“Cualquier gran obra de arte revive y reajusta el tiempo y el espacio, y la medida de su éxito es la medida en que te hace un habitante de ese mundo: la medida en que te invita a entrar y deja respirar su extraño, especial aire.”
Leonard Bernstein
Mark Johnson es un filósofo estadounidense que alcanzó su fama junto a George Lakoff con su libro Metáforas de la vida cotidiana. En él plantean una forma diferente de pensar nuestra cognición y nuestra relación con el mundo a partir del uso de metáforas que nos permiten comprenderlo. ¿Qué se entiende por “experiencia estética” dentro de esta teoría? En el año 2015 Johnson escribió un pequeño artículo titulado “La estética de la vida corporeizada” (The Aestetics of Embodied Life). En este artículo, él argumenta en contra de una posición subjetivista de la estética, aquella que la relega a una mera teoría basada en sentimientos o sensaciones (que son pensados como no cognitivas, no racionales y privadas). Esta idea fue la que dio origen a la disciplina filosófica e histórica de la Estética durante el Iluminismo y cuyo máximo exponente fue Inmannuel Kant. Según Johnson, el hecho de tener una experiencia estética está intrínsecamente relacionado con el sentido de nuestra propia vida, con las cosas a las cuales les damos algún valor o importancia. El arte así pasa ser un ejemplo paradigmático de lo que John Dewey (otro filósofo estadounidense) llama “hacer o dar sentido”.
Para entender un poco todo esto hay que partir de la idea de “ser humano” que tiene Johnson, que es parte de una visión corporeizada: es decir, que un ser vivo como nosotros tiene una relación con el mundo en el que habita donde se producen vínculos fuertemente emocionales y valorativos, no sólo con nuestros pares sino con ese mundo en sí. Al vivir en él realizamos incontables acciones que están guiadas por aquello que deseamos y valoramos, y no nos da lo mismo cualquier cosa sino que buscamos activamente aquello que queremos y que nos parece importante. Nuestra experiencia estética está basada en esta relación que tenemos con el mundo, y el sentido que le damos a lo que nos rodea proviene de los mismos patrones, imágenes, conceptos, cualidades, emociones y sentimientos que constituyen nuestra percepción y nuestra acción sobre ese mundo. La experiencia estética es algo que sentimos en mayor o menor grado no solo ante una obra de arte sino ante cualquiera de nuestras vivencias cotidianas.
Para sostener esto, Johnson explica que su postura considera que un objeto o un evento tiene siempre un valor o un sentido para nosotros cuando lo percibimos. Este sentido se produce en la interacción mutua entre el objeto y nosotros mismos. Por ejemplo, cuando vemos una silla, inevitablemente la vemos como “algo para sentarse” y ese es el sentido que le imprimimos. Pero eso no está en el objeto mismo sino en nuestra relación con él y esto puede cambiar tanto si perteneciéramos a una cultura donde no existen las sillas como si estuviéramos más cansados que lo normal (y empezamos a ver sillas o lugares que nos invitan a sentarnos en cualquier lado). Es decir, todo objeto es percibido como algo que nos habilita a hacer otra cosa, que provee de ciertas posibilidades para actuar. Pero también esto incluye todas nuestras respuestas emocionales asociadas con el objeto que percibimos y el rol que estos juegan en nuestras vidas. Si de chico siempre perdíamos en el juego de la silla, quizás no las veríamos de igual manera que otras personas. Es decir, un objeto percibido es mucho más que una cosa; lo que hacemos al percibirlo es activar una serie de significados, tanto culturales como personales, que nos remiten a una forma de actuar en el mundo. El punto de Johnson es que estas posibilidades para la acción que dan sentido a nuestro universo dependen tanto de la naturaleza de nuestros cuerpos como de la estructura del ambiente o del lugar mismo en el que vivimos.
