Antonio Pujía, una vida modelada.

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Antonio Pujía, una vida modelada.

Es uno de los más importantes escultores de nuestro país. Hoy que se celebra el día del escultor, tenemos la excusa perfecta para conocer un poco más de la vida de este gran artista y referente.

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Na­ció en Ita­lia en 1929 y se ra­di­có pos­te­rior­men­te en Ar­gen­ti­na. Al­ber­to Pu­jía nun­ca dejó de lado sus orí­ge­nes eu­ro­peos y así lo de­mues­tra su obra, ins­pi­ra­da por las fi­gu­ras alar­ga­das de Mo­di­glia­ni y las ro­mán­ti­cas de Ro­din. Pu­jía tie­ne una ca­rre­ra que ha sido pro­lí­fi­ca des­de sus ini­cios, con es­cul­tu­ras que han atra­ve­sa­do el mun­do ar­tís­ti­co, con­mo­vien­do a per­so­nas que no sue­len es­tar al tan­to de lo que pasa en el mis­mo. Tra­ba­jó con bron­ce, di­fe­ren­tes me­ta­les, ma­de­ra, már­mol y hoy en día con la cera. Siem­pre bus­can­do la téc­ni­ca jus­ta para lo que quie­re con­tar.

Asis­tió a sus maes­tros en gran­des en­car­gos tri­di­men­sio­na­les, pasó por el Tea­tro Co­lón sien­do el pri­mer es­cul­tor en for­mar par­te del ta­ller de es­ce­no­gra­fía, y has­ta hizo tra­ba­jos de jo­ye­ría, amu­le­tos y mi­nia­tu­ras.

Den­tro de sus obras más re­co­no­ci­das se en­cuen­tra la se­rie de Los ni­ños de Bia­fra, de los años 70, fiel re­pre­sen­ta­ción de lo que su­ce­día con los ni­ños en Áfri­ca en ese en­ton­ces. Tam­bién tra­ba­jó con obras en las que in­cor­po­ró el mo­vi­mien­to y el so­ni­do, re­cur­sos que le ayu­da­ron a ma­ni­fes­tar el te­rror de los años 70 en Ar­gen­ti­na.

Cuan­do lle­gué al ta­ller del mes­tro que­dé fas­ci­na­do por lo sen­ci­llo de su per­so­na­li­dad, y por lo her­mo­so del lu­gar. Plan­tas col­gan­do de los te­chos, es­cul­tu­ras in­con­clu­sas dis­tri­bui­das por el es­pa­cio, y al­gu­nas fi­gu­ras clá­si­cas ubi­ca­das en lu­ga­res pre­ci­sos. En­tre he­rra­mien­tas rús­ti­cas de los años 50, es­cul­tu­ras de todo tipo y la ra­dio con mú­si­ca sin­fó­ni­ca de fon­do em­pe­cé a pre­gun­tar­le co­sas, ol­vi­dán­do­me que de­bía ha­cer­le una en­tre­vis­ta.

-¿Cómo es un día de tra­ba­jo en tu ta­ller?
-Yo me ma­ne­jo con el ho­ra­rio pro­le­ta­rio, como son mis orí­ge­nes, me que­dó de toda la vida. Co­men­cé a tra­ba­jar de muy niño, por una cues­tión de eco­no­mía fa­mi­liar. Nun­ca de­bía gas­tar sino apor­tar.

Yo vivo a 5 cua­dras del ta­ller, tomo mi clá­si­co desa­yuno de fru­tas, y des­pués sal­go. An­tes de “fi­char”, hago una ca­mi­na­ta de me­dia ho­ri­ta, muy re­co­men­da­da por el mé­di­co (y tie­ne ra­zón). Nos le­van­ta­mos con mi mu­jer a eso de las 7, y a las 7: 30 ya desa­yu­né y es­toy sa­lien­do. Lle­gan­do al ta­ller no ter­mi­nan mis ejer­ci­ta­cio­nes físicas…esto no lo ha­cía de jo­ven por su­pues­to.

