­to des­de los chi­cos, cómo es afec­ta­do por los adul­tos. El chan­ta­je, la ame­na­za, el abu­so de po­der, los ma­los ejem­plos. Era una pe­que­ña tri­bu­na del niño fren­te al mun­do adul­to.

- ¿Cómo ves aho­ra en la ac­tua­li­dad el desa­rro­llo crea­ti­vo de los chi­cos?

- Bien, el chi­co tie­ne un po­ten­cial crea­ti­vo y una ca­pa­ci­dad de lar­gar de una for­ma tan vis­ce­ral todo, de co­lo­rear como se le ocu­rra las co­sas, de ar­mar su pro­pio mun­do. Des­pués se va es­co­la­ri­zan­do y li­mi­tan­do, des­de los 6 años se co­mien­za a aco­tar, a atar a los con­tor­nos… a in­hi­bir­se.

- Eso es una con­se­cuen­cia de la edu­ca­ción adul­ta.

- Cla­ro, qui­zás me preo­cu­pa mu­cho la in­cli­na­ción de los chi­cos a las pan­ta­llas, por más que me di­gan “no, son los tiem­pos que co­rren, es la épo­ca”. Mi nie­to de 3 años ya apre­ta las te­clas, pide, sabe, y eso me preo­cu­pa. Es una co­mo­di­dad en­chu­far­lo al chi­co a una pan­ta­lla.

- Aho­ra, esa co­mo­di­dad se ve mu­cho en el mun­do ar­tís­ti­co tam­bién ¿no?

- Sí, pasa mu­cho eso, con­ven­ga­mos que los tiem­pos cam­bia­ron, an­tes los ar­tis­tas se fa­bri­ca­ban sus pro­pias pin­tu­ras. Pero hoy hay un ex­ce­so, se des­de­ña el apren­di­za­je y el ofi­cio, y lo di­gi­tal nos da todo en ban­de­ja. Se ha­cen co­sas ma­ra­vi­llo­sas con la tec­no­lo­gía pero co­nec­tar­se con los ma­te­ria­les, en­su­ciar­se, ele­gir los co­lo­res o los áci­dos en li­to­gra­fía es es­tar co­nec­ta­do con lo más fun­da­cio­nal del arte no tie­ne com­pa­ra­ción.

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En­tre­ve­ro

- El caso de la li­to­gra­fía por ejem­plo, que es una téc­ni­ca más co­no­ci­da y hoy se usa mu­cho. Hay un des­con­ten­to que nos lle­va de nue­vo a lo pri­mi­ti­vo.

- No es ca­sual que pase esto, se des­de­ña mu­cho la ta­rea del maes­tro. Mu­chos ar­tis­tas alar­dean de no te­ner es­tu­dio, de no sa­ber di­bu­jar. Y to­dos te­ne­mos de­re­cho a ha­cer, pero si te me­tés con una téc­ni­ca te­nés que sa­ber cómo fun­cio­na, si vas a tra­ba­jar con áci­do so­bre una cha­pa te­nés que en­ten­der cuán­to tiem­po debe per­ma­ne­cer ahí sin arrui­nar­se… ¿y eso quién te lo trans­mi­te? El que sabe. Todo esto está trans­mi­ti­do de ge­ne­ra­ción en ge­ne­ra­ción, el que pri­me­ro lo hizo se lo trans­mi­tió a su dis­cí­pu­lo.

- ¿Por qué los ar­tis­tas plás­ti­cos no te­ne­mos una en­ti­dad fuer­te que nos re­pre­sen­te como en otros ru­bros?

