Diane Arbus, la etnóloga neoyorquina

Mujeres en llamas
viernes 22 de septiembre de 2017
Se viene la segunda edición del FENAT
martes 26 de septiembre de 2017

Diane Arbus, la etnóloga neoyorquina

Desde el 14 de julio y hasta el próximo 9 de octubre podemos visitar la muestra de Diane Arbus en el MALBA. Diane Arbus en el principio, inédita en Buenos Aires, nos ofrece un amplio repaso por los primeros siete años de carrera de la artista (1956–62) sin ningún recorrido específico. Sin punto medio ni final, nos adentramos en las diversas aristas que comprendía la vida en Nueva York durante los años cincuenta y sesenta, de la mano de una de las fotógrafas más influyentes del siglo XX

 

Na­ci­da en la dé­ca­da del vein­te en Es­ta­dos Uni­dos, en el seno de una fa­mi­lia ju­día po­la­ca, Dia­ne Ar­bus cre­ció en el en­torno de la moda, de­bi­do al ne­go­cio que Da­vid Ne­me­rov, su pa­dre, ha­bía fun­da­do. Esta in­fluen­cia la lle­vó, años más tar­de, a in­cur­sio­nar en la fo­to­gra­fía de moda jun­to a su ma­ri­do, Allan Ar­bus. Tra­ba­jó para re­vis­tas como Vo­gueHarper’s Ba­zaar, re­tra­tan­do ce­le­bri­da­des e in­clu­so lle­gó a rea­li­zar uno de Jor­ge Luis Bor­ges. Pero a me­dia­dos de los cin­cuen­ta, con ape­nas trein­ta años, de­ci­dió di­sol­ver la so­cie­dad co­mer­cial con su ma­ri­do y de­di­car­se por com­ple­to a lo que más le in­tere­sa­ba: “la di­fe­ren­cia, la sin­gu­la­ri­dad de to­das las co­sas”.

Ti­tu­lar vo­la­do por el vien­to so­bre el pa­vi­men­to os­cu­ro, Nue­va York, 1956.

Con una cá­ma­ra de 35 mm, la que to­dos en al­gún mo­men­to de nues­tra vida tu­vi­mos en la mano, se de­di­có a cap­tu­rar ros­tros, ex­pre­sio­nes y par­ti­cu­la­ri­da­des en la ciu­dad de Nue­va York. No fue la pri­me­ra en ha­cer­lo: ya otros fo­tó­gra­fos an­te­rio­res ha­bían re­co­rri­do la ciu­dad y su co­ti­dia­nei­dad, tal es el caso de Paul StrandGarry Wio­grad. Pero a di­fe­ren­cia de ellos, Dia­ne desis­tió de la idea de ocul­tar­se de quie­nes re­tra­ta­ba, al con­tra­rio, bus­ca­ba el en­cuen­tro di­rec­to y lo que eso con­lle­va. Si bien en este pri­mer pe­río­do no hay un con­tac­to di­rec­to ma­ni­fies­to en­tre la ar­tis­ta y quien era re­tra­ta­do, sí hay una sen­sa­ción o una emo­ción cap­tu­ra­da en sus imá­ge­nes.

Lo que más me gus­ta es ir don­de nun­ca fui” reza uno de los pa­ne­les de MAL­BA bajo el cual se en­cuen­tra una de las tan­tas fo­to­gra­fías to­ma­das por ella du­ran­te es­tos pri­me­ros sie­te años. Su cu­rio­si­dad por lo di­fe­ren­te, por lo par­ti­cu­lar de cada uno, vol­vía más im­por­tan­te a la per­so­na que a la fo­to­gra­fía. La ca­lle era, para Ar­bus, un es­pa­cio vas­to a ser de­ve­la­do, lleno de se­cre­tos y  cu­rio­si­da­des para co­no­cer. En este sen­ti­do, ins­pi­ra­da por este sen­ti­do ocul­to, ade­más de lan­zar­se a re­co­rrer tam­bién in­ves­ti­ga­ba, leía y lle­va­ba un re­gis­tro de lo vis­to en un cua­derno. Allí en­tre­mez­cla­ba frag­men­tos de Pla­tón, Os­car Wil­de, li­te­ra­tu­ra zen, etc., con enor­mes lis­ta­dos de po­si­bles ca­te­go­rías fo­to­grá­fi­cas. Ar­bus era algo así como una an­tro­pó­lo­ga, in­ser­ta ya en una so­cie­dad en pleno cam­bio, que re­co­rría los más va­ria­dos lu­ga­res, co­no­cien­do per­so­nas de todo tipo, to­das ellas igual de in­tri­gan­tes.

