Los dispositivos de reflexión que nos rodean (espejos de baño, ascensores, cámaras frontales y vidrieras) demuestran que ante nosotros mismos debemos mantener la distancia justa a riesgo de descubrirnos. Todos los gérmenes de una humanidad en conflicto están ahí, a la espera de una mirada que no quiera o pueda evitarlos. Y en este sentido actúa el vidriado espacio de ArtexArte como la lente de un microscopio que vuelve patógena e intrigante, toda partícula que caiga en sus asépticas paredes.
Jorge Zuzulich y Pablo Orlando disponen un extenso muestrario de imaginaciones putrefactas en una escena que tiene más de laboratorio que de ciénaga donde se coagularían nuestros costados menos civilizados. El resultado, sin embargo, no es contradictorio. La agresividad que, postulan, habita inevitablemente lo humano, aparece latiendo en las mismas formas y formatos tradicionales que sirven al despliegue de lo armónico y de lo bello. El hilo tendido entre este cuerpo de obras perverso parece fuertemente temático (insectos y animales, mutaciones y monstruosidades, violencias y laceraciones), pero rápidamente se manifiesta mucho más sutil, casi arriesgado. ¿Qué hay de malo en ese políptico de papel de Liliana Porter que se arruga y se informa y se consume sin desaparecer? ¿Qué hay de siniestro en esa mujer difuminada de Alejandro Kuropatwa que no se termina de ver? La inquietud salta de los cuencos sin ojos a los ojos enfermos de quien observa infructuosamente.
La disgregación de un astro, el des-astre (fenómenos sobre los que, hasta hace poco tiempo, la humanidad solo pudo especular a la distancia) tenía graves efectos, provocaba grandes alteraciones en las sociedades que podían captarlo. Hoy que los artefactos del ojo nos permiten acceder a esos movimientos cósmicos con cierta indiferencia y a la consciencia de nuestra insignificancia, es posible y casi necesario revertir la mirada hacia el “desastre” que nos habita. Puede que el término no sea el mejor para describirlo ni el más adecuado para nombrar una exposición que tiene poco y nada de telescópica. En el texto de Susan Sontag que le da nombre a La imaginación del desastre (reunido en un grupo de ensayos que se levantan Contra la interpretación) es posible rastrear algo del goce sensual que inevitablemente sentimos en estas salas. Pero ya no es la mostración de la muerte generalizada y de la catástrofe lo que alimenta nuestra catarsis. Es la contra-historia de la intimidad de los hombres, la historia de la pequeña maldad, de la fealdad y de lo perverso. El tema no es el conflicto de la humanidad desbordada sino lo desbordante de nuestra humanidad.
Y con un poco de suerte se podrá ver, en toda su perversidad, una nena de 8 años jugando con una computadora justo al frente de la boca-pene de Dolores Zorreguieta que se auto-fagocita. Lo amoroso y lo devorador. Lo siempre nuestro, sin más.
por Ignacio Zenteno
Qué: La imaginación del desastre (o qué y cómo hacer con la maldad)
Dónde: ArtexArte. Fundación Alfonso y Luz Castillo (Lavalleja 1062)
Martes a viernes de 13.30 a 20.00 hs. Sábados de 13.30 a 16.00hs.
Domingos, lunes y feriados cerrado al público
Hasta: el 9 de septiembre de 2017.