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Jessica Tortul: Chocar contra la superficie

Por So­le­dad So­brino

Me des­per­té a las tres de la ma­dru­ga­da so­bre­sal­ta­do, ba­ña­do en san­gre, con un pu­ñal cla­va­do en el me­dio de mi pe­cho. “¡Me­nos mal!”, me dije, “es sólo una reali­dad”. Y se­guí dur­mien­do…

Una reali­dad , mi­cro­cuen­to de Fa­bián Vi­que

Y sin em­bar­go ahí van, sin de­te­ner la mar­cha, en un paso cons­tan­te y agol­pa­do. Tal vez in­ten­tan es­ca­par de ese mag­ma flo­tan­te que los en­vuel­ve, de esa gran sal­pi­ca­du­ra de aire blan­co que les aho­ga los pa­sos. Tal vez se tra­te de un an­dar sin ho­ri­zon­te, de un paso guia­do por la pro­me­sa de un aire lim­pio y de un piso fir­me. ¿No pa­re­ce esa nie­bla de pin­ce­la­das tan­gi­bles es­con­der los cuer­pos de ani­ma­les sin ros­tro, que ca­mi­nan una iner­cia cie­ga ha­cia una luz que no ven?

En las pin­tu­ras de Jes­si­ca Tor­tul el ges­to de la ma­te­ria so­bre la tela es evi­den­te pero el re­sul­ta­do no deja de ser li­viano. Un va­por eté­reo se des­pren­de de sus lien­zos, con­for­man­do am­bien­tes ale­tar­ga­dos que pa­re­cen jun­tar la me­lan­co­lía del re­cuer­do y la tur­ba­do­ra pe­sa­di­lla. Cada pie­za con­ju­ga un vór­ti­ce jun­to a una en­vol­tu­ra mis­te­rio­sa, iman­ta la mi­ra­da a las ho­ra­da­cio­nes sos­te­ni­das por es­truc­tu­ras trans­pa­ren­tes, a las cuen­cas de unos ojos sin pu­pi­las. Aun­que los ele­men­tos se ali­nean en com­po­si­cio­nes ar­mó­ni­cas, só­li­das y equi­li­bra­das que nos tien­tan a apli­car el anacró­ni­co con­cep­to de be­lle­za , las pin­tu­ras tam­bién de­jan tras­lu­cir aquel si­nies­tro que Hal Fos­ter ve es­con­di­do de­trás de lo ma­ra­vi­llo­so su­rrea­lis­ta: es el so­plo en la nuca de una reali­dad sólo apa­ren­te, que vie­ne pro­yec­ta­da des­de el in­cons­cien­te. La rui­na de una ar­qui­tec­tu­ra im­po­si­ble que deja cre­cer la ve­ge­ta­ción y en­cie­rra con sus raí­ces enig­mas irre­suel­tos. 

Como si to­dos los lien­zos for­ma­ran par­te de una at­mós­fe­ra com­par­ti­da, hay pe­que­ños ges­tos que se re­pli­can: es azul el sem­blan­te del que ema­na el alien­to, tam­bién el blan­do tor­be­llino que ro­dea las ven­ta­nas, el mar que es­con­de las pa­tas de los ani­ma­les y el frío que baja por la es­pal­da y se mete en el agua. La apa­ri­ción de los pe­que­ños fue­gos, en vez de otor­gar un cá­li­do con­tras­te, acen­túa la ten­sión y pro­vo­ca el cho­que eléc­tri­co de un de un es­ca­lo­frío. Los con­tor­nos geo­mé­tri­cos se­ña­lan que las lla­mas car­co­men los mar­cos en las ven­ta­nas de otra di­men­sión, in­di­can el so­la­pa­mien­to con otro uni­ver­so. 

