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Duchamp y el lenguaje como gesto transformador

Hoy en día el arte con­cep­tual co­lap­sa los mu­seos, las ga­le­rías e in­clu­so las re­des so­cia­les. Ha­blar de una obra don­de la idea pesa más que el ob­je­to re­pre­sen­ta­do es mo­ne­da co­rrien­te para no­so­tros. Pero hace tan sólo un si­glo esto no era así. Si bien fue ne­ce­sa­ria la in­ter­ven­ción de va­rios ar­tis­tas du­ran­te al­gu­nas dé­ca­das, uno de los an­te­ce­so­res más im­por­tan­tes fue Mar­cel Du­champ. Aun­que el ob­je­to nun­ca dejó de ser im­por­tan­te en la cons­ti­tu­ción de sus obras, fue el len­gua­je el que tomó el rol fun­da­men­tal en el acto crea­ti­vo. Sin sa­ber lo que ocu­rri­ría lue­go, sem­bró la se­mi­lla del pos­te­rior giro con­cep­tual en el arte.

Au­tor de obras con­tro­ver­sia­les como la se­rie de des­nu­dos que ba­jan por una es­ca­le­ra, El gran vi­drio (Le Grand Ve­rre), tam­bién co­no­ci­do como “La no­via pues­ta al des­nu­do por sus sol­te­ros, mis­ma­men­te” o los ready-ma­des que tan­to es­cán­da­lo cau­sa­ron en el mun­do del arte, Mar­cel Du­champ pro­pu­so la li­ber­tad como mo­tor ar­tís­ti­co fren­te al gus­to, en­ten­di­do como un vi­cio da­ñino. Este era pro­duc­to de un es­te­ti­cis­mo re­pe­ti­ti­vo ba­sa­do úni­ca­men­te en una bús­que­da de sa­tis­fac­ción de la so­cie­dad. En cam­bio, la li­ber­tad co­lo­ca­ba al ar­tis­ta en la po­si­ción de “fran­co­ti­ra­dor” (pa­la­bra usa­da por Du­champ), para crear sólo cuan­do fue­ra ne­ce­sa­rio para él mis­mo, sin es­tar obli­ga­do a com­pla­cer.

Para en­ten­der cómo fun­cio­na esto to­me­mos la obra In Ad­van­ce of the Bro­ken Arm (1915), algo así como “an­tes de rom­per­me el bra­zo”. Una sim­ple pala para sa­car nie­ve no nos dice nada, pero una vez que co­no­ce­mos su tí­tu­lo, el círcu­lo se cie­rra y co­bra un sen­ti­do dis­tin­to. La obra no es el ob­je­to sino la re­la­ción que toma, en este caso, con su nom­bre. La obra es, en­ton­ces, el ges­to de to­mar un ob­je­to cual­quie­ra -ma­nu­fac­tu­ra­do, un ob­jet trou­vé (ob­je­to en­con­tra­do)- y de­sig­nar­lo como arte. Di­cho en pa­la­bras de Du­champ, “ele­var­lo a la dig­ni­dad de obra de arte”. A la par de esto, el len­gua­je tam­bién hace lo suyo al dar­le un giro ines­pe­ra­do que lo saca del plano re­ti­niano (de re­ti­na, de lo vi­sual) y con­tem­pla­ti­vo para co­lo­car­lo en un plano men­tal.

L.H.O.O.Q (1919) fue otra de sus obras más con­tro­ver­sia­les, en la que osó no sólo rom­per con el ca­rác­ter au­rá­ti­co de la obra de arte –en tér­mi­nos de Wal­ter Ben­ja­min– sino tam­bién mo­les­tar a la cla­se alta fran­ce­sa, ha­bi­tual es­pec­ta­do­ra del arte fran­cés del mo­men­to. Para esta obra, Du­champ tomó una re­pro­duc­ción de la Mona Lisa de Da Vin­ci y se li­mi­tó a di­bu­jar­le unos bi­go­tes y una bar­ba, y a agre­gar bajo ella las si­glas “LHOOQ”.  A sim­ple vis­ta pue­de que esto no sig­ni­fi­que nada. De he­cho eso fue lo que su­ce­dió en un prin­ci­pio: el cua­dro pa­sa­ba des­aper­ci­bi­do has­ta que al­gu­nos más au­da­ces le­ye­ron las si­glas en voz alta una y otra vez, evi­den­cian­do así el men­sa­je ocul­to. Es­tas cin­co le­tras en fran­cés coin­ci­den con la fra­se ho­mó­fo­na elle ha chaud au cul (ella tie­ne ca­lor en el culo). Por otro lado, en in­glés las le­tras for­man el ho­mó­fono de look (mi­rar o mira). De una u otra ma­ne­ra, se pro­du­ce una re­con­fi­gu­ra­ción de la obra de arte en la que ya no im­por­ta quién la hizo ni cómo, sino el ges­to por de­más es­can­da­lo­so de es­cri­bir cin­co le­tras que obli­guen al es­pec­ta­dor a ir más allá con su men­te.

