Nació en Italia en 1929 y se radicó posteriormente en Argentina. Alberto Pujía nunca dejó de lado sus orígenes europeos y así lo demuestra su obra, inspirada por las figuras alargadas de Modigliani y las románticas de Rodin. Pujía tiene una carrera que ha sido prolífica desde sus inicios, con esculturas que han atravesado el mundo artístico, conmoviendo a personas que no suelen estar al tanto de lo que pasa en el mismo. Trabajó con bronce, diferentes metales, madera, mármol y hoy en día con la cera. Siempre buscando la técnica justa para lo que quiere contar.
Asistió a sus maestros en grandes encargos tridimensionales, pasó por el Teatro Colón siendo el primer escultor en formar parte del taller de escenografía, y hasta hizo trabajos de joyería, amuletos y miniaturas.
Dentro de sus obras más reconocidas se encuentra la serie de Los niños de Biafra, de los años 70, fiel representación de lo que sucedía con los niños en África en ese entonces. También trabajó con obras en las que incorporó el movimiento y el sonido, recursos que le ayudaron a manifestar el terror de los años 70 en Argentina.
Cuando llegué al taller del mestro quedé fascinado por lo sencillo de su personalidad, y por lo hermoso del lugar. Plantas colgando de los techos, esculturas inconclusas distribuidas por el espacio, y algunas figuras clásicas ubicadas en lugares precisos. Entre herramientas rústicas de los años 50, esculturas de todo tipo y la radio con música sinfónica de fondo empecé a preguntarle cosas, olvidándome que debía hacerle una entrevista.
-¿Cómo es un día de trabajo en tu taller?
-Yo me manejo con el horario proletario, como son mis orígenes, me quedó de toda la vida. Comencé a trabajar de muy niño, por una cuestión de economía familiar. Nunca debía gastar sino aportar.
Yo vivo a 5 cuadras del taller, tomo mi clásico desayuno de frutas, y después salgo. Antes de “fichar”, hago una caminata de media horita, muy recomendada por el médico (y tiene razón). Nos levantamos con mi mujer a eso de las 7, y a las 7: 30 ya desayuné y estoy saliendo. Llegando al taller no terminan mis ejercitaciones físicas…esto no lo hacía de joven por supuesto.
-Pero la escultura es muy física también ¿no?
-si, según como se lo mire. Ahora trabajo con cera y lo hago sentado, pero me levanto constantemente, no sirvo para estar mucho tiempo en la misma posición. Entonces hago mis ejercicios de las articulaciones, empiezo por arriba, y llego hasta la cintura. Esto dura 15 minutos, termino y me hago el clásico café. Después doy una vuelta por el taller, si no lo decidí antes, para ver qué actividad voy a continuar. Tengo varios proyectos comenzados, todos de diferentes tamaños y técnicas. Uno me permite descansar del otro.
- Se complementan…
-¡Claro! Trabajo toda la mañana y el mediodía es sagrado, a las 12 regreso a casa, ahí si hace falta me recuesto un rato, o me siento a charlar con mi mujer. 12.30 en punto almorzamos, después tenemos sobre mesa. Nos ponemos de acuerdo con el trabajo, ella aporta desde lo administrativo. Ya antes de las 14 “ficho” de nuevo, y a eso de las 19 paro. Voy a descansar a mi casa, contento de haber aprovechado un día más en mi larga vida. Yo siento que si no trabajo no tengo derecho a comer ni a vestir.
-Sin embargo el trabajo artístico es habitualmente considerado de otra manera. Es un trabajo que tiene que ver más con lo espiritual, con uno mismo, más que con lo que se entiende como un trabajo.
-Sí, por supuesto, si analizamos todo esto nos encontramos con una puerta que se llama misterio, que nos impulsa. Una forma de explicarlo sería la fe religiosa. En el arte plástico sucede algo muy importante, que no sé si viene genéticamente o de dónde. La cuestión es que nos vemos impulsados a expresarnos mediante imágenes de la sociedad en la que vivimos. Esa expresión tiene que ver mucho con lo que nos pasa y nos pasó, y con la herencia del arte. En la mayoría de los casos en sociedades como la nuestra, subdesarrolladas, dominadas por la maldad, nosotros intentamos representar lo opuesto. Pero los representantes del pueblo y los encargados de la educación general no consideran a esta parte de la cultura como un trabajo necesario para la vida humana.
-¿Y por qué?
-Por falta de cultura, educación, se necesita otra clase de educación que los europeos aprendieron desde hace años. Una cosa que me consuela, comparado con 50, 70 años atrás, es que han crecido considerablemente las postulaciones de la juventud hacia el arte en todas sus manifestaciones. Con los balbuceos lógicos, porque no alcanzan los educadores. Pero lo veo con mucha esperanza. Se van a ir generando nuevos maestros y nuevas técnicas aportativas, va a ir dando los frutos que dió en otros lados.
Belleza ofendida-defendida, colección particular.
-Hablando del arte como una herramienta cultural, ¿crees que es fundamental para la sociedad el artista? ¿Crees que el artista tiene que pensar su sociedad cuando crea?