Pa­sar de las pin­tu­ras a los di­bu­jos de Jes­si­ca es como aso­mar­se a la su­per­fi­cie des­pués de es­tar mu­cho tiem­po de­ba­jo del agua, de­jan­do el aire blan­co del pa­pel en­trar de lleno en los pul­mo­nes. Los tra­zos son los de una la­pi­ce­ra su­til que casi teme al­te­rar la be­lle­za eté­rea del pa­pel. Las for­mas pier­den el em­pas­te de los co­lo­res, son con­tor­nos ní­ti­dos im­pre­sos casi como por ca­sua­li­dad, un sus­pi­ro que al­guien dejó so­bre la ce­lu­lo­sa. De un for­ma­to bas­tan­te más pe­que­ño que las pin­tu­ras, los di­bu­jos in­sis­ten en los ele­men­tos ve­ge­ta­les. Pero al mi­rar de cer­ca, las flo­res que da­ban un aire ro­mán­ti­co al con­jun­to se pa­re­cen más a una co­ro­na fu­ne­ra­ria que a un arre­glo pri­ma­ve­ral. En­mar­can ob­je­tos de otro tiem­po, cuyo due­ño pa­re­ce tan le­jano que su ros­tro es es­qui­vo y sus pre­gun­tas se es­cu­chan di­fu­sas, como emi­ti­das des­de aba­jo del agua. Tal vez tie­nen que ver con un río y con unos pies mo­ja­dos.

Ben­ja­min de­cía que traer al pre­sen­te ob­je­tos pa­sa­dos de moda, como ha­cían los su­rrea­lis­tas, era un modo de des­per­tar las ener­gías re­vo­lu­cio­na­rias atra­pa­das en ese otro tiem­po. Los tra­zos de este con­jun­to de obras (ma­té­ri­cos unos, li­ge­ros los otros) ejer­cen la se­duc­to­ra po­ten­cia de ima­gi­nar al­ter­na­ti­vas de en­sue­ño para nues­tra enaje­na­da reali­dad. Pa­re­cen dis­pues­tos como can­tos de si­re­nas que lan­zan an­zue­los para aga­rrar al ob­ser­va­dor des­pre­ve­ni­do: in­te­rrum­pen su vi­gi­lia, lo obli­gan a rom­per la su­per­fi­cie y su­mer­gir­se.

 

 

Jessica Tortul 

Des­de el año 2011 se desem­pe­ña en el área de ilu­mi­na­ción en es­pec­tácu­los de tea­tro, como di­se­ña­do­ra, asis­ten­te y téc­ni­ca. Ac­tual­men­te es es­tu­dian­te avan­za­da de la ca­rre­ra de Di­se­ño de Ilu­mi­na­ción de Es­pec­tácu­los y Ar­tes Vi­sua­les de la UNA. Ha sido be­ca­ria del Pro­gra­ma de Be­cas Ar­tís­ti­cas Pro­yec­tAr­te (cla­se 2009–2010) y del De­par­ta­men­to de Ar­tes Dra­má­ti­cas de la UNA, a car­go de la coor­di­na­ción de los mon­ta­jes de las sa­las. Ha par­ti­ci­pa­do en ex­po­si­cio­nes co­lec­ti­vas de ar­tes vi­sua­les y lu­mí­ni­cas como Ju­gue­mos en el Bos­que y Pos­ta Lu­mí­ni­ca 1ra. Edi­ción. Como di­se­ña­do­ra ha tra­ba­ja­do con di­rec­to­res como Ma­tías Feld­man, Ana Al­va­ra­do, Juan Cruz For­gno­ne, Pa­blo Dé­lía y Ta­tia­na San­do­val, en­tre otros. For­ma par­te de las com­pa­ñías Cuer­poe­qui­pa­je y Hüs. Ob­tu­vo el pre­mio Me­jor Ilu­mi­na­ción en los pre­mios Ma­ría Gue­rre­ro 2016 con la obra Peer Gynt, di­ri­gi­da por Juan Cruz For­gno­ne.

 

Soledad Sobrino
Soledad Sobrino
Licenciada y Profesora en Artes Plásticas (FFYL-UBA). Técnica en Caracterización Teatral graduada del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón (ISA-TC). Becaria de artes plásticas Proyectarte 2009-2010. Dictó talleres en el pabellón de Psiquiatría del Hospital Rivadavia y, desde 2014, forma parte del colectivo Museo Urbano. Actualmente es tesista de la Maestría en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano de la Universidad de San Martín (IDAES-UNSAM).