- Hay va­rias ra­zo­nes, pri­me­ro que la ac­ti­vi­dad del ar­tis­ta es so­li­ta­ria, es muy para aden­tro. El he­cho de jun­tar­nos gre­mial­men­te no es fá­cil, lo digo por­que es­toy en Es­tí­mu­lo, y mu­chas ve­ces con­vo­ca­mos pero no lo­gra­mos la re­per­cu­sión su­fi­cien­te. Se­gun­do, ¿por qué no te­ne­mos un sin­di­ca­to? Por­que no hay apor­te. Un ac­tor hace un bolo y par­te de lo que per­ci­be va a la Aso­cia­ción de Ac­to­res, igual que los mú­si­cos y es­cri­to­res. Todo acto ge­ne­ra un bien, una or­ques­ta, un li­bro etc… En cam­bio una mues­tra no. Ca­paz no ven­des nada, y ¿cómo apor­tás ahí a una ins­ti­tu­ción? A ve­ces se cri­ti­ca a las ins­ti­tu­cio­nes pero la gen­te no se acer­ca, hay mu­chos te­mas que nos preo­cu­pan. En hu­mor grá­fi­co pu­bli­cás un chis­te y de esa his­to­rie­ta una par­te va a la aso­cia­ción, pero en la plás­ti­ca so­mos como pa­rias. No es ne­go­cio para na­die, por eso es raro que un ar­tis­ta ten­ga un re­pre­sen­tan­te. Los dos fac­to­res cla­ve son la in­di­vi­dua­li­dad y el no apor­te.

- ¿Vos crees que hoy hay un ma­yor acer­ca­mien­to de los es­pec­ta­do­res al arte?

- Creo que sí, es­tu­ve hace poco en la mues­tra de Pi­cas­so, Ber­ni, De la Cár­co­va y ha­bía con­vo­ca­to­ria a pe­sar de los in­ten­tos de mu­chos “ilu­mi­na­dos” que nos quie­ren ha­cer creer que cier­to arte ya mu­rió. La gen­te si­gue bus­can­do el buen arte. No tie­ne que ver con una épo­ca por­que hoy te­ne­mos gran­des ar­tis­tas, pero el tema es qué tan vi­si­bles es­tán. Esto tie­ne que ver con los cen­tros de po­der, como siem­pre mi­ra­mos al nor­te, los “ilu­mi­na­dos” ha­cen una mo­vi­da y no­so­tros la co­pia­mos. Hay un des­dén muy gran­de del ofi­cio.

- Y lo­gra­ron con­ver­tir­lo en el arte ofi­cial.

- To­tal­men­te, un tipo que te hace una na­tu­ra­le­za muer­ta es un tras­gre­sor, pin­tás un pai­sa­je del Del­ta y sos tras­gre­sor.

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Me­sías de ma­ni­co­mio.

- Cual es la si­tua­ción ac­tual de los sa­lo­nes Mu­ni­ci­pal y Na­cio­nal?

- Mirá, yo creo que son los sa­lo­nes que te­ne­mos que de­fen­der por­que nos per­te­ne­cen. Son nues­tros, y van a es­tar siem­pre. En cam­bio de los pri­va­dos, que en los 90 es­tu­vie­ron tan en auge, hoy no que­da nin­guno, in­clu­so mu­cha gen­te se en­car­gó de de­nos­tar a los na­cio­na­les. No­so­tros des­de Aso­cia­ción Es­tí­mu­lo nos jun­ta­mos con otras para dis­cu­tir el cupo del Sa­lón Na­cio­nal. 40 obras, un país de 40 mi­llo­nes de per­so­nas tie­ne solo 40 para se­lec­cio­nar. Los go­bier­nos pa­san y si­guen los mis­mos res­pon­sa­bles, igual que los pro­ble­mas. Los Sa­lo­nes de los ban­cos tam­bién son nues­tros, los ban­ca­mos no­so­tros. Y des­pués ves cómo en el Ban­co Cen­tral se lan­zó una po­lé­mi­ca por una can­ti­dad de pre­mios ma­los, pero tam­bién es com­pli­ca­do de­cir “malo” por­que te til­dan de anacró­ni­co.

- ¿Crees que son de­ci­sio­nes in­ten­cio­na­les o pro­duc­to de la cre­du­li­dad?

