Sean consideradas arte o artesanía, las construcciones visuales de todos los tiempos son vehículo de las más fuertes ideas, proponiendo desde su materia una mirada sobre nosotros mismos.
Las imágenes que producen las culturas son a menudo uno de los primeros recursos que empleamos para identificarlas y definirlas. El vínculo que tiene el arte con la identidad, sobre todo con nuestra identidad, es algo que siempre me ha llamado la atención de distintas formas. Hace un tiempo, un hilo de toda esta madeja de preguntas empezó a anudar varias obras contemporáneas que para mí se vinculan con la identidad. Empecé a coleccionarlas como quien junta figuritas, divirtiéndome con las asociaciones que podía encontrar entre ellas, proponiéndome algún día analizarlas. Algo unía a todas estas imágenes de distintos artistas: todas remitían a otras obras del pasado.
Marcel Duchamp, L.H.O.O.Q.
Que un artista tome una imagen preexistente para realizar su propia obra es algo más que común. Valerse de una obra de otro tiempo no sólo nos muestra la importancia y trascendencia que le da un artista a otro (aunque no más sea para criticarlo), sino que también hace presentes otros discursos que la obra original guarda “en potencia”, pero no dice. El tiempo resignifica las obras, siempre. Los ojos que se encuentran con ellas no son los mismos, los contextos tampoco. A menudo los artistas eligen volver sobre obras ya producidas, entonces, para volver a pensarlas y resignificarlas. La cita como recurso era algo usual ya en tiempos tan aparentemente remotos como el manierismo, y permanece hoy en día de diversos modos, incluso en la publicidad. Siéntanse invitados a poner la palabra “Gioconda” en el buscador de Google para comprobar las múltiples caras que esta paradigmática dama supo encontrar desde el entonces de su creación hasta hoy. ¿Qué nuevas cosas podemos decir de la Gioconda hoy? Y lo más importante, ¿Qué dice este recurso plástico acerca del arte, de la cultura, de nosotros mismos?
Esta columna se propondrá adentrarse en estas últimas preguntas, analizando algunos casos -seleccionados de entre otros varios de artistas argentinos- de obras plásticas producidas entre el 2001 y el 2010 que resignifican pinturas “icónicas” pertenecientes al arte nacional de fines del siglo XIX. La delimitación temporal no es un dato menor, puesto que coincide con dos fechas históricas importantes para el país por sus acontecimientos políticos: por un lado la crisis del sistema económico desatada en diciembre del 2001, y por otro los festejos por los 200 años de la Revolución de mayo, en el 2010. Nos permitiremos conjeturar que a partir de estos acontecimientos la idea de identidad nacional se activa, se cuestiona, y se genera un movimiento que podremos ir viendo explicitado en las obras seleccionadas. Pero no solo es la fecha de producción de estas imágenes lo que hace pensar que se vinculan con la identidad, sino –sobre todo- que buen número de las obras que inspiran estas nuevas imágenes pertenecen a un momento particular de nuestra historia… el momento en que se elaboró por primera vez una identidad pictórica nacional.
Alberto Passolini, Pass de Duchamp! (fuente), 2007
¿Qué tipo de producciones sirvieron a estos fines? El asunto fue motivo de discusión desde el momento mismo en que el concepto de lo nacional comenzaba a aparecer en boca de los habitantes del territorio. A fines del siglo XIX la sociedad pasaba por importantes cambios: un inmenso porcentaje de habitantes de origen extranjero, la campaña de Roca sobre el “desierto” que destruía gran parte de la población indígena a la par que ponía bajo control gran número de tierras, la federalización de Buenos Aires. La modernización llegó al territorio, y autores como Eduardo Schiaffino (también artista, y fundador en 1896 del Museo Nacional de Bellas Artes) o José Leon Pagano comenzaron a preguntarse cómo se trasladarían estos nuevos interrogantes sobre la identidad nacional al campo plástico. Se consideraba que lo que se avecinaba era una Nación en condiciones de ponerse al nivel de otras, y que debía lanzarse al progreso. Lo propio, entonces, debía constituirse con la mirada puesta en el centro: resultaba fundamental que nuestros artistas se formaran en Europa y construyeran imágenes siguiendo aquellos parámetros ya establecidos y valorados. Muchos viajaron, aprendieron, produjeron y regresaron, aportando imágenes de diversa índole: escenas de campo, retratos, naturalezas muertas…artistas como Della Valle, Sívori, de la Cárcova y el propio Schiaffino; así como más adelante Pío Collavidano o Martín Malharro estaban dejando en claro a través de sus obras que las formas de identificar el arte nacional podían ser muy variadas.
Lo cierto es que, si hacia 1880 se generó en la Argentina la fuerte necesidad de desarrollar un proyecto de construcción de Nación civilizada y moderna otorgándose una importancia fundamental a las artes, pensar en volver sobre esas obras en el 2001 toma un matiz diferente. Analizaremos estas imágenes para pensar que, si ese arte estaba construyendo la Nación argentina, estas apropiaciones contemporáneas podrían estar volviéndola a construir, quizá deconstruyendo: definitivamente interpelando. Nuestras imágenes nos definen, es cierto, pero… ¿está esa definición cerrada? Nuestros artistas contemporáneos parecen dispuestos a demostrar que no. Como las pequeñas grietas que se abren sobre el óleo cuando pasa el tiempo, los intersticios en los significados están ahí, listos para algún ojo curioso se pose sobre ellos.