-Si no lo siente es porque falta algo importante, la sensibilidad. La historia responde mejor que yo esa pregunta. La creación artística es algo fundamental para la sociedad: va desde lo genial hasta lo superfluo, el pensamiento no debe ser especulativo para el que se siente vocacionado. Consideremos que desde las cuevas de Altamira hasta hoy, el arte no es solo una actividad expresiva del ser humano, es memoria para la sociedad. Lo vemos en las pirámides Egipcias que cuentan su historia, o en los templos Griegos también.
-Volviendo al tema personal de la escultura, ¿cuál considerás que fue el momento que marcó una ruptura en tu vida? ¿Un antes y un después?
Pienso pero no encuentro ese momento, fue creciendo con el impulso expresivo que tenemos todos. Aprendemos a escribir o a dibujar desde pequeños; esto ha ido creciendo armónicamente en mi vida, lógicamente muy asistido por determinadas maestras y maestros, ¡Los primeros maestros son siempre tu mama y tu papá eh! (dice mientras ríe y me hace un gesto haciendo hincapié en esta afirmación). Todo esto fué iluminando mi camino en la vida y en el arte, que yo veo como uno solo. Eso me ha dado un resultado tan satisfactorio que hoy con 87 años puedo decir que estoy conforme con esta vida. Voy a decir algo que hace que a veces la gente se ría: condiciones naturales tengo sólo las indispensables, desde niño fue así, nunca fui un niño prodigio, siempre fui uno más. Tenía más facilidad que los demás porque tenía la necesidad de hacerlo. Los maestros me impulsaban a dibujar no porque dibujara mejor, sino porque tenía ese motorcito que viene de la genética. Fui alguien que vivió día a día en el arte, pedirle trabajo a mis maestros de Bellas Artes fue instintivo, y me habilitó extraordinariamente a conocer más el oficio, algo que en las escuelas no podría haber logrado. Nos hace falta calmarnos y esperar a que florezca la actividad.
-¿Por qué crees que la vida te llevó a hacer escultura?
-Tiene que ver nuevamente con mis genes. En mi pueblo natal, muy humilde, no conocíamos juguetes comprados. Tampoco teníamos el dinero para ir a una ciudad y traerlos, cada uno hacia el suyo, era parte del juego. En determinadas partes de ese pueblo existían vetas de arcilla, donde ancestralmente los alfareros iban a buscar para hacer sus vasijas o hacer trueque, entonces con esa misma arcilla hacíamos el pesebre, carritos… Descubríamos en el hacer que si no le echábamos agua se endurecía y podíamos hacer rueditas, o que el rey mago -que le llevaba presentes al Jesús bambino-, con dos patitas solas se caía y entonces necesitaba un sostén con un junco o una rama en la espalda para mantenerse parado… Estas cosas influyen… Luego ya después de años de terminada la escuela, ingresé en la Manuel Belgrano — Escuela profesorado de artes plásticas — , donde te daban opciones para ver cuál era tu orientación. Y esto fue algo muy natural, fue mágico ver al maestro Leone modelar con arcilla, me conmovió profundamente porque me llamó a mi primer infancia. ¡Caramba! Tuve como una iluminación, sentí una cosa tan bella dentro de mi organismo…eso era lo que más me gustaba. Empecé a volcar arcilla por todos lados, comencé a modelar con una pasión que todavía siento. Cuando teníamos que trabajar con la arcilla en la época invernal, todos puteaban porque estaba helada, y yo estaba maravillado, la olía. Esto fue en el año 40… ¡y hoy en día sigue pasándome lo mismo!.
- Volviendo a la pregunta anterior entonces, podríamos pensar que ese segundo contacto con la arcilla en la escuela fue como un quiebre.
-Si, porque ya dibujábamos, usábamos un clavo para hacer xilografia -una técnica de grabado con taco de madera-… pero nada me hizo el efecto que me generó el modelado.
-¿Cómo fue la experiencia en el Colón?
-Fue una experiencia magnífica con un maestro providencial, José Fioravanti. Yo ya había hecho mis estudios académicos, me gané la vida trabajando de asistente, fuí siendo más conocido y trabajo tenía siempre. Me daban el sobre con el dinero y se lo entregaba a mi madre, que administraba el dinero de la familia, y a mi me suministraba para comprar mis elementos. Estábamos a fines del 55, año que terminó muy malamente, con un golpe militar. En ese momento se venía edificando el teatro San Martín, y al arquitecto le interesaba el arte y contrató pintores y escultores de trayectoria de la época. Uno de ellos fue Fioravanti, al que le encargaron hacer un gran friso de 8 x 3 metros de altura. Fioravanti ya me habia convocado por tercera vez para trabajar; yo ya conocía el proceso que había que llevar desde el boceto hasta la medida definitiva. Ese fue un gran trabajo para mi, el maestro estaba casado con una rusa, muy buena pintora. Ella nos traía el samovar, una especie de tetera rusa con el té y la botella de vodka para brindar por el trabajo. Teníamos una relación muy cálida. Ellos no tenían hijos así que me trataban a mí como tal.
