La receta, de origen precolombina, contempla las turmas de la tierra (como se le decía por el 1590 a las papas) como principal protagonista de este guiso transfigurado por el tiempo y los insumos a disposición. Ingredientes como la panceta, el chorizo y la gran variedad de carnes agregadas son adiciones opcionales, aunque muchos difieran.
Podés comer un Locro de vegetales, maíz y poroto (la trinidad inalterable) y seguir comiendo tradición sin distinción. La base invariable del sabor, que se ama, se respeta y se replica desde hace tanto, han de ser el zapallo –que determina sabor, textura y color–, las batatas, las cebollas, las papas, el perejil, el puerro, y un etcétera tan extenso como el fondo de tu bolsillo.
Sobre todo se necesita mucho tiempo, paciencia y amor, tríada que dota de alma a este emblema culinario de la tradición y la historia de la Patria argentina.
Y como este guiso, más que un guiso es un poema de alto contenido calórico, pongo al plato el abreboca de una canción que escribí mientras hervía mi Locro primogénito, en mi cocina del año pasado.
“…Manjar de pobres ancestrales,
que en su sabia lentitud cuece
la Libertad abriéndose paso
en una Nación que lucha y crece.
Locro Loco, Locro Divino,
en el paladar honras y exaltas
al grandioso pueblo Argentino.”