-Pero la es­cul­tu­ra es muy fí­si­ca tam­bién ¿no?
-si, se­gún como se lo mire. Aho­ra tra­ba­jo con cera y lo hago sen­ta­do, pero me le­van­to cons­tan­te­men­te, no sir­vo para es­tar mu­cho tiem­po en la mis­ma po­si­ción. En­ton­ces hago mis ejer­ci­cios de las ar­ti­cu­la­cio­nes, em­pie­zo por arri­ba, y lle­go has­ta la cin­tu­ra. Esto dura 15 mi­nu­tos, ter­mino y me hago el clá­si­co café. Des­pués doy una vuel­ta por el ta­ller, si no lo de­ci­dí an­tes, para ver qué ac­ti­vi­dad voy a con­ti­nuar. Ten­go va­rios pro­yec­tos co­men­za­dos, to­dos de di­fe­ren­tes ta­ma­ños y téc­ni­cas. Uno me per­mi­te des­can­sar del otro.

- Se com­ple­men­tan…
-¡Cla­ro! Tra­ba­jo toda la ma­ña­na y el me­dio­día es sa­gra­do, a las 12 re­gre­so a casa, ahí si hace fal­ta me re­cues­to un rato, o me sien­to a char­lar con mi mu­jer. 12.30 en pun­to al­mor­za­mos, des­pués te­ne­mos so­bre mesa. Nos po­ne­mos de acuer­do con el tra­ba­jo, ella apor­ta des­de lo ad­mi­nis­tra­ti­vo. Ya an­tes de las 14 “fi­cho” de nue­vo, y a eso de las 19 paro. Voy a des­can­sar a mi casa, con­ten­to de ha­ber apro­ve­cha­do un día más en mi lar­ga vida. Yo sien­to que si no tra­ba­jo no ten­go de­re­cho a co­mer ni a ves­tir.

-Sin em­bar­go el tra­ba­jo ar­tís­ti­co es ha­bi­tual­men­te con­si­de­ra­do de otra ma­ne­ra. Es un tra­ba­jo que tie­ne que ver más con lo es­pi­ri­tual, con uno mis­mo, más que con lo que se en­tien­de como un tra­ba­jo.
-Sí, por su­pues­to, si ana­li­za­mos todo esto nos en­con­tra­mos con una puer­ta que se lla­ma mis­te­rio, que nos im­pul­sa. Una for­ma de ex­pli­car­lo se­ría la fe re­li­gio­sa. En el arte plás­ti­co su­ce­de algo muy im­por­tan­te, que no sé si vie­ne ge­né­ti­ca­men­te o de dón­de. La cues­tión es que nos ve­mos im­pul­sa­dos a ex­pre­sar­nos me­dian­te imá­ge­nes de la so­cie­dad en la que vi­vi­mos. Esa ex­pre­sión tie­ne que ver mu­cho con lo que nos pasa y nos pasó, y con la he­ren­cia del arte. En la ma­yo­ría de los ca­sos en so­cie­da­des como la nues­tra, sub­de­sa­rro­lla­das, do­mi­na­das por la mal­dad, no­so­tros in­ten­ta­mos re­pre­sen­tar lo opues­to. Pero los re­pre­sen­tan­tes del pue­blo y los en­car­ga­dos de la edu­ca­ción ge­ne­ral no con­si­de­ran a esta par­te de la cul­tu­ra como un tra­ba­jo ne­ce­sa­rio para la vida hu­ma­na.

-¿Y por qué?
-Por fal­ta de cul­tu­ra, edu­ca­ción, se ne­ce­si­ta otra cla­se de edu­ca­ción que los eu­ro­peos apren­die­ron des­de hace años. Una cosa que me con­sue­la, com­pa­ra­do con 50, 70 años atrás, es que han cre­ci­do con­si­de­ra­ble­men­te las pos­tu­la­cio­nes de la ju­ven­tud ha­cia el arte en to­das sus ma­ni­fes­ta­cio­nes. Con los bal­bu­ceos ló­gi­cos, por­que no al­can­zan los edu­ca­do­res. Pero lo veo con mu­cha es­pe­ran­za. Se van a ir ge­ne­ran­do nue­vos maes­tros y nue­vas téc­ni­cas apor­ta­ti­vas, va a ir dan­do los fru­tos que dió en otros la­dos.

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Be­lle­za ofen­di­da-de­fen­di­da, co­lec­ción par­ti­cu­lar. 

