Despertaba el siglo XX. París brillaba, protagónica entre las ciudades europeas, y por sus calles se aglomeraban artistas de todos los orígenes. Explotaban las vanguardias: Matisse y sus colegas ya habían realizado una exposición fauvista, Picasso ya había pintado sus demoiselles d´Avignon, Kandinsky había dejado plasmada su Primer acuarela abstracta. El mundo se movía y con él sus imágenes. Temblor hacia adentro y también hacia afuera: circulaban publicaciones, artistas y –principalmente- obras.
A pesar de la distancia, Rusia no se quedaba al margen. De la mano de grandes coleccionistas como Serguéi Ivánovich Shchukin, llegaban a Moscú constantemente lienzos de Cézanne, van Gogh, Gauguin, Matisse…
Los artistas locales tenían acceso a estas obras y no sólo participaban activamente en la convulsión política, sino que la traslucían en sus imágenes. Dejado de lado el figurativismo con el que se asociaba el arte de los zares, empezaban a brillar movimientos como el rayonismo o el cubo-futurismo. Las influencias se absorbían, se miraban a través de los cristales del frío y la revolución y se transformaban en apropiaciones, dejando nacer expresiones nuevas y diferentes.
Kazimir Malevich (1878- 1935) no era ajeno a nada de todo esto. Tenía 35 años y un camino recorrido en las artes visuales cuando en 1913 colaboró con la producción de una ópera vanguardista que se llamó La victoria sobre el sol. Para la misma diseñó los vestuarios y la escenografía, dejando ver en un telón de fondo la que sería su marca personal: un contundente cuadrado negro que (cualquier similitud metafórica con el contexto no es pura coincidencia) puede ocultar el sol.
¿Qué sucede cuando nos desprendemos de todo intento por engañar al ojo con una escena pintada? ¿Qué ocurre cuando evidenciamos la planitud del lienzo? ¿Qué pasa si, literalmente, quitamos a la Gioconda del centro y en su lugar ponemos simples y llanas figuras geométricas, línea y color?
En principio, tenemos el privilegio de acercarnos hasta el 11 de diciembre de este año a la Fundación PROA para averiguarlo. La muestra (que dio que hablar también por el miedo a su ausencia) está montada con obras de la Colección State Russian Museum, de San Petersburgo. Realiza un recorrido cronológico por la obra del artista, mostrando desde sus primeras influencias impresionistas y simbolistas hasta unas reconstrucciones maravillosas de los ya mencionados vestuarios para la Victoria sobre el sol en el primer piso. El núcleo está, sin embargo, en la sala 2, donde se exhiben las obras abstractas que sellaron su nombre en la Hitoria del Arte.
En su versión de 1923 (la original de 1913 permaneció en Alemania luego de un viaje) , podremos encontrarnos con el famoso cuadrado negro sobre fondo blanco, obra- manifiesto de lo que Malevich llamó el suprematismo, una nueva abstracción cargada de rígida teoría y metafísica. Su traducción a formas y colores se separa a simple vista del impulso sensible con el que identificamos a Kandinsky, si bien para ambos la fusión del hombre con el universo era esencial.
En el caso de Malevich, era el objetivo que debía tener el arte del futuro, por lo que era primordial dejar de engañar al espectador con figuras que hicieran percibir a sus ojos volúmenes que no estaban realmente allí. “Estoy feliz, porque el rostro de mi cuadrado negro no puede confundirse ni con el tiempo, ni con ningún otro maestro en particular, ¿no es verdad?” escribiría en una carta de 1916.
A las obras suprematistas se suman en la exhibición unos interesantes objetos utilitarios (transcripciones gráficas a la necesidad de Malevich de estrechar vínculos entre el arte y la sociedad) y obras más tardías, donde hay un regreso a la figuración que muchos atribuyen tanto a su edad como al contexto político del Stalinismo. Son obras de un naturalismo extraño, en el que se entreveran pinceladas trabajadas y otras invisibles: rostros ausentes se enfrentan a otros cargados de personalidad, colores planos chocan con volúmenes, y lo espiritual convive con lo industrial; formando un conjunto hermoso que da cuenta de la versatilidad del artista.
La firma, en las últimas obras de su vida, deja de ser el nombre del artista y se reduce a unas iniciales flanqueadas por un símbolo. El cuadrado tiene ya una entidad tan fuerte que habla por su autor, es más poderoso que su propio nombre. Es el recuerdo de cuando se atrevió a mostrarle a todos que se puede pintar un cuadro lleno de nada. Una nada en la que entra todo.
Para ir a visitar:
Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929 y Caminito, La Boca, Buenos Aires).
Martes a Domingos 11 — 19 hs. Todos los días hay visitas guiadas a las 17.00hs.
Bono Contribución: $50 general/ $30 Estudiantes /$20 Jubilados. MARTES GRATIS para docentes y estudiantes acreditados
¡Y atención! De martes a viernes, a las 18 hs, el Auditorio de Proa proyecta la reconstrucción de 2013 realizada por el Museo del Estado ruso de la “antiópera” La Victoria Sobre el Sol, realizada en 1913 por Alexei Kruchenyj (libreto), Mijail Matiushin (música) y Kazimir Malévich (trajes y decorados)