Otra de las ma­ne­ras en las que Mar­cel Du­champ se va­lió del len­gua­je fue para la crea­ción de per­so­na­jes: uno de ellos fue Rro­se Sé­lavy, su ver­sión fe­me­ni­na. Tal como lo co­men­ta­ba el ar­tis­ta en una en­tre­vis­ta con Pie­rre Ca­ban­ne, la crea­ción de este per­so­na­je es pro­duc­to, en­tre otros fac­to­res, de la li­ber­tad con la que Du­champ en­ten­día el arte. Por ejem­plo, la do­ble “r” al co­mien­zo del nom­bre es un mero ca­pri­cho, ya que que­ría que co­men­za­ra con do­ble con­so­nan­te, tal como en el caso del ape­lli­do “Lloyd”. Por otro lado, el jue­go de pa­la­bras se hizo pre­sen­te en la crea­ción de este al­ter ego: mien­tras que “Sé­lavy” es el ho­mó­fono de “c’est la vie” (así es la vida, en es­pa­ñol), “Rro­se” pue­de in­ter­pre­tar­se como un anagra­ma de Eros o re­la­cio­nar­se con la flor (rose de rosa), cuyo sig­ni­fi­ca­do está li­ga­do, al igual que el dios grie­go, a la se­xua­li­dad.

Este per­so­na­je cau­só una gran sen­sa­ción en­tre da­daís­tas y su­rrea­lis­tas, por lo que  re­vis­tas como 391 (de Fran­cis Pi­ca­bia) y Lit­té­ra­tur (de An­dré Bre­ton) pu­bli­ca­ron va­rias de sus fra­ses. Una de ellas es:

“Oh! Do shit again!”…

Oh! Dou­che it again!”…

          Rro­se Sé­lavy

(¡Oh! ¡Caga de Nue­vo!

¡Oh! ¡Dú­cha­te de nue­vo!)

Esto es­ca­pa a lo li­te­ral para re­go­dear­se en el jue­go fo­né­ti­co de la pro­pia pa­la­bra. Du­champ, ade­más de ha­blar fran­cés (su len­gua ma­ter­na), tam­bién do­mi­na­ba muy bien el in­glés, pro­duc­to de sus pro­lon­ga­das es­ta­días en Nue­va York a lo lar­go de su vida y de las fuer­tes amis­ta­des que ha­bía tra­ba­do allí. En este caso, el lec­tor es in­vi­ta­do a des­po­jar­se de las in­ter­pre­ta­cio­nes ra­cio­na­les, a sa­lir­se de aque­lla re­pe­ti­ción es­té­ti­ca, para en­con­trar­se con una li­ber­tad crea­do­ra, que ja­más es aza­ro­sa, sino me­dia­da por la men­te, por los jue­gos fo­né­ti­cos de las len­guas y el do­ble sen­ti­do. Rro­se Sé­lavy, al igual que Du­champ, se va­lió prin­ci­pal­men­te de es­tas he­rra­mien­tas para sus crea­cio­nes.

Mar­cel Du­champ es el pi­lar fun­da­men­tal del arte mo­derno y con­tem­po­rá­neo. Aun­que ha­cia 1928 sos­tu­vie­ra es­tar abo­ca­do al aje­drez y ya no ser un ar­tis­ta, supo se­guir ade­lan­te en su vi­sión de fran­co­ti­ra­dor de la so­cie­dad, irrum­pien­do y sub­vir­tién­do­la con nue­vos ob­je­tos, nue­vos per­so­na­jes y nue­vas pos­tu­ras. Sin du­das, Mar­cel Du­champ lle­vó al arte a una nue­va eta­pa, cuan­do todo se creía di­cho.

 

Especial Duchamp

 

Mara Sofía López
Mara Sofía López
Estudiante en la Licenciatura en Artes Plásticas (UBA). Trabajó como asistente de montaje en la muestra “Los sembradores de maíz en plena selva extranjera” (Centro Cultural Paco Urondo), y en producción y traducción de textos para artistas plásticos como Viviana Zargón y Fernando Hierro.