 

-Ha­blan­do del arte como una he­rra­mien­ta cul­tu­ral, ¿crees que es fun­da­men­tal para la so­cie­dad el ar­tis­ta? ¿Crees que el ar­tis­ta tie­ne que pen­sar su so­cie­dad cuan­do crea?
-Si no lo sien­te es por­que fal­ta algo im­por­tan­te, la sen­si­bi­li­dad. La his­to­ria res­pon­de me­jor que yo esa pre­gun­ta. La crea­ción ar­tís­ti­ca es algo fun­da­men­tal para la so­cie­dad: va des­de lo ge­nial has­ta lo su­per­fluo, el pen­sa­mien­to no debe ser es­pe­cu­la­ti­vo para el que se sien­te vo­ca­cio­na­do. Con­si­de­re­mos que des­de las cue­vas de Al­ta­mi­ra has­ta hoy, el arte no es solo una ac­ti­vi­dad ex­pre­si­va del ser hu­mano, es me­mo­ria para la so­cie­dad. Lo ve­mos en las pi­rá­mi­des Egip­cias que cuen­tan su his­to­ria, o en los tem­plos Grie­gos tam­bién.

-Vol­vien­do al tema per­so­nal de la es­cul­tu­ra, ¿cuál con­si­de­rás que fue el mo­men­to que mar­có una rup­tu­ra en tu vida? ¿Un an­tes y un des­pués?
Pien­so pero no en­cuen­tro ese mo­men­to, fue cre­cien­do con el im­pul­so ex­pre­si­vo que te­ne­mos to­dos. Apren­de­mos a es­cri­bir o a di­bu­jar des­de pe­que­ños; esto ha ido cre­cien­do ar­mó­ni­ca­men­te en mi vida, ló­gi­ca­men­te muy asis­ti­do por de­ter­mi­na­das maes­tras y maes­tros, ¡Los pri­me­ros maes­tros son siem­pre tu mama y tu papá eh! (dice mien­tras ríe y me hace un ges­to ha­cien­do hin­ca­pié en esta afir­ma­ción). Todo esto fué ilu­mi­nan­do mi ca­mino en la vida y en el arte, que yo veo como uno solo. Eso me ha dado un re­sul­ta­do tan sa­tis­fac­to­rio que hoy con 87 años pue­do de­cir que es­toy con­for­me con esta vida. Voy a de­cir algo que hace que a ve­ces la gen­te se ría: con­di­cio­nes na­tu­ra­les ten­go sólo las in­dis­pen­sa­bles, des­de niño fue así, nun­ca fui un niño pro­di­gio, siem­pre fui uno más. Te­nía más fa­ci­li­dad que los de­más por­que te­nía la ne­ce­si­dad de ha­cer­lo. Los maes­tros me im­pul­sa­ban a di­bu­jar no por­que di­bu­ja­ra me­jor, sino por­que te­nía ese mo­tor­ci­to que vie­ne de la ge­né­ti­ca. Fui al­guien que vi­vió día a día en el arte, pe­dir­le tra­ba­jo a mis maes­tros de Be­llas Ar­tes fue ins­tin­ti­vo, y me ha­bi­li­tó ex­tra­or­di­na­ria­men­te a co­no­cer más el ofi­cio, algo que en las es­cue­las no po­dría ha­ber lo­gra­do. Nos hace fal­ta cal­mar­nos y es­pe­rar a que flo­rez­ca la ac­ti­vi­dad.