Tra­ga­fue­go en car­na­val, Pa­li­sa­des Park, Nue­va Jer­sey, 1957.

Con el paso del tiem­po, sus re­tra­tos pa­sa­ron de ser ca­sua­les a es­tar po­sa­dos, a lo que se le su­ma­ba una po­si­ción más ac­ti­va por par­te de quien era re­tra­ta­do. El en­cua­dre per­mi­tió acer­car­nos más y des­cu­brir, por me­dio de un re­cor­te más aco­ta­do del en­torno, la sub­je­ti­vi­dad de cada uno. Mi­ra­das más pe­ne­tran­tes y di­ri­gi­das jun­to a pos­tu­ras más su­ge­ren­tes per­mi­tían un re­co­no­ci­mien­to pro­fun­do de cada mun­di­llo.

Con tí­tu­los sim­ples y con­cre­tos, sin me­tá­fo­ras ni jue­gos de pa­la­bras, es­tas imá­ge­nes se pre­sen­tan como do­cu­men­tos de épo­ca, como ins­tan­tes cap­tu­ra­dos a modo de ar­chi­vo de un ins­tan­te fu­gaz, en un mo­men­to en el que EEUU y, más aún, Nue­va York es­ta­ban as­cen­dien­do como po­ten­cia mun­dial en la se­gun­da pos­gue­rra.

Cin­co miem­bros del “The Mons­ter Fan Club”, Nue­va York, 1961.

En Cin­co miem­bros del “The Mons­ter Fan Club”, cin­co chi­cos de no más de sie­te años, sen­ta­dos en un pór­ti­co se di­ri­gen a no­so­tros con unas más­ca­ras mons­truo­sas. El tí­tu­lo no nos dice más que lo que ve­mos a sim­ple vis­ta, sin em­bar­go, lo si­nies­tro sale a la luz casi al mis­mo tiem­po. La quie­tud, la “mi­ra­da” (ocul­ta bajo las más­ca­ras y pre­sen­te en es­tos ojos in­hu­ma­nos) fija en quien los ve y el con­tras­te con esos cuer­pos tan pe­que­ños e inocen­tes, nos di­cen un poco más, nos lle­van a la re­fle­xión. ¿De qué? Eso está en cada uno, Dia­ne Ar­bus nos abre las puer­tas para co­no­cer, de­ve­lar y pen­sar.

En su obra no hay dis­tin­ción en­tre “lo nor­mal” y lo “dis­tin­to”,  todo para ella era co­ti­diano y ajeno a la vez, cada per­so­na y cada he­cho com­pren­dían en sí mis­mos un frag­men­to de lo co­no­ci­do que ocul­ta­ba un se­cre­to -una di­fe­ren­cia- a ser de­ve­la­do. Des­de una mu­jer lle­van­do en bra­zos a su hijo o un dia­rio vo­lán­do­se en la ca­lle, has­ta un trans­for­mis­ta o un ca­dá­ver en ple­na au­top­sia, Ar­bus bus­ca­ba la par­ti­cu­la­ri­dad. De esta ma­ne­ra, se nos abre un mun­do. Los lí­mi­tes no exis­ten, al con­tra­rio, sus fo­to­gra­fías son pe­que­ños ori­fi­cios por don­de mi­rar y co­no­cer a la so­cie­dad neo­yor­qui­na de me­dia­dos del si­glo pa­sa­do.


¿Qué? Dia­ne Ar­bus. En el prin­ci­pio.

¿Cuán­do? Has­ta el 09 de oc­tu­bre de 2017.

¿Dón­de? En la Sala 05 del ni­vel 02 de MAL­BA (Ave­ni­da Fi­gue­roa Al­cor­ta 3415, CABA).

¿Cuán­to? Ge­ne­ral: $100.  Es­tu­dian­tes, do­cen­tes y ju­bi­la­dos acre­di­ta­dos: $50.

Bo­nus track: Vi­si­tas guia­das los jue­ves, vier­nes y do­min­gos a las 17 ho­ras.

Mara Sofía López
Mara Sofía López
Estudiante en la Licenciatura en Artes Plásticas (UBA). Trabajó como asistente de montaje en la muestra “Los sembradores de maíz en plena selva extranjera” (Centro Cultural Paco Urondo), y en producción y traducción de textos para artistas plásticos como Viviana Zargón y Fernando Hierro.