Tan insólito y maravilloso, Bergara Leumann nació y murió el mismo día, 5 de septiembre de 1932/2008. Su vida transcurrió en un ambiente plagado de estímulos artísticos, la casa de su abuela materna Celia. Además, su familia contaba ya con dos directores de cine, Mario Lugones y Carlos Hugo Christensen, y un poeta, Carlos Alberto Leumann. Si bien su madre intentó en un comienzo que Eduardo siguiera la carrera de contador, toda la familia, y en especial su abuela, lo apoyaron siempre a seguir su vocación en el mundo de las artes y el espectáculo.
Entre las décadas de los cincuenta y sesenta incursionó en el cine como actor, para luego dedicarse de lleno a la escenografía y en especial al vestuario. Pasó por canales de televisión (Canal 7, Canal 9 y Canal 13) y teatros (San Martín, por ejemplo). Incluso trabajó de la mano de los comediantes Cibrián-Campoy, por cuya labor en Kiss Me Kate (adaptación de La fierecilla domada de Shakespeare) fue invitado por el British Council para asistir a la celebración en Londres del 400 aniversario del nacimiento del escritor británico. Fue en esos años que Eduardo conoció a muchas personas (actores, actrices, periodistas, etc.) con quienes forjó lazos que duraron para siempre. Entre ellas encontramos a Duilio Marzio, Amelia Bence, Luisa Vehil, Mecha Ortiz, Andrés Percivale y la recordada actriz española María Casas, a quien debe su apodo de ángel tras la frase: “Tú eres un ángel Eduardo, dos en uno”.
Hacia fines de los sesenta abrió una sastrería teatral soñando con “vestir, dar color, armonía engarzar, mejorar y adornar lo de adentro de cada personaje con un buen traje”. Al poco tiempo, esta sastrería devino botica (la famosa Botica del Ángel, sobre la que ya escribimos), un espacio provisto de todo tipo de cosas y curiosidades que la gente moría por comprar. A su vez, Eduardo recibía y compraba obras de arte que colocaba allí adentro: preciosas piezas de pintura, escultura y arquitectura. Sin cerrarse a las artes plásticas, Bergara Leumann recibió incontables artistas de la música, el cine y el teatro, dando a luz al Café Concert (pequeño teatro donde se puede disfrutar de una función sentado ante una mesa, tomando algo).
Recibió actrices y cantantes de primera línea como Susana Rinaldi y Nacha Guevara, pero también a pintores como Antonio Berni o Raúl Soldi. Al igual que su creador, la Botica propiciaba un ambiente festivo donde nunca se sabía que iba a pasar, qué se iba a ver ni quién actuaría en la noche. Los artistas concurrían a pasar el día y por la noche se presentaban. No existía un programa preestablecido, el público era sorprendido, pero nunca desilusionado; todo era jolgorio y nunca faltaba el vino.
Allí, Bergara Leumann también ofició de actor y gracias a sus equívocos y olvidos recurrentes de letra, incursionó en las charlas con el público, que generó con el paso del tiempo una marca personal a la hora de entrevistar. Solía hablar con la gente que asistía e incluso tomar cosas prestadas como carteras, para revisarlas e improvisar monólogos al respecto.
Durante los años ochenta también fue conductor de La Botica del Tango, un programa destinado a la promoción de este género musical, y años más tarde condujo un especial de ocho capítulos sobre la Botica del Ángel donde se dedicaba a que el arte contemporáneo tuviera una llegada a un público masivo; para ello, invitaba a artistas plásticos, marchands, cantantes y actores (de todo tipo) de la escena nacional e internacional. En ambos programas, la estética seguía una línea particular, fiel a su estilo, que daba al programa una impronta muy llamativa.
Más allá de su excentricidad, Eduardo fue muy respetado en el ambiente artístico. En palabras de Luisa Mercedes Levinson, “todo aquel que practica, va a parar a la Botica”. Fue motivo de elogios por parte de Borges, Victoria Ocampo, Quinquela Martín y Leopoldo Marechal, por nombrar sólo a algunos. Además, Eduardo fue muy querido por todos quienes lo conocieron, que destacaban su enorme generosidad. Acudían a él en busca de consejos y siempre quedaban muy agradecidos. En retribución muchos de ellos le regalaban obras, y así llenaban la Botica de bellas piezas de arte. Uno de los regalos más insólitos es el de Raul Soldi, una réplica a menor escala de la cúpula del Teatro Colón; o el famoso sombrero con alas que Rómulo Macció creó para él.
Tal como María Elena Walsh, muy agradecida, dijo una vez: “No hay ángel que por bien no venga. Bergara no puede perder la línea. La línea lo persigue y él la traduce en bellísimas formas (…) del mundo en el que queremos quedarnos a vivir, felices de ser sus compatriotas.”
Sin dudas, Eduardo Bergara Leumann fue el creador de una estética inusitada en nuestro país y en el mundo. Culto y extravagante, supo dejar una marca en la historia del arte y la televisión, marcando una impronta inigualable que muchos quisieron seguir. Un ser mágico y lúdico que nunca se irá del todo, Bergara Leumann, el Gordo, seguirá vigente por siempre.
Infinitas gracias a Daniel Angelone, viudo de Bergara Leumann, quien dedica su tiempo incansablemente a abrirme el mundo de Eduardo y su Botica.