- Creo que es una cues­tión de so­ber­bia, el ju­ra­do es gen­te muy bien for­ma­da. Pre­mia­ron obras que son pro­vo­ca­do­ras. Los Beatles, Ma­don­na, Dy­lan lo fue­ron, el tema es que acá son va­cías por­que no tie­nen con­ti­nui­dad. Los ju­ra­dos en su afán de tras­cen­der a los ar­tis­tas de­ci­den pre­miar­lo por­que di­cen, “no­so­tros mar­ca­mos ten­den­cia”. Un ban­co hace un con­cur­so para en­ri­que­cer su pa­tri­mo­nio y una cor­ti­na de baño sale pre­mia­da, ¿qué pa­tri­mo­nio es ese cuan­do hay obras de al­tí­si­ma ca­li­dad re­cha­za­das? En una mues­tra his­tó­ri­ca de ar­tis­tas fa­lle­ci­dos cla­ro que el cu­ra­dor es im­por­tan­te, pero cuan­do quie­re po­ner­se de­lan­te del ar­tis­ta es pe­li­gro­so.

- ¿Qué ca­mino ves para esta si­tua­ción? Hay que to­car fon­do o ya lo to­ca­mos?

- Creo que hay mu­cho que se pue­de ha­cer, los ar­tis­tas te­ne­mos que sa­lir al cru­ce de todo esto. A la hora de juz­gar una obra te­nés que pen­sar que ese ob­je­to va a ser pa­tri­mo­nio. Los ar­tis­tas te­ne­mos que en­ca­rar esta si­tua­ción, aler­tar­la. To­dos ha­bla­ron del Ban­co Cen­tral pero no pasó nada, al con­tra­rio el ju­ra­do debe es­tar cho­cho. La crí­ti­ca de arte no exis­te más.

- ¿Los crí­ti­cos for­man par­te del mis­mo jue­go?

- Cla­ro, por­que aho­ra as­pi­ran a car­gos de Mu­seos, a cu­rar mues­tras im­por­tan­tes. Si vos ma­ña­na como crí­ti­co ti­ras con­tra el Ban­co Cen­tral des­pués ya no te lla­man. Y con los ar­tis­tas pasa lo mis­mo, te bo­rran del mapa. La peor opi­nión es el si­len­cio, ma­ña­na va a ha­ber otro Ban­co Cen­tral y va a ser lo mis­mo.
— El he­cho de que el ar­tis­ta ten­ga mie­do de ha­blar por mie­do a per­der su lu­gar, es re­la­ti­vo, ¿no? Por­que si ac­tual­men­te no lo tie­ne, ¿qué hay para per­der?
— Bueno, te­ne­mos que es­pe­rar has­ta to­car fon­do para sa­lir a gri­tar. Vis­te que la gen­te cuan­do se deses­pe­ra sale a pro­tes­tar, ten­dre­mos que se­guir vien­do sa­lo­nes así para sa­lir al cru­ce. Cree­mos que es me­jor ne­go­cio no de­cir nada por­que des­pués te van a ben­de­cir y eso no pasa, por­que ben­di­cen siem­pre a los mis­mos. El po­der lo tie­ne el ar­tis­ta, si el ar­tis­ta se re­ve­la no hay más ex­po­si­cio­nes. So­mos más de la mi­tad.

 

Nehuen Wolf
Nehuen Wolf
Nace en Lomas de Zamora en 1990, donde hace sus estudios primarios y secundarios. Estudia dibujo con el artista Cristian Cánepa, y luego se anota en el U.N.A. en la carrera de pintura. Participa de la beca de estudios Proyectarte, y obtiene una residencia en España, Fundacion Karrvaz, posteriormente trabaja en el programa televisivo 1000 manos, de la Tv Pública donde es panelista y toma contacto con grandes artistas. Profundiza su conocimiento artistico en el taller de Nicolas Menza al que asiste durante 4 años. Fué asistente en el taller de litografía de Natalia Giachetta. Actualmente es realizador escenográfico del Teatro Colon, redactor de la revista Mutt y da clases en su taller de Lomas de Zamora donde trabaja desde el 2009.