Vivimos en un mundo lleno de propiedades cualitativas (colores, olores, sabores, etcétera). Estas cualidades son modos de interacción mediante los cuales un organismo puede distinguir aspectos significativos de sí mismo y del universo. En relación a Dewey, Johnson va a sostener que todo lo que experimentamos está signado por una única cualidad que le da a la experiencia cierta identidad y sentido distintivas. Esto puede verse claramente en el encuentro con una obra de arte, ya que allí este sentido distintivo se ve más intensificado. Una de las razones por las cuales valoramos positivamente al arte es por su capacidad de presentar ciertos aspectos cualitativos de la experiencia que resultan difíciles o imposibles de capturar mediante palabras y conceptos. Un poema, un cuadro, una obra teatral nos inducen a tener una experiencia estética: no describen ni representan las cualidades de una situación sino que facilitan la experiencia misma. Lo importante del sentido que nos generan todas nuestras experiencias en el mundo, incluyendo las que tenemos frente a las obras de arte, es que podemos sentirlas incluso antes de pensar acerca de ellas o analizarlas. Es más, cualquier intento por conceptualizar esa unidad de sentido necesariamente va a seleccionar alguna cualidad en particular y, por lo tanto, perderemos la unidad cualitativa del todo. Si leemos la mitad de un poema, nos generará una sensación totalmente diferente que el leerlo por completo (y obviamente no será medio sensación).
Si bien el componente emocional fue tratado de manera despectiva en favor del componente cognitivo de la experiencia, en la actualidad se sabe que cualquier experiencia que tengamos va a estar acompañada siempre de una carga emocional, y que separar emoción de cognición es caer en una falsa dicotomía. Según ciertas investigaciones neurocientíficas como las de Antonio Damasio (neurólogo portugués), las emociones tienen una importancia evolutiva fundamental al monitorear constantemente nuestra situación en el mundo y responder ante cualquier cambio significativo. Cuando sentimos algún cambio en nuestro estado corporal, nos volvemos conscientes de ello a partir de una serie de sensaciones que denotan sus cualidades dimensionales y sus componentes distintivos. Esto es, las emociones tienen características estéticas. Como sensación, tienen una dimensión cualitativa y, por lo tanto, pueden cambiar su cualidad, intensidad, velocidad y dirección. Podemos pensar en la sensación que nos genera la vergüenza o la ansiedad (sube la adrenalina, la presión sanguínea, la tensión de nuestro cuerpo, el miedo incipiente) y eso nos produce inseguridad en nosotros mismos que se ve reforzada por las circunstancias. El miedo posee un significado visceral y corporeizado.
En el campo del arte, este nos permite experimentar la dimensión estética de las emociones de una manera más intensa, la cual no aparece normalmente en nuestra vida cotidiana. El arte nos permite evocar respuestas emocionales a través de las imágenes que nos ayudan a vivenciar o experimentar fuertes sensaciones y sentimientos, sean estas positivas o negativas. Podemos incluso apreciar cómo cambian en cualidad, fuerza, dirección, forma o movimiento. La música suele ser la rama del arte donde mejor se puede ver esto, porque la experiencia musical es una forma de movimiento metafórico. Para ilustrar esto, Johnson va a utilizar las primeras estrofas de Cantando bajo la lluvia (Singin in the Rain).
Don Lockwood (Gene Kelly) besa a Kayh Selden (Debbie Reynolds) y se va bajo la lluvia con gran alegría cantando “doo dloo doo doo doo / doo dloo doo doo doo / doo dloo doo doo doo”. El ritmo de este canto alegre se produce mientras se desliza y camina por la calle. Su andar es abierto, libre, elegante y fluye naturalmente, sin ninguna insinuación de algún problema. Las personas enojadas, asustadas o tensas no van cantando “doo dloo doo doo”. Don hace una pausa, levanta la cara hacia la lluvia, encoge los hombros y cierra el paraguas, abrazando la lluvia que cae sobre su semblante sonriente. Se da vuelta para caminar otra vez, y comienza: “I’m siiiiing–in in the rain/Just siiiiing-in in the rain/What a glooor-i-ous feeeeel-ing/I’m haaaa-py again!”. El “I’m” es un re grave, del que salta al mi de la siguiente octava aguda para el “siiing” de “siiing-in in the rain”. El arco que va de “I’m” a “siiiing” es una sensación de tensión emocional positiva, un aumento de pura alegría reflejado en su caminar flotante, con su rostro que mira hacia arriba y su postura abierta. El contorno melódico se eleva y cae a medida que avanza. Cuando llega a “What glooor-i-ous feeeeel-ing” asciende de un re grave en “gloo” al sol de la siguiente escala en “ri”, sube un tono al la de esa tesitura en “ous”, va al siguiente do agudo en “feeeel”, para volver a bajar al la anterior en “ing”. El efecto es una hinchazón sentida como positiva que sube rápidamente y luego decae mientras se derrama por todo el ambiente. Analizar el contorno melódico en términos de tonalidades parece casi ridículo, porque el hecho es que de inmediato sentimos esta alegría expansiva y flotante cuando escuchamos a Kelly cantar.
