Marcel Duchamp: “Por otra parte, son siempre otros los que mueren”

La pasión por trascender
viernes 09 de marzo de 2018
Rrose Sélavy: la otra dimensión de Duchamp
lunes 12 de marzo de 2018

Marcel Duchamp: “Por otra parte, son siempre otros los que mueren”

Esta fra­se que si­gue hoy ta­lla­da en la tum­ba del ar­tis­ta plás­ti­co Mar­cel Du­champ (Fran­cia, 1887–1968) se vuel­ve iró­ni­ca cuan­do la sa­be­mos si­tua­da so­bre la tum­ba de un cuer­po ya des­com­pues­to. Al mis­mo tiem­po, nos trae de un gol­pe a la reali­dad: al pre­sen­te tan­gi­ble de los vi­vos, al sus­pi­ro del ins­tan­te. Pero, ¿será des­de allí que esas pa­la­bras es­tán emi­ti­das? ¿Será, por el con­tra­rio, que se sa­ben tras­cen­den­tes? ¿So­bre­vi­vien­tes al efí­me­ro tiem­po hu­mano? ¿Será que se bur­lan de no­so­tros des­de la in­mor­ta­li­dad de la cul­tu­ra?

Hace cien años en Pa­rís abría sus puer­tas por vez pri­me­ra la Ex­po­si­ción de los In­de­pen­dien­tes en el Grand Cen­tral Pa­la­ce, pro­cla­ma­da a sí mis­ma como una “sin ju­ra­dos ni pre­mios”. Or­ga­ni­za­da por la So­ciety of In­de­pen­dent Ar­tists, la mues­tra re­ci­bió un nú­me­ro muy am­plio y va­ria­do de obras en­tre las que fue evi­den­te la au­sen­cia de Du­champ, que jun­to con otros co­le­gas for­ma­ba par­te de la co­mi­sión di­rec­ti­va de la So­cie­dad. Por el con­tra­rio, an­tes de la inau­gu­ra­ción sí ha­bía lle­ga­do la es­can­da­lo­sa Fuen­te (Fon­tai­ne): un uri­na­rio de por­ce­la­na mo­de­lo Bed­fors­hi­re de fon­do plano, fir­ma­do a mano por un tal R. (Ri­chard) Mutt.

Por Nehuen Wolf

Se tra­ta­ba ‚como se po­drá ima­gi­nar, de un jue­go de iden­ti­da­des del ar­tis­ta, quien ha­bía ele­gi­do este ar­te­fac­to de baño pú­bli­co para des­te­rrar­lo de su uso or­di­na­rio y pro­po­ner­le un des­tino ra­di­cal­men­te di­fe­ren­te. Sus an­te­ce­so­res, una rue­da de bi­ci­cle­ta mon­ta­da so­bre un ban­qui­to y un por­ta­bo­te­llas, co­men­za­ban a de­fi­nir lo que ya para 1917 Du­champ lla­ma­ría ready-ma­des: ob­je­tos de la vida co­ti­dia­na ele­gi­dos e in­ter­ve­ni­dos en base a una ab­so­lu­ta “in­di­fe­ren­cia es­té­ti­ca”, se­lec­cio­na­dos por el ar­tis­ta y con­ver­ti­dos –por el solo he­cho de esta elec­ción– en obras de arte.

El min­gi­to­rio in­ver­ti­do no sólo trans­for­mó los lí­mi­tes de lo que has­ta en­ton­ces se con­si­de­ra­ba ar­tís­ti­co (como ya lo ve­nían ha­cien­do los otros ready-ma­des), sino que se con­vir­tió en em­ble­ma del arte como pro­vo­ca­ción a la ins­ti­tu­ción ar­tís­ti­ca, a sus re­glas de le­gi­ti­ma­ción y a la sa­cra­li­dad de la obra. Es­con­di­do de­trás de ese seu­dó­ni­mo, Du­champ abrió las grie­tas en el óleo para co­men­zar a des­mo­ro­nar las ideas en las que se ba­sa­ban tra­di­cio­nal­men­te los con­cep­tos de ar­tis­ta y pú­bli­co. Si la obra de arte era tal por es­tar car­ga­da de tra­ba­jo “ori­gi­nal” so­bre la ma­te­ria, Du­champ con­si­de­ró que el ges­to del ar­tis­ta se­ría el do­ble de po­de­ro­so en la me­di­da en que se apro­pia­ra de ob­je­tos que ya car­ga­ran tra­ba­jo acu­mu­la­do en su pro­duc­ción (un per­che­ro, una va­li­ja, in­clu­so otra obra de arte). Que era hora de va­ler­se de aque­llo que con­su­mi­mos to­dos los días y em­pu­jar­lo fue­ra del es­pa­cio de la co­ti­dia­nei­dad para ubi­car­lo en el del arte.

Ese co­rri­mien­to mo­vió las fi­chas del ta­ble­ro y de pron­to se hizo más cla­ro que nun­ca que, en el arte, el senti­do nace de una co­la­bo­ra­ción, de una ne­go­cia­ción per­ma­nen­te en­tre el ar­tis­ta y el es­pec­ta­dor. Se in­tro­du­je­ron nue­vos ac­to­res a la es­ce­na, cam­bia­ron las re­glas, y “la obra” dejó de ser pun­to fi­nal para con­ver­tir­se en pun­to de par­ti­da. La pre­gun­ta dejó de ser qué es lo que se pue­de ha­cer, y se des­pla­zó ha­cia qué es lo que se pue­de ha­cer con: con lo ya he­cho, con los ob­je­tos de la vida real, con las re­la­cio­nes en­tre las per­so­nas, con las iden­ti­da­des, las dua­li­da­des, con el arte de to­dos los tiem­pos. La post­pro­duc­ción y la apro­pia­ción son las for­mas con­tem­po­rá­neas de este jue­go.

Du­champ supo ins­ta­lar­se en la pre­gun­ta y en la dua­li­dad des­de las cua­les nos puso (y nos pone) en ja­que: des­de los men­cio­na­dos bi­no­mios uso-pro­duc­ción y den­tro-fue­ra de la ins­ti­tu­ción, pero tam­bién des­de el blan­do ero­tis­mo fe­me­nino-mas­cu­lino y el pi­vo­tan­te mo­vi­mien­to en­tre el len­gua­je y lo vi­sual. Allí se aco­mo­da, en el am­bi­guo plie­gue que supo abrir en la His­to­ria del Arte, en­se­ñán­do­nos to­da­vía su irre­ba­ti­ble in­mor­ta­li­dad.

 

Especial Duchamp

 

Soledad Sobrino
Soledad Sobrino
Licenciada y Profesora en Artes Plásticas (FFYL-UBA). Técnica en Caracterización Teatral graduada del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISA-TC). Becaria de artes plásticas Proyectarte 2009-2010. Dictó talleres en el pabellón de Psiquiatría del Hospital Rivadavia y, desde 2014, forma parte del colectivo Museo Urbano. Actualmente es tesista de la Maestría en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la Universidad de San Martín (IDAES-UNSAM).