Distinto a lo esperado y tal como su título lo anticipa, esta muestra no se inclina por una retrospectiva lineal, sino todo lo contrario, ofrece un planteo polivalente que permite el cruce entre la mirada del artista hacia el futuro y la de las nuevas generaciones sobre el propio artista. Esta muestra gira en torno a tres ejes o constantes en la producción de Noé: la conciencia histórica, la visión fragmentada y la línea vital, ordenadas, casualmente a partir del caos, tema fundamental de su obra.
Noé, nacido en 1933, se formó en el taller del artista Horacio Butler y entre 1961 y 1965 perteneció al grupo de la Nueva Figuración Argentina, junto a Rómulo Macció, Ernesto Deira y Jorge De la Vega. Parte de ese tiempo vivió en Nueva York y luego, durante la última dictadura cívico-militar, se exilió en París hasta 1987. Los años 70 marcaron una impronta en la que el destierro, a través del ensamblado de materiales y texturas y de un expresionismo pop, le permitió ejercer una mirada ácida y crítica de la sociedad, que lejos de quedar anclada a un momento de la historia, sigue vigente. Pinceladas vivaces, construcciones enormes, imágenes que escapan a lo “bello”. Su obra interpela, incomoda e invita a la reflexión crítica a todo aquel que la mire.
Hacia 1965 Noé, que además de ser artista era (y sigue) siendo un teórico del arte, desarrolló la “estética del caos” en su libro Antiestética. Para esa época, el concepto del caos era entendido como un factor de inestabilidad dentro de un sistema complejo. El determinismo científico quedaba en el pasado para dar lugar a lo variable e indeterminado. Es en este sentido que Noé planteó, no solo desde sus escritos sino también desde su práctica artística, la existencia de un mundo en permanente cambio.
En cuanto a los ejes que articulan la muestra, estos no se encuentran separados unos de otros en compartimentos estancos, sino que están dispuestos en diálogo unos con otros. El recorrido no se encuentra sugerido ni predispuesto de ninguna manera, dejando al espectador la libertad de fluir de la manera que necesite: ida y vuelta, por un lado y por otro, volviendo a algunas obras después de haber visto otras; tomando como pivot la instalación “Entreveros” del 2017, ubicada en el centro de la sala y en concordancia con el acceso a la misma. Si bien una serie de textos breves dan información sobre las distintas claves de lectura de las obras, éstas no fuerzan ninguna conclusión, sino que brindan una herramienta más a la hora de enfrentarse a ellas y al artista.
Introducción a la Esperanza (1963) por ejemplo, consiste en un retablo en escala de grises del que surgen otros más pequeños a vivo color. Éstos son una especie de ventanas emergentes o pop-ups que detallan lo que sucede abajo, donde se superponen en distintas direcciones, rostros, cuerpos y carteles, en clave monocromática y expresionista. Las micro-historias que surgen de allí, hablan de un “Boca Campeón”, de que “Cristo habla en el Luna Park” y de determinados personajes, “honestos” y “populares”, que resaltan del entramado social. Este claro ejemplo de lo que podría colocarse dentro de la categoría de visión fragmentada, se cruza asimismo con la conciencia histórica, donde nada es unilateral, ni unívoco. Las manifestaciones masivas ocurridas en Argentina y Latinoamérica, las que están por ocurrir, todas ellas, con sus múltiples discursos, se ponen de manifiesto en esta obra.
La instalación Entreveros (2017), realizada para esta muestra con un equipo de colaboradores, se encuentra en el centro de la sala, recibiendo e interpelando a los espectadores a medida que llegan. Esta pieza monumental comprende 6m de largo, 6m de ancho y 3m de alto, y tal como su título propone, se vale de planteos estéticos variados correspondientes a distintas épocas, en un entrecruzamiento de materiales de todo tipo. El resultado es una conjugación de lenguajes, elementos, colores y planos que no solo llevan a un recorrido en torno a ella (incluso varias veces), sino que invita a la reflexión. Tal como lo plantea la exposición y como corresponde al artista, los tres ejes se vislumbran en esta obra. Los diversos planos producto del conjunto de bastidores que se suceden, se entrecruzan y se superponen, las formas curvas que se articulan con estas, y la sucesión de relatos conforman una visión fragmentada de la obra que lejos de dividir el discurso, le da una unidad sólida. Por otro lado, el uso de un espejo en el suelo, incluye directamente al espectador en el relato, haciéndolo reflexionar respecto de la silueta (símil escena del crimen) que se dibuja sobre él. Por último, cada trazo vivaz, para nada perfeccionista, llena de color y minuciosidad la obra, a la vez que da cuenta de la presencia constante del autor.
Su ubicación no es casual, en el centro de la sala, primer vistazo de quien llega, se une junto al título de la muestra, formando la primera idea que se tiene de todo lo que luego vendrá.
Luis Felipe Noé, una mirada prospectiva pone al descubierto la labor y el pensamiento de uno de los artistas más importantes del arte moderno y contemporáneo de la Argentina. Lejos de ofrecer una lectura estanca de su obra, el caos se adueña de la muestra, tal como se ha adueñado de la sociedad occidental. El espectador es “entreverado” en un recorrido estético y reflexivo donde las miradas fluyen libremente desde un presente activo, en el que las miradas se repliegan al pasado y al futuro, tantas veces como sea necesario.