-¿Por qué crees que la vida te lle­vó a ha­cer es­cul­tu­ra?
-Tie­ne que ver nue­va­men­te con mis ge­nes. En mi pue­blo na­tal, muy hu­mil­de, no co­no­cía­mos ju­gue­tes com­pra­dos. Tam­po­co te­nía­mos el di­ne­ro para ir a una ciu­dad y traer­los, cada uno ha­cia el suyo, era par­te del jue­go. En de­ter­mi­na­das par­tes de ese pue­blo exis­tían ve­tas de ar­ci­lla, don­de an­ces­tral­men­te los al­fa­re­ros iban a bus­car para ha­cer sus va­si­jas o ha­cer true­que, en­ton­ces con esa mis­ma ar­ci­lla ha­cía­mos el pe­se­bre, ca­rri­tos… Des­cu­bría­mos en el ha­cer que si no le echá­ba­mos agua se en­du­re­cía y po­día­mos ha­cer rue­di­tas, o que el rey mago -que le lle­va­ba pre­sen­tes al Je­sús bam­bino-, con dos pa­ti­tas so­las se caía y en­ton­ces ne­ce­si­ta­ba un sos­tén con un jun­co o una rama en la es­pal­da para man­te­ner­se pa­ra­do… Es­tas co­sas in­flu­yen… Lue­go ya des­pués de años de ter­mi­na­da la es­cue­la, in­gre­sé en la Ma­nuel Bel­grano — Es­cue­la pro­fe­so­ra­do de ar­tes plás­ti­cas — , don­de te da­ban op­cio­nes para ver cuál era tu orien­ta­ción. Y esto fue algo muy na­tu­ral, fue má­gi­co ver al maes­tro Leo­ne mo­de­lar con ar­ci­lla, me con­mo­vió pro­fun­da­men­te por­que me lla­mó a mi pri­mer in­fan­cia. ¡Ca­ram­ba! Tuve como una ilu­mi­na­ción, sen­tí una cosa tan be­lla den­tro de mi organismo…eso era lo que más me gus­ta­ba. Em­pe­cé a vol­car ar­ci­lla por to­dos la­dos, co­men­cé a mo­de­lar con una pa­sión que to­da­vía sien­to. Cuan­do te­nía­mos que tra­ba­jar con la ar­ci­lla en la épo­ca in­ver­nal, to­dos pu­tea­ban por­que es­ta­ba he­la­da, y yo es­ta­ba ma­ra­vi­lla­do, la olía. Esto fue en el año 40… ¡y hoy en día si­gue pa­sán­do­me lo mis­mo!.

- Vol­vien­do a la pre­gun­ta an­te­rior en­ton­ces, po­dría­mos pen­sar que ese se­gun­do con­tac­to con la ar­ci­lla en la es­cue­la fue como un quie­bre.
-Si, por­que ya di­bu­já­ba­mos, usá­ba­mos un cla­vo para ha­cer xi­lo­gra­fia -una téc­ni­ca de gra­ba­do con taco de ma­de­ra-… pero nada me hizo el efec­to que me ge­ne­ró el mo­de­la­do.

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de la serie Los niños de Biafra, colección personal del artista. 

La experiencia en el Teatro Colón

-¿Cómo fue la ex­pe­rien­cia en el Co­lón?
-Fue una ex­pe­rien­cia mag­ní­fi­ca con un maes­tro pro­vi­den­cial, José Fio­ra­van­ti. Yo ya ha­bía he­cho mis es­tu­dios aca­dé­mi­cos, me gané la vida tra­ba­jan­do de asis­ten­te, fuí sien­do más co­no­ci­do y tra­ba­jo te­nía siem­pre. Me da­ban el so­bre con el di­ne­ro y se lo en­tre­ga­ba a mi ma­dre, que ad­mi­nis­tra­ba el di­ne­ro de la fa­mi­lia, y a mi me su­mi­nis­tra­ba para com­prar mis ele­men­tos. Es­tá­ba­mos a fi­nes del 55, año que ter­mi­nó muy ma­la­men­te, con un gol­pe mi­li­tar. En ese mo­men­to se ve­nía edi­fi­can­do el tea­tro San Mar­tín, y al ar­qui­tec­to le in­tere­sa­ba el arte y con­tra­tó pin­to­res y es­cul­to­res de tra­yec­to­ria de la épo­ca. Uno de ellos fue Fio­ra­van­ti, al que le en­car­ga­ron ha­cer un gran fri­so de 8 x 3 me­tros de al­tu­ra. Fio­ra­van­ti ya me ha­bia con­vo­ca­do por ter­ce­ra vez para tra­ba­jar; yo ya co­no­cía el pro­ce­so que ha­bía que lle­var des­de el bo­ce­to has­ta la me­di­da de­fi­ni­ti­va. Ese fue un gran tra­ba­jo para mi, el maes­tro es­ta­ba ca­sa­do con una rusa, muy bue­na pin­to­ra. Ella nos traía el sa­mo­var, una es­pe­cie de te­te­ra rusa con el té y la bo­te­lla de vod­ka para brin­dar por el tra­ba­jo. Te­nía­mos una re­la­ción muy cá­li­da. Ellos no te­nían hi­jos así que me tra­ta­ban a mí como tal.