Todo esto puede parecer bastante obvio, pero la sensación del contorno del movimiento musical es una vivencia concreta de un patrón familiar de emociones que todos conocemos y deseamos. Incluso cuando Kelly canta “Let the stormy clouds chase/Every one from the place/Come on with rain” (palabras que pueden sugerir una imagen melancólica), la melodía que la acompaña contrarrestra esta posibilidad melancólica con sus infatigables cualidades alegres que inmediatamente confirman lo que viene en la siguiente línea: “I have a smiiiiile on my face!”. Esto lo canta en el mismo momento en el que se detiene, abre sus brazos ampliamente, mira hacia arriba (de donde viene la lluvia) y sonríe tanto como como para tragarse la tormenta, en una imagen icónica que captura enteramente la característica de la escena. Ninguna descripción de esta escena puede capturar y mostrarnos lo que es obvio para todos, aquello que es imposible poner en simples palabras.
La estética no debe ser vista únicamente como aquella disciplina surgida durante la ilustración que la proponía como una exploración teórica de la naturaleza del arte, o algún tipo de experiencia diferente que tenemos cuando vemos una obra artística. Más bien, la estética es algo que está intrínsecamente relacionado con todos los procesos mediantes los cuales cualquier aspecto de nuestra experiencia puede ser significativo para nosotros. Esto es lo que Johnson llama la “estética del significado enactivo o “de la vida enactiva”. Desde este punto de vista, el arte no es un tipo particular de actividad (opuesta a la ciencia, política, religión o filosofía), sino que es una forma de llevar a cabo las posibilidades de dar un sentido a lo que nos rodea y que están enraizadas en nuestra experiencia cotidiana del mundo. Las obras de arte son realizaciones complejas hechas con la misma materia con la cual convivimos diariamente, pero que nos pueden otorgar un sentido más intenso. Esto mismo ya lo proponía Dewey hace casi un siglo en su libro El arte como experiencia (Art as Experience).
“El arte en su forma, unifica la misma relación de hacer y experimentar, aquella energía entrante y saliente que hace a la experiencia ser una experiencia. Debido a la eliminación de todo lo que no contribuye a la organización mutua de los factores de acción y recepción de uno sobre lo otro, y debido a elegir únicamente los aspectos y rasgos que contribuyen a su interprenetación de uno con otro, el producto es una obra de arte estético”.
El arte nos parece importante, no sólo porque nos puede llegar a entretener, sino más bien porque nos permite vivenciar otros mundos, o al menos, otros tipos de experiencias que nos muestran nuestras amplias y profundas posibilidades dentro del sentido humano. Y esto lo hace al usar los elementos significativos de nuestra práctica que constituyen nuestras percepciones, juicios y acciones cotidianas.
Las obras de arte no representan objetos, eventos, significados, conocimientos o experiencias, sino que nos dan la posibilidad para dar sentido y valor de una cierta forma particular. Las obras de Tomás Saraceno invitan a experimentar esto mismo: con sus imágenes es imposible pensarnos como meros espectadores ya que estamos obligados a interactuar con ellas. Tal como comenta en una imperdible charla TED, nunca vemos la realidad misma ya que estamos en interacción constante con ella a través de nuestros deseos. Al entrar en contacto con obras así se nos pone de manifiesto que no existen los límites claros entre uno mismo y el medio (sea este físico, social o cultural).
De esta manera Mark Johnson nos invita a pensar nuestra relación con el mundo y con el arte específicamente de una manera distinta de la tradicional. Vimos cómo aquello que nos parece tan cercano, tan íntimo, evidente y básico como es el tener una experiencia estética se vuelve algo mucho más complejo a la hora de analizarlo. Porque la filosofía muestra que lo básico es, en verdad, lo más complejo.