Hay obras que es necesario ver en persona. Y las que se exponen en la retrospectiva de Ives Klein en Fundación Proa entran en esa categoría. El International Klein Bleu (IKB), más conocido como “azul Klein”, un color original inventado por el artista y patentado en 1960, aparece como una incógnita al intentar reducirlo a una descripción. ¿Alcanza con definir el tono de ese azul? ¿Alcanza con explicitar la composición del pigmento? Claro que no. Porque la particularidad de esta invención original de Klein no se caracteriza por el color en sí, sino por la sensación que genera. Al mezclar el pigmento puro, tal como podemos ver en un rectángulo dispuesto en el piso de Proa, con un tipo especial de resina sintética, el color adquiere la particularidad de mantenerse a lo largo del tiempo con un intenso brillo que sólo se puede apreciar en su totalidad si se observa sin mediaciones. Sin embargo, no es sólo un brillo bonito sino que la resina le otorga una base que se percibe como texturada. Aplicado sobre la escultura del torso de Arman, sobre un globo terráqueo o la reproducción de la Victoria de Samotracia, las piezas parecen volverse aterciopeladas.
A medida que manipulaba el color, Klein descubría cómo los elementos que utilizaba para pintar terminaban embebidos de él. Caso particular son las esponjas vegetales con las que aplicaba el azul, que se teñían rápidamente debido a su gran capacidad de absorción. Cautivado por sus formas irregulares y accidentadas comenzó a utilizarlas como esculturas que funcionaban como metáfora de la impregnación del color en la retina del espectador, el cual, al ver los monocromos, se embarcaba en un viaje del que volvía inmerso de la su sensibilidad del color.
Retrato relieve de Arman, 1962
Si bien desde 1957 el azul comenzó a ocupar un lugar fundamental en sus obras, sus inicios en la pintura se dieron de la mano de monocromos diferentes. En 1955, en ocasión del Salón Nuevas Realidades reservado para artistas abstractos, presentó un cuadro naranja que fue rechazado por un jurado que no consideró suficiente una obra que no tuviera una línea o mancha de otro color. Ante esto Klein respondió que un color en sí mismo alcanzaba para crear una atmósfera y un clima ‘más allá de lo pensable’ y que ya que los matices de un color son infinitos, abren la posibilidad para que el espectador lo interprete de diferentes maneras. En el mismo sentido Pierre Restany, crítico de arte y portavoz del grupo Nuevo Realismo (un movimiento artístico fundado en 1960 y dentro del cual se encontraba Klein), se pronunciaba contra la tiranía de la representación y clamaba por un espectador que pudiera percibir lo universal y llegar al fenómeno de contemplación pura, sin tener que depender del gesto figurativo. Estas ideas eran compatibles con aquellas que Klein había descubierto en la filosofía Zen, a partir de su estancia en Japón para perfeccionarse en la práctica del judo. De ella adoptó la idea de generar obras que permitieran al espectador atender a sus propias sensibilidades y quedar expuesto a la “realidad” y no la a la representación. En este sentido es que se explica su trabajo con el azul, entendido como materializador de la profundidad del vacío zen. No era el objeto y su materialidad lo que cautivaban su atención, sino la “sensibilidad inmaterial” que se generaba a partir de la percepción del color puro.
Esa obsesión por impregnar el mundo de azul la encontramos en otras obras que realiza a partir de 1957. Desde un proyecto para que París apareciera toda iluminada de azul, una suelta de mil globos azules, hasta el uso de pinceles vivientes. Éstas últimas, sus famosas Antropometrías, consistían en eventos performáticos en donde invitaba a un pequeño grupo de personas a observar cómo cubría de pintura a los cuerpos desnudos de unas modelos a las que indicaba a dónde situarse. De esta manera los cuerpos quedaban estampados sobre papeles dispuestos sobre el piso o las paredes. El artista ponía una distancia física con su obra al dar indicaciones desde lejos ya que quería evitar que el “pincel”, al que consideraba un medio excesivamente psicológico, intercediera como mediador entre ambos.
Antropometría sin título, ca. 1960
En la retrospectiva que puede verse en Fundación Proa no sólo se exponen objetos y cuadros azules: Klein fue más que eso. Sus obras dan cuenta un pensamiento filosófico complejo y profundo. El rosa y el dorado tendrán sendas justificaciones. Si al azul era entendido en tanto el vacío de la filosofía zen, el rosa estaba asociado al pensamiento Rosacruz, un vínculo que Klein compartía con sus amigos, Arman y Claude Pascal, a partir del cual defendían el estudio de los mundos invisibles a nuestro alrededor, al que se podría acceder a través de los sentidos. Por otro lado, el dorado aparece en sus obras en tanto material precioso y simbólico que encuentra su máxima expresión en los Monogolds: paneles rectangulares con hojas de oro que resplandecen en la sala. Azul, Rosa y Dorado: tres colores que encuentran su unión fundamental en la serie conocida como las pinturas de fuego. En ellas, los cartones son modificados a partir de la combustión ignífuga: se los moja con agua y luego se los quema para crear trazos, y se combinan en ocasiones con las antropometrías. Lo esencial radicaba en los colores que se advierten en el fuego y que quedaban plasmados sobre el cartón: luego de la combustión, se pueden encontrar sobre la superficie restos de rosa, azul y dorado.
Pintura de fuego color sin título, ca. 1962
La producción de Klein fue intensa y compleja. Durante su corta vida logró experimentar en diversos campos del arte. Además de las pinturas y esculturas, incursionó en la música creando obras de vanguardia, realizó célebres fotomontajes como Salto al vacío y buceó dentro del incipiente mundo de la performance con sus Antropometrías. Creó obras de gran densidad conceptual, con su expresión máxima en Zonas de Sensibilidad pictórica inmaterial en donde intercambiaba oro por un espacio vacío que el comprador podía atesorar en un recibo o, en cambio, destruirlo mientras el artista tiraba el oro al Sena.
Klein murió, en 1962, como consecuencia de un ataque al corazón dejando tras de sí un importante legado que aún genera debates y estimula reflexiones en torno a la esencia del arte.
¿Qué? Retrospectiva de Ives Klein.
¿Dónde? Fundación Proa (Avenida Pedro de Mendoza 1929).
¿Cuándo? Hasta el 31 de julio. Martes a domingo de 11 a 19 horas.