Alguien a quien aprecio mucho me entrega un sobre de papel madera. “Es para vos”, me dice ante mi cara de sorpresa, ya que desconozco el contenido de ese paquete que contiene mi nombre en un membrete. “Es un disco”, anticipa, y me sorprendo aún más, ya que no estaba esperando ningún regalo. Lo abro y una vez más, largo un suspiro: es, a saber, el último material de Salvador Rivera, llamado Siempre hay tiempo.
Con ellos todo es así, misterio y emoción. El cuidado que le dedican a la presentación de su música habla mucho sobre la consideración que le tienen a los sonidos que crearon, y también al espectador que va a sumergirse en ellos. El disco está envuelto en un plástico que intenté no romper sin mucho éxito, cuya objetivo de vida era proteger la pieza gráfica en la que los artistas decidieron plasmar su música. Pienso dónde guardaré este disco-objeto, dónde podré lucirlo sin que se estropee. La portada es una pintura exquisita que hace honor a la mezcla de disciplinas que albergan los miembros de la banda, porque Salvador Rivera también es un proyecto audiovisual que se nutre del diseño gráfico y de la plástica, como bien se refleja en los objetos que acompañan al disco: la tarjeta de Puerto Discos –la productora independiente que formaron–, la presentación de la banda y otra pintura hecha póster y postal.
El cruce interdisciplinario también está presente en el nombre de la banda, que toma su denominación de dos pintores de habla hispana: [Salvador] Dalí y Diego [Rivera]. La banda nació como alrededor del proyecto Casa Presa, una casona vieja en el barrio porteño de Villa Urquiza que se dedicaba a fomentar una multiplicidad de artes y cultura. Se organizaban recitales y muestras artísticas, y así, en el medio de tanto amor al arte, nació la banda en 2012 de la mano de Tomás Elizalde, Javier Eyman, Sebastián Fuks, Mariano Méndez y Francisco Muschietti. El conjunto es más que un grupo musical; es un colectivo artístico que invita a la creación, y es por eso que entre sus canciones cuenta con la participación de otros talentos de la escena under porteña, como John Goodblood, Cecilia Bosso (de la banda Bourbon Sweethearts), Maxi Zetta (miembro de TIRE) y Santiago Martínez (El Kuelgue), entre tantos otros.
Así como el paquete que envuelve al disco fue pensado con tanto esmero, también puede decirse lo mismo del contenido musical: antes de grabar Siempre hay tiempo, los miembros de la banda elaboraron un guion en el que se volcó la historia de cada canción, los personajes que las habitaban y cómo cada cuento se entrelaza con los demás. Ante todo, Salvador Rivera es un sujeto, un cantautor, un narrador de canciones, y este disco es su cuento, algo así como su ópera rock.
Cada una de las canciones narra historias y escenas de la vida cotidiana, porque de eso se trata el famoso “tiempo” que da título al disco. Sus cuarenta minutos de duración no bastan para que se pueda apreciar el trabajo compositivo que hay por detrás, aunque sí fueron suficientes para que me hagan acordar a canciones sueltas que he escuchado con el correr de los años del Flaco Spinetta o en Pedro Aznar. En definitiva, es un material que requiere de varias (muchas, muchas) escuchas, pero lo bueno es que siempre hay tiempo para dedicarle a una banda como esta.