Silvosa es un apasionado de su arte, tanto, que viajó a los Estados Unidos para aprender el oficio de técnico en reparación en The Immortal Piano Company. Tiene un piano de 1886 y quiere hacerlo durar otros ciento treinta años.
¿Cómo nace tu viaje musical?
Maravillado por un misterio. La verdad es que no sabría decir lo que es la música, hasta el día de hoy para mí sigue siendo una incógnita. Creo que no existe en sí misma, sólo tiene lugar como una especie de sensación simbiótica, porque hace falta un oyente activo para que un material sonoro se transforme en música o en ruido. Más allá de las incertidumbres técnicas, siempre me gustó pensar que hacer música propia es interpretarse a uno mismo, y desde ese lugar puede ser una herramienta de autoconocimiento.
Hablame de tu relación con el instrumento que tocás, el piano.
El piano permite un entendimiento integral de los diferentes elementos que conviven en la música; se pueden tocar obras solistas o componer pensando en banda, es un instrumento fascinante. De pibe estudié clásico un par de años, a los 19 entré al conservatorio y de ahí pasé a la Escuela de Música Popular de Avellaneda pero nunca terminé de encontrar mi lugar en las instituciones ni en los géneros musicales. Hoy sigo buscando, por suerte, al lado de gente que está en la misma, que cree que en definitiva música hay una sola y la encara sin prejuicios. Estando en Portland, Oregon, Estados Unidos, dejé de tocar por un tiempo para aprender en The Immortal Piano Company el oficio de técnico en reparación. Mi maestra fue Martha, quien se hacía llamar la Reina de los Pianos Muertos, y se especializaba en traer de vuelta a la vida instrumentos anteriores a 1920. A pesar de que no le gustaba la música, creía que valía la pena salvarlos porque entendía la cantidad de recursos que habían sido necesarios para construir semejante maquinaria. Cada pieza del mecanismo influye sobre la siguiente, y hace falta un trabajo milimétrico para poner el instrumento a punto. Aún para los grandes concertistas sería muy difícil la ejecución de ciertas obras sin el trabajo de los técnicos y, lamentablemente, este oficio está en vías de extinción. Mi piano es un Rordorf de 1886, lo ajusto dos veces por año y voy a hacer lo posible para que dure ciento treinta años más.
Estuve escuchando Vuda, el nuevo material de tu banda, La Magnisima Gronda. Me pareció un disco cálido donde todo suena muy bien. ¿Cómo fue hacerlo?
Ser parte de un disco es una de las experiencias más lindas de la vida, sobre todo si se comparte con amistades. Vuda lo compusimos y arreglamos entre todos los integrantes de la banda; hicimos una pre-producción muy detallada puertas adentro en Oiga música (el estudio de Nacho Gulias, vocalista y guitarrista de la banda) pero, a diferencia del primer disco, esta vez queríamos compartir el proceso con alguien más. Alguien que quisiera involucrarse de forma integral con el proyecto, y pudiese aportar un nuevo enfoque sobre los temas. Tuvimos la suerte de encontrarnos con Feco Escofet, quien nos abrió las puertas de Mawi Road y nos hizo sentir como en casa desde el primer momento. Cada día que salíamos para Ingeniero Maschwitz era como arrancar una aventura, un viaje a un lugar mágico. Grabamos entre charlas y mates, salíamos un rato a caminar por el parque y escuchar el arroyo, yo incluso dormí varias siestas. También participaron del proyecto varios amigos, y contamos con el asesoramiento de Sebastian “Tano” Cavalletti para grabar las baterías. Encarar cada día de trabajo de esa forma fue un placer inmenso, y creo que esta energía se siente en el resultado final del disco.
¿Cómo sigue el calendario de shows en vivo para la banda?
Ivana [Traboulsi], la violinista y Nacho, guitarrista/vocalista están de gira por Europa tocando los temas de la banda a dúo. Mientras tanto, los demás nos quedamos preparando un ciclo en el Teatro de la Media Legua (en la ciudad de Martínez, Buenos Aires) para presentar las dos caras de La Magnisima Gronda, los días 29 de septiembre y 27 de octubre. La primera hace hincapié en los elementos de nuestro folklore, e incluye canciones como “Truco a esa” o “Camila”. La otra cara está más cerca del rock: últimamente usamos mucha distorsión y efectos, una búsqueda lejos de lo acústico que abrió un espacio totalmente nuevo para la banda. En este sentido, la canción “Camino en los recuerdos” es un buen ejemplo para escuchar un atisbo de esta sonoridad. La idea del ciclo es que nuestro público pueda elegir a qué show acercarse, como para poder disfrutar de lo que más le gusta. ¡Ojalá vengan todos a los dos!
¿Considerás que hay una renovación musical en el under?
Creo que la renovación es constante y cíclica: por ejemplo, el tango y el folklore estuvieron relegados de la escena durante mucho tiempo, y hoy son varios los artistas del under que se acercan a sus lenguajes para reinventarlos y crear algo nuevo. Hay grandes referentes en Buenos Aires que incentivan esta búsqueda, como es el caso de Diego Schissi.
¿Qué bandas de la nueva escena te gustan?
Aqualactica, Ainda dúo, Ines Güemes, El zar, Ine Maguire y La familia de ukeleles. No sé si es tan under y lamentablemente ya no está tocando, pero no quiero dejar pasar la oportunidad de mencionar a Puente Celeste, una de mis bandas preferidas de los últimos tiempos, ojalá vuelvan a juntarse.