La realidad golpea en la cara y demuestra que, en los eventos del underground porteño –y no tanto- jamás se respetan los horarios pautados. Luego de comprobar que llegué lo suficientemente temprano como para estar boyando un buen rato sin nada que hacer, me dispongo a dirigirme al abasto, lugar que detesto, para hacer otra cosa que también detesto: usar el baño público.
Pasada la ingrata experiencia que, por cariño a un posible lector, no viene al caso que describa, retorno a Uniclub para obtener mi entrada. El boletero, que supera mis expectativas –seré un fóbico insaciable, pero difícilmente tengo buenas experiencias con el trabajador del ámbito del rock- no solo me trata bien sino que me saca una sonrisa. La muchedumbre comienza a agolparse sobre la vereda del boliche y se respira un aire fraternal. Las risas, reconozco, me generan un poco de envidia: los yeites de ir solo a eventos, pienso. Lamento y promesa.
Ya dentro del lugar, comienzan a volar las primeras vibraciones cargadas de distorsión. Rey Onírico se dispone a abrir la noche dando pasos de volumen abismal, como de costumbre. Es la primera vez que tocan en este espacio, luego de un esfuerzo de años pisando sótanos, pasto de parques y escenarios improvisados. Suenan, una vez más, con una contundencia enorme, y la velocidad en la ejecución, en paralelo a algunos errores ansiosos que no hacen más que enriquecer la performance, coronan las canciones y despiertan vítores en el público amigo. El show se desarrolla in crescendo y cánticos provenientes de la audiencia acerca de ansiolíticos, y de lo mucho que disfrutan viendo la banda, cierran el círculo.
En mi opinión, una obra debe poder llevarte de un lado a otro, jugar con el misterio constantemente. Si logra mantener la incertidumbre, entonces ha cumplido su objetivo. Aunque conozcas sus temas de memoria, Rey Onírico tiene la cualidad de mantener esa inquietud en la cual no sabés cuál será el próximo paso.
Primer receso. Procedo a ir a buscar una cerveza para pasar el rato ya que, al haber asistido en solitario, no tengo con quien compartir la experiencia recientemente vivida. Me recuerdo entonces que el móvil por el cual me dispuse a asistir conmigo mismo al recital, fue el de romper con las barreras simbólicas que solemos imponernos y que hacen que potenciales relaciones sociales y humanas entre pares jamás sucedan. Me cruzo a un Juan Bagnato (guitarrista y cantante de la banda) todavía emotivo por lo que acababa de suceder, e intercambiamos unas breves palabras (teniendo en cuenta que jamás habíamos cruzado palabra antes, démosme el crédito, estaba haciendo frente a mi fobia social). Cruzamos unas palabras y prometemos volver a charlarnos en breve. Me dirijo ahora al stand de discos y remeras, en donde me recibe Luca, integrante de La Tumba del Alca, y –sin exagerar- quedo sorprendido ante la calidez con que se dispone a charlar conmigo. Le cuento de la revista, el me cuenta de sus proyectos, Sello Cabello y el Taller de Remedios (sello discográfico y taller artístico, respectivamente), encargados de darle forma a los discos de hartas bandas de la zona. Anonadado por tan grata conversación, acordamos un pronto encuentro para ahondar en el tema.
Cuando entra en escena MALVIAJE, observo con suma atención ya que es la primera vez que los oigo. Si de prejuicios se trata, a juzgar por la corta edad que denotan los tres integrantes de la banda, no esperaba que la propuesta fuera tal. El cliché fue lo primero que se me vino a la mente: escucharlos no es en absoluto un mal viaje, si no todo lo contrario. Alternando sonidos limpios cristalinos con distorsiones guarras, escupen un rock matemático en el que el contenido y la forma son conceptos fundantes. Tras una lista corta pero concisa, con altura pidieron el famoso bis, concedido en primera instancia pero denegado luego incómodamente por cuestiones de tiempo.
Los aires caldeados de cerveza y humo de marihuana fueron el terreno idóneo para cuando se abrió el telón por última vez y apareció Persona. Con tempos concisos parecen emular la fuerza que inspira el mamífero paquidermo que le da forma a su primer álbum de estudio. Las guitarras de Gustavo Hernández y Lucas Podestá, que se funden formando lo que a simple vista parece un mismo concepto, se apoyan en el hormigón que construyen Santiago Adano en bajo y Esteban Podestá en batería. Me deleito con notas eternas y una espacialidad facilitada por efectos de delay y reverb, de la cual se hace difícil salir. Luego de varios temas, sube de invitado Pepo Limeres (ex Pez, actual Pasajero Luminoso) en teclados, como para sumar un recurso mas a la paleta de colores. Decido que Persona es la banda experimental del rubro con mejor relación calidad-precio para ver hoy en día, y que en la ardua tarea de caracterizarlos bajo un género, el mejor mote que puedo encontrarles es el de “banda para escuchar en la ruta”.
El evento da por terminado y seres satisfechos desalojan el lugar. Camino hacia mi hogar mientras las ideas producto de la estimulación germinan en mi cabeza. Caigo en la cuenta de que todo esto es más que un par de bandas que congenian una fecha en conjunto…
El circuito central es hermético, y los movimientos alternativos en distintos puntos del Gran Buenos Aires surgen a modo de réplica. En este caso, desde Escobar y para el mundo, hace años se generan variantes en distintas corrientes creativas que sortean la lógica de consumo, y que pregonan el desarrollo artístico por el simple hecho de hacer. El Festival AntiEgo es uno de tantos maravillosos ejemplos. Pero eso ya es alimento para otras líneas.
Por Chino Romero.
Para iniciarte en el ruido: