El Centro de Arte Contemporáneo está ubicado en la sede Hotel de Inmigrantes (Av. Antártida Argentina, entre Dirección Nacional de Migraciones y Buquebus, Puerto Madero. Buenos Aires), una antigua construcción de fines del siglo XVIII destinada a alojar a todo aquel que llegara a nuestro país desde cualquier parte del mundo. Esta construcción de cuatro pisos de alto, en hormigón armado, con amplios espacios blancos y luminosos, ordenados en torno a un pasillo central, actualmente alberga al CAC y al Museo de la Inmigración. Esto se debe a que en el año 2013, tras un convenio entre la Dirección Nacional de Migraciones y la UNTREF, la coordinación del museo fue cedida a la universidad por diez años.
Actualmente, el Museo de la Inmigración y el CAC conviven de manera conjunta, muchas veces presentando un diálogo entre las exhibiciones temporales del CAC y la temática permanente del Museo de la Inmigración, y muchas otras simplemente respetando sus delimitaciones espacio-temáticas.
Este premio se encuentra, desde hace unos años, bajo la dirección de la UNTREF, en colaboración con la Embajada de Francia en Argentina, el Intitut Français y el Palais de Tokio. Este galardón forma parte del proyecto de difusión de la cultura argentina en el exterior con el fin de visibilizar artistas nacionales. Para ello se lleva a cabo la selección de un número de artistas por medio de una investigación y un análisis de la situación del arte actual en nuestro país, en manos de renombrados curadores bajo la dirección de Diana Wechsler.
Ahora bien, ¿con qué nos encontramos en el CAC? ¿Qué está pasando en el arte contemporáneo argentino hoy en día? Estas son varias preguntas que podríamos hacernos al llegar al museo, mientras vamos subiendo las escaleras, en un lugar que poco se asemeja a lo que entendemos por museo. Más similar a un hospital, los azulejos blancos e impolutos nos van sacando los pre -conceptos que tenemos y nos dejan en un estado cuasi puro, listo para afrontarnos al arte contemporáneo. Pero, ¿qué es el arte contemporáneo? Si bien esta pregunta podría llevarnos varios años de investigación, podemos acercarla un poco más y tratar de responder a qué se está haciendo en las artes visuales hoy en día en Argentina.
Aunque las obras que se distribuyen a lo largo de las salas y los pasillos no se encuentran unidas por una temática o una lectura única, eso no significa que no haya un guión curatorial. Las producciones son bien diversas por sus materiales, sus tamaños, sus relatos y sus soportes, van llenando el espacio, llamando la atención del espectador que va pasando de una en otra, zambulléndose en cada uno de los mundos que estas obras le ofrecen.
Valeria Traversa, Sin Título, 2017.
Una de las primeras, una pared de más de cuatro metros de alto por 7 de largo, es obra de Valeria Traversa Esta, realizada con papel Kraft, propone un ensamblado geométrico en el que la bidimensionalidad y la tridimensionalidad forman parte de un todo, de una misma lectura, ida y vuelta, donde el damero es resignificado al ser dispuesto en una construcción arquitectónica vertical.
Diego Haboba, Selk’nam exhibidos en París, 2017
Por otro lado, en esa misma sala, Diego Haboba expone una copia en grafito de una imagen realizada en París, para el Centenario de la Revolución Francesa (1889), en el que se ve a un grupo selk’nam, mejor conocido como onas (indígenas patagónicos), siendo exhibidos como salvajes caníbales. Esta imagen, copia de un original, es resignificada al estar acompañada por un fragmento del Preámbulo de la Constitución de la Nación Argentina que reza: “promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el sueño argentino”. Esta relectura, simple y concreta, a nivel nacional de una realidad (histórica) global, transmite un mensaje claro y preciso por medio de una maestría inigualable.
Andrés Aizicovich, Relación de dependencia, 2017
En el pabellón central, la obra premiada se encuentra en un espacio amplio y luminoso, utilizando una diagonal que permite una vista cómoda de lo que allí sucede. Haciendo uso de la luz natural que entra por los grandes ventanales y se impregna en la blancura del espacio, encontramos una bicicleta conectada a un torno de cerámica, tras el que se encuentra una explanada donde se van colocando las piezas. Relación de dependencia, es el nombre que eligió Andrés Aizicovich para esta obra objetual y performática (en determinados días y horarios, el artista y una ceramista concurren a realizar la performance en la que él pedalea para mover el torno en el que ella da forma a las piezas) que a su vez, comprende un estudio de las relaciones interpersonales contemporáneas. Ninguno es, sin la presencia y la acción del otro.
Pablo Insurralde, Música congelada, 2016–2017
Por último, Pablo Insurralde ofrece una instalación móvil de formas tubulares diversas junto con una especie de campanas en cerámica, que cuelgan desde el techo y ocupan la totalidad de la última sala. Música congelada plantea un recorrido en torno a estas piezas que, entre momentos, se rozan y golpean entre sí, produciendo ruidos metálicos concatenados unos con otros de manera inesperada. El espectador es invitado a un espectáculo donde la música no es la tradicional y, más aún, es puesta en un plano visual. Sin dudas, una experiencia única y muy bella.
Muchas son las obras que se exponen y sería un desperdicio nombrarlas a todas, quitándoles la magia del encuentro sorpresivo. Con su pequeño texto curatorial, cada obra se presenta ante el espectador, contándole algo, develándole un mundo, a veces conocido y a veces, totalmente nuevo. El Premio Braque permite al público acercarse al desconocido y, en muchos casos, temido arte contemporáneo, en todo lo que ello conlleva. Sin dudas, es una experiencia muy recomendable para todos, chicos y grandes, conocedores y desconocedores del arte.