Eran ha­bi­tué del Co­lon y te­nían abono, en los in­ter­va­los del con­cier­to se jun­ta­ban con los otros co­le­gas que iban a la con­fi­te­ría a to­mar la copa de cham­pag­ne. En una de esas char­las uno de sus ami­gos le dijo “¡Pepe!, hay un con­cur­so para po­ner­se de es­cul­tor en el tea­tro”, y él cre­yen­do que era un chis­te le dijo, “¿Cómo hay que ha­cer? ¡por­que es­toy en la mala!”. Pero su ami­go le res­pon­dió “No es un chis­te eh, ¡lo vi re­cién en el diario!”,Fioravanti me dijo que des­pués del chis­te pen­só in­me­dia­ta­men­te en mí, en que le gus­ta­ría que me pre­sen­te. Y yo, fan­fa­rron­ci­to, le dije “Maes­tro, aca­bo de ter­mi­nar mis es­tu­dios, mire si se pre­sen­tan es­cul­to­res con tra­yec­to­ria ¿que voy a ha­cer yo ahí? voy a per­der el tiem­po.” Abrió los ojos y dijo “bueno…”

Como que le dí un la­ti­ga­zo, él me traía una lin­da cosa y yo pa­re­cía que le hu­bie­ra di­cho “bueno, me­te­te­la en el orto…”. Cuan­do subimos al an­da­mio del San Mar­tín nos man­tu­vi­mos ca­lla­dos un buen rato, y en un mo­men­to dado me dijo “te quie­ro ha­blar de algo; yo soy ma­yor que tu vie­jo, pero soy tu maes­tro en el arte. Me voy a per­mi­tir dar­te un con­se­jo que tie­ne que ver con el arte, aun­que no pa­rez­ca, de éti­ca. Vos sos un chi­co ho­nes­to, tra­ba­ja­dor, y no me gus­tó esta sa­li­da tuya de que vas a per­der el tiem­po si te pre­sen­tas en un con­cur­so, ¿o cómo crees que se ha­cen los con­cur­sos? En este mo­men­to para vos es mu­cho más im­por­tan­te apren­der a par­ti­ci­par en un con­cur­so, que pen­sar que <si no lo gano no me pre­sen­to>”.

Y yo pen­sé ¡A la mier­da! Fue una cosa que me pe­ne­tró en el alma, pen­sé “qué sa­bio es este hom­bre”. Cuan­do ter­mi­nó de ha­blar me dijo, “vos hace lo que quie­ras”, y le con­tes­té “yo lo que quie­ro es dar­le un abra­zo”. Y se lo dí ahí, en el ta­blón. Me pre­sen­té al día si­guien­te, ha­bía que te­ner un ta­ller pro­pio para par­ti­ci­par, esa era la con­di­ción.

- ¿El con­cur­so era para en­trar como ayu­dan­te?
-No, por­que no ha­bía ta­ller de es­cul­tu­ra en ese mo­men­to, solo de pin­tu­ra y yo no lo sa­bía. Ba­sal­dúa, que era el di­rec­tor téc­ni­co en ese mo­men­to, pen­só que te­ner un es­cul­tor den­tro del ta­ller de es­ce­no­gra­fía era im­por­tan­te. Lla­ma­ron por te­lé­fono para co­mu­ni­car­me que el ju­ra­do se iba a pre­sen­tar tal día y tal hora, y yo pen­sa­ba, “qué apren­di­za­je, el ju­ra­do del Tea­tro Co­lón me va a exa­mi­nar”.