Eran habitué del Colon y tenían abono, en los intervalos del concierto se juntaban con los otros colegas que iban a la confitería a tomar la copa de champagne. En una de esas charlas uno de sus amigos le dijo “¡Pepe!, hay un concurso para ponerse de escultor en el teatro”, y él creyendo que era un chiste le dijo, “¿Cómo hay que hacer? ¡porque estoy en la mala!”. Pero su amigo le respondió “No es un chiste eh, ¡lo vi recién en el diario!”,Fioravanti me dijo que después del chiste pensó inmediatamente en mí, en que le gustaría que me presente. Y yo, fanfarroncito, le dije “Maestro, acabo de terminar mis estudios, mire si se presentan escultores con trayectoria ¿que voy a hacer yo ahí? voy a perder el tiempo.” Abrió los ojos y dijo “bueno…”
Como que le dí un latigazo, él me traía una linda cosa y yo parecía que le hubiera dicho “bueno, metetela en el orto…”. Cuando subimos al andamio del San Martín nos mantuvimos callados un buen rato, y en un momento dado me dijo “te quiero hablar de algo; yo soy mayor que tu viejo, pero soy tu maestro en el arte. Me voy a permitir darte un consejo que tiene que ver con el arte, aunque no parezca, de ética. Vos sos un chico honesto, trabajador, y no me gustó esta salida tuya de que vas a perder el tiempo si te presentas en un concurso, ¿o cómo crees que se hacen los concursos? En este momento para vos es mucho más importante aprender a participar en un concurso, que pensar que <si no lo gano no me presento>”.
Y yo pensé ¡A la mierda! Fue una cosa que me penetró en el alma, pensé “qué sabio es este hombre”. Cuando terminó de hablar me dijo, “vos hace lo que quieras”, y le contesté “yo lo que quiero es darle un abrazo”. Y se lo dí ahí, en el tablón. Me presenté al día siguiente, había que tener un taller propio para participar, esa era la condición.
- ¿El concurso era para entrar como ayudante?
-No, porque no había taller de escultura en ese momento, solo de pintura y yo no lo sabía. Basaldúa, que era el director técnico en ese momento, pensó que tener un escultor dentro del taller de escenografía era importante. Llamaron por teléfono para comunicarme que el jurado se iba a presentar tal día y tal hora, y yo pensaba, “qué aprendizaje, el jurado del Teatro Colón me va a examinar”.
Yo estaba trabajando en una estructura de cartapesta (papel con cola), haciendo ornamentación en fiestas municipales, y algún que otro trabajo publicitario. En ese entonces había fabricado una pierna de cartapesta para publicitar unas medias de nylon. El jurado vino a mi taller a evaluar mi trabajo, yo había acomodado todo para lucir mejor lo que había hecho. Me preguntaron si mi familia me ayudaba con mi actividad, y yo dije que no, que vivía en mi casa paterna pero me estaba por casar; que era ayudante de escultores y me dedicaba a hacer encargos. Después quisieron saber con qué escultores había trabajado y les dije… Yrurtia, Fioravanti, Bigatti…se sorprendieron. Basaldúa estaba prestándole atención a un rincón del taller que yo no había preparado para que ellos observen. Se acercó y agarró la escultura de la media: “tiene experiencia en cartapesta”. Y les dije que sí, que trabajaba con eso, haciendo campañas para fiestas patrias, coronas de muérdagos, etc… “Ah mirá que bien, ¡esto es lo que necesitamos nosotros!”, me dijeron.
Me quedé con la lección del maestro. Pasado el concurso, yo ya había aprendido un montón.
- ¿Y después?
Pasó el tiempo. Me casé, esperaba a mi primer hijo. Y un día me llamó la secretaria para que me presente tal día a tal hora, que fuera muy puntual. “¿Qué querrá?” pensé, “citará a todos para otro diálogo más…” Fui tempranísimo. Cuando llegó Basaldúa me dijo, “¿para qué cree que lo cité acá?” “no sé… le pregunté a la señora si venían los otros postulantes también”. “No, no viene ningún otro postulante, lo cité porque le quiero dar una noticia que lo va a alegrar. Lo felicito porque al jurado le entusiasmó mucho cómo se comporta, cómo trabaja siendo tan joven. A partir de hoy usted va a ser el primer escultor que va a tener el Teatro Colón”. En el momento empecé a trabajar en el taller de utilería, donde tenían un trabajo que terminar para el nueve de julio: La Traviata de Verdi. Estuve hasta 1970, 15 años. Durante 4 años trabajé solo, y con el tiempo se fue corriendo el rumor de que había un escultor trabajando en el teatro, por lo tanto los escenógrafos comenzaron a incluir en sus diseños objetos escultóricos.
La importancia no solamente técnica del maestro, sino humanística es lo que más rescato. Fioravanti con dos palabras me dio una lección para toda la vida…y la siembro cada vez que puedo.