La disposición era sencilla: el público sentado en el piso, con un almohadón para cada cada asistente. Enfrente, una suerte de living con un sillón y una mesa con una computadora y una consola de sonido. Allí se ubicaron Juana Molina y el entrevistador, Tito Del Águila. La charla comenzó con una pregunta acerca del proceso de producción del nuevo álbum. La cantante señaló que estuvo un año y medio escribiendo las canciones en su casa, hasta que Odín Schwartz –músico y mano derecha de Juana– la convenció de llevar su trabajo al estudio. Así, junto a Eduardo Bergallo –quien había participado de la mezcla de los anteriores álbumes de Molina– viajaron rumbo a Estados Unidos, para grabar en el mítico estudio Sonic Ranch del estado de Texas.
Según Molina, la experiencia de grabación en el estudio es muy diferente a la hogareña: “en vez de irme a lo profundo, me fui a lo ancho”, y el horario no es indistinto: “cuando cae la noche hay menos pajaritos y perros”. Ese es el ámbito ideal; cuando no hay nadie despierto, un mundo onírico: “paso como Alicia del otro lado del estudio”, cuenta y se ríe. “Desaparecen los objetos y aparecen imágenes, soy guía y turista a la vez, sigo el sonido, obedezco”.
Ante la pregunta acerca de cuál es el modo ideal de escuchar el disco, Molina responde: “con auriculares, con un buen equipo y en un lugar muy seco”. Cuenta que años antes de que se inventara la loopera, ella ya sabía que necesitaba un objeto semejante para su música. Había probado con pistas y con secuencias, pero no se convencía. Hasta que un día en una casa de música en Nueva York consiguió lo que estaba buscando: una máquina que le permitiera trabajar sobre el mismo sonido repetido una y otra vez en forma constante. Molina describe al loop como una rueda: “avanza, el movimiento es el mismo, pura repetición, pero el paisaje va cambiando”. Atento, Tito Del Águila acota: “es ese viaje del cual sos guía”. Juana sonríe y asiente.
La segunda parte del encuentro consistió en un adelanto exclusivo de Halo, el nuevo disco de la cantante que saldrá a la luz el próximo 5 de mayo. En primer lugar asistimos al estreno de Lentísimo halo que, como señala el propio título, parece ser una síntesis de lo que vendrá a continuación. Síntesis lenta, tranquila, pero también cargada e intensa. El video, realizado por Mariano Ramis, muestra una estética de película antigua, en blanco y negro, en el que parece imposible detenerse en un cuadro en particular; por momentos resulta una confusa suma de secuencias que lentamente van tomando sentido, a medida que las imágenes se suceden unas a otras. Del mismo modo que el loop musical, las imágenes se repiten, pero el film avanza sobre esa repetición.
Luego del video, la pantalla se puso en negro y el lugar quedó casi a oscuras. Alguien se acuesta y como una especie de efecto dominó, todos empiezan a copiarlo. Enseguida, casi todos los presentes estamos acostados, con la cabeza en la almohada. Hasta el final de la jornada, miramos a cada rato la pantalla, que se enciende para indicar el nombre de la próxima canción y mostrar algún efecto muy sutil, como algunos puntos de colores iluminándose para luego desvanecerse.
La primera canción es Paraguaya: una percusión casi rústica, sonidos de madera que se combinan con finos arreglos. Igual que antes, la melodía avanza sobre una armonía que se repite una y otra vez. Suena Sin dones: la voz de Molina confirma que “apareció una claridad inesperada”, y en medio de un trance colectivo cada vez más profundo, entra el sonido de la batería cada vez con mayor claridad; “la música sigue aún sin el don de la belleza”. Siguen In the lassa y Cálculos y oráculos. Juana nos canta sobre los sueños, y el ambiente no podría ser más propicio: si para la cantante el disco debía escucharse con auriculares, el cronista agrega que es un disco para escuchar acostados. “Soñé que hablábamos, decías que mejor no cruzáramos”: lo onírico se hace presente y al escuchar el disco entendemos mejor las palabras de Juana sobre el estudio y la noche. Las canciones parecen consecuencias (casi) lógicas de un estado nocturno, de oscuridad, de calma, de sonidos entre silencios. Lo calculado y lo profético: el disco emerge como un discurso ubicado entre la vigilia y el sueño. La temporalidad se pone en crisis: si la música se apoya sobre loops –repeticiones de iguales de unos segundos– el sueño tiene algo similar: el desarrollo de una historia que, en verdad, no dura más que un instante.
Escuchamos Los pies helados. Todavía acostados, algunos empiezan a alzar sus brazos y moverlos, como parte de una coreografía improvisada: con ternura, casi a oscuras. Con Cara de espejo, Molina habla de la vivencia inédita: “una experiencia que hasta ahora no explicó ninguna ciencia”. La definición parece válida para la escucha de Halo. La noche se cierra con Estalactitas: a modo de despedida, oímos: “algún día me olvidarás, alguna vez te olvidaré, y nunca más volverá lo que alguna vez fue”. El sonido rústico devino en una electrónica detallista, en la que ningún sonido queda librado al azar. El bajo se repite, la loopera nos devuelve el mismo sonido una y otra vez. Salimos de la cúpula agradecidos: la rueda gira y el paisaje cambia. Es Juana Molina, como siempre, repitiéndose, pero siempre entregando nuevas experiencias. Esta vez, una soñada y llamada Halo.
Lentísimo halo
Red Bull Music Academy se presenta como “una institución musical global comprometida con el fomento de la creatividad en la música. Celebra la música, su cultura y las mentes que hay por detrás. Es una plataforma pensada para los que marcan la diferencia en el panorama de la música actual”. Desde su creación en 1998 ha presentado una serie de workshops íntimos, largas sesiones de estudio y extraordinarios conciertos y sets en una ciudad distinta cada año. El RBMA 2018 se llevará a cabo en Berlín y su inscripción se extenderá desde el 1 de mayo hasta el 4 de septiembre.