Yo es­ta­ba tra­ba­jan­do en una es­truc­tu­ra de car­ta­pes­ta (pa­pel con cola), ha­cien­do or­na­men­ta­ción en fies­tas mu­ni­ci­pa­les, y al­gún que otro tra­ba­jo pu­bli­ci­ta­rio. En ese en­ton­ces ha­bía fa­bri­ca­do una pier­na de car­ta­pes­ta para pu­bli­ci­tar unas me­dias de ny­lon. El ju­ra­do vino a mi ta­ller a eva­luar mi tra­ba­jo, yo ha­bía aco­mo­da­do todo para lu­cir me­jor lo que ha­bía he­cho. Me pre­gun­ta­ron si mi fa­mi­lia me ayu­da­ba con mi ac­ti­vi­dad, y yo dije que no, que vi­vía en mi casa pa­ter­na pero me es­ta­ba por ca­sar; que era ayu­dan­te de es­cul­to­res y me de­di­ca­ba a ha­cer en­car­gos. Des­pués qui­sie­ron sa­ber con qué es­cul­to­res ha­bía tra­ba­ja­do y les dije… Yrur­tia, Fio­ra­van­ti, Bigatti…se sor­pren­die­ron. Ba­sal­dúa es­ta­ba pres­tán­do­le aten­ción a un rin­cón del ta­ller que yo no ha­bía pre­pa­ra­do para que ellos ob­ser­ven. Se acer­có y aga­rró la es­cul­tu­ra de la me­dia: “tie­ne ex­pe­rien­cia en car­ta­pes­ta”. Y les dije que sí, que tra­ba­ja­ba con eso, ha­cien­do cam­pa­ñas para fies­tas pa­trias, co­ro­nas de muér­da­gos, etc… “Ah mirá que bien, ¡esto es lo que ne­ce­si­ta­mos no­so­tros!”, me di­je­ron.
Me que­dé con la lec­ción del maes­tro. Pa­sa­do el con­cur­so, yo ya ha­bía apren­di­do un mon­tón.

- ¿Y des­pués?
Pasó el tiem­po. Me casé, es­pe­ra­ba a mi pri­mer hijo. Y un día me lla­mó la se­cre­ta­ria para que me pre­sen­te tal día a tal hora, que fue­ra muy pun­tual. “¿Qué que­rrá?” pen­sé, “ci­ta­rá a to­dos para otro diá­lo­go más…” Fui tem­pra­ní­si­mo. Cuan­do lle­gó Ba­sal­dúa me dijo, “¿para qué cree que lo cité acá?” “no sé… le pre­gun­té a la se­ño­ra si ve­nían los otros pos­tu­lan­tes tam­bién”. “No, no vie­ne nin­gún otro pos­tu­lan­te, lo cité por­que le quie­ro dar una no­ti­cia que lo va a ale­grar. Lo fe­li­ci­to por­que al ju­ra­do le en­tu­sias­mó mu­cho cómo se com­por­ta, cómo tra­ba­ja sien­do tan jo­ven. A par­tir de hoy us­ted va a ser el pri­mer es­cul­tor que va a te­ner el Tea­tro Co­lón”. En el mo­men­to em­pe­cé a tra­ba­jar en el ta­ller de uti­le­ría, don­de te­nían un tra­ba­jo que ter­mi­nar para el nue­ve de ju­lio: La Tra­via­ta de Ver­di. Es­tu­ve has­ta 1970, 15 años. Du­ran­te 4 años tra­ba­jé solo, y con el tiem­po se fue co­rrien­do el ru­mor de que ha­bía un es­cul­tor tra­ba­jan­do en el tea­tro, por lo tan­to los es­ce­nó­gra­fos co­men­za­ron a in­cluir en sus di­se­ños ob­je­tos es­cul­tó­ri­cos.

La im­por­tan­cia no so­la­men­te téc­ni­ca del maes­tro, sino hu­ma­nís­ti­ca es lo que más res­ca­to. Fio­ra­van­ti con dos pa­la­bras me dio una lec­ción para toda la vida…y la siem­bro cada vez que pue­do.

Nehuen Wolf
Nehuen Wolf
Nace en Lomas de Zamora en 1990, donde hace sus estudios primarios y secundarios. Estudia dibujo con el artista Cristian Cánepa, y luego se anota en el U.N.A. en la carrera de pintura. Participa de la beca de estudios Proyectarte, y obtiene una residencia en España, Fundacion Karrvaz, posteriormente trabaja en el programa televisivo 1000 manos, de la Tv Pública donde es panelista y toma contacto con grandes artistas. Profundiza su conocimiento artistico en el taller de Nicolas Menza al que asiste durante 4 años. Fué asistente en el taller de litografía de Natalia Giachetta. Actualmente es realizador escenográfico del Teatro Colon, redactor de la revista Mutt y da clases en su taller de Lomas de Zamora donde trabaja desde el 2009.