Martina nació en Devoto, en 1988. Desde chica asistió a diversos talleres de dibujo, pintura e ilustración. Estudió Diseño Gráfico en la UBA y forma parte del colectivo Anuario de Ilustradores desde el 2013. Actualmente colabora como ilustradora para el suplemento Ideas del diario La Nación. Entre lo circense y erótico, sus pinturas e ilustraciones exploran a través de la forma las relaciones humanas. Múltiples caras y cuerpos se apilan y mezclan, fundiéndose entre sí en una masa de trazos y texturas.
Una tarde de enero Martina nos abrió las puertas del hogar/taller que comparte con su novio en Parque Rivadavia. Un lugar amplio, luminoso y muy sereno, repleto de pinturas, dibujos, ilustraciones, discos, fotografías viejas y libros. Una música tenue y el susurro de algunos autos hacían de banda sonora mientras conversábamos, tereré y budín de por medio.
¿Cómo es vivir en tu propio taller?
¡Está bueno! Estoy todo el tiempo metida en dibujar, pintar… y no me agota. Por ahí se vuelve un poco rutinario, pero me busco excusas para salir… o corto y hago otras cosas. De hecho, cuando era chica también vivía en mi habitación/taller.
¿Hace mucho que dibujás?
Sí, desde siempre… no hubo interrupción. Después se convirtió en mi trabajo, pero fue más un deseo que una decisión.
¿Notás alguna diferencia entre lo que dibujabas de chica y ahora?
Cambió un montón… por ahí el nexo que encuentro es la voluptuosidad de la mujer. Siempre me atrajo mucho dibujar cuerpos: las formas, los pliegues… A veces me siento a hacer sólo por la idea de dibujar una panza. Es mi excusa. Me costó mucho empezar a dibujar hombres. Fue recién de adolescente que empecé a notar su existencia y los dibujé. O al revés, no sé. Antes empezaba siempre por el mismo lugar y ahora no: dibujo cualquier cosa y el personaje aparece.
¿Dibujás a partir de cosas que ves o de memoria?
Para lo que es ilustración, en general, no miro referencias, sino que invento personajes. Cuando dibujo o pinto agarro temas o, por ejemplo, fotos de mi mamá o de mi abuela, pero más como una guía, un espíritu… no me gusta copiar. En general, observo a la gente. Pero ni siquiera me lo propongo. Por ahí estoy hablando con alguien y en realidad le estoy mirando la cara o la mano. Y si encuentro algo interesante, probablemente lo recuerde para dibujarlo.
O sea que no lo registrás en papel… lo guardás en la cabeza y listo.
Siento que si escribo las cosas, me las olvido. Son cosas que me están pasando y que me acompañan. Al hablar, me doy cuenta que tengo muy en claro lo que hago, por eso confío mucho en que va a salir, sin forzarlo. No es un tema de inspiración, sino de maduración interna. Para mí es mágico el pensar algo y poder dibujarlo. O mismo el copiar. No creo que sea algo que haga yo… salta la imagen y va apareciendo en el lápiz.
¿Cómo te llevás con la palabra?
Muchas veces las palabras son disparadores. O por ahí un dibujo me genera una bajada mental, que me guardo para mí misma. Me encanta leer y me gustaría escribir… es algo que tengo muy latente, que también confío en que va a salir. También me gusta mucho la conversación; esa forma de conocer al otro, de entenderlo a través de la palabra. Disfruto viendo entrevistas… escuchando a alguien que me gusta cómo habla. Lo vinculo mucho con dibujar, también.
¿Cómo trabajás las ilustraciones?
Siempre empiezo en lápiz y después pinto con acuarelas. Boceto sólo si es a pedido. Y hay algunas a las que les doy las sombras en lápiz y después el color se lo doy digitalmente.
¿Digital o analógico?
Tengo siempre esa lucha, pero mi corazón está en lo analógico. Creo en eso y lo defiendo. La pulcritud que tiene lo digital me trauma… es como que se desluce la ilustración. Además, hay cosas que se empiezan a parecer mucho entre sí…
¿Cuál es la función de un ilustrador?
Completar un sentido al texto o darle otro… como un guiño. A veces no se puede… tenés que saber cómo, tener la ocurrencia… Muchas veces la ilustración se convierte en algo decorativo, cuando creo que lo importante es que diga algo… Y, más aún, hablar desde uno como individuo… desde una voz propia.
¿Tenés diferentes procesos para lo que es pintura y dibujo frente a la ilustración?
Sí, cuando hago ilustraciones suelo trabajar con tamaños chicos, con la computadora cerca… todo es un caos. Para dibujo y la pintura suelo trabajar parada, con formatos grandes. Los tiempos son diferentes: a una ilustración le pongo todo pero no le dedico muchas horas. Un trabajo de dibujo y pintura lo empiezo, lo dejo a medio hacer y lo termino casi al año. No es una decisión, sino que por ahí siento que le falta algo pero no sé qué y me termino cansando. Queda abajo de la cama hasta que, tiempo después, lo veo distinto… con ganas renovadas y habiendo madurado. Las dos cosas me gustan mucho. Hay momentos y temas que me piden una cosa… u otra. Son dos lenguajes diferentes: el dibujo es más controlado, desde que es un lápiz y una punta; es decir palabras concretas. Y la pintura es más un murmullo, una melodía, o no sé bien qué. La pincelada, que se mezcla… es más engorroso, caótico. El mismo proceso se te hace una molestia y te vas a dormir confundido… Es como una relación. A veces la diversidad de técnicas es un problema, pero entiendo por qué hago lo que hago y por ahora no puedo descartar nada.
¿La paleta la planificás a priori o surge?
Soy medio caótica con los colores… no tengo un método, por eso trato de limitarme. Me fui dando cuenta a través de otras personas que repetía mucho los naranjas y los verdes… y los opuestos. Sí soy consciente de un amarillo/ocre que es como un imán… siempre lo agarro.
¿Sentís que hay un eje temático en todo lo que hacés?
Sí, descubrí que se repite mucho esto de las masas de gente articulándose entre sí, como encajando y avanzando. Me divierte trabajar y pensar los vínculos entre las personas, como la idea de familia. O situaciones grupales, como el retrato escolar, que es EL momento del año y es buenísimo ver las caras que ponen.
¿Cómo es trabajar para La Nación?
En general, me pasan muy poco de la nota pero la editora me suele orientar. La primera vez que me citó me dijo por dónde quería ir: estaba muy copada con las torres de personajes. Al principio me ponía muy nerviosa. Pero es un ejercicio: vas aprendiendo y adquiriendo cintura para manejarte con los tiempos de entrega.
¿Cómo es tu experiencia en Anuario de ilustradores?
Es un gran equipo. Surgen oportunidades todo el tiempo: murales, dibujos colectivos, ferias, muestras… Conocés un montón de gente que está más o menos en la misma y eso te abre la cabeza. Vas viendo el crecimiento de cada uno y el personal. Está bueno porque evita que te aísles; este trabajo suele ser muy solitario.
Describite en tres palabras
Tenaz. Fiel (a mí misma). Sincera.
Martina se encuentra actualmente desarrollando series y con ganas de participar en cortos y animar sus propios personajes. Podés ver más de su trabajo en su web y Behance.
Recomendaciones
La librería de Villa Urquiza Gauderio Libros.
El ilustrador Jorge González.
Películas, cortos, documentales y demases sobre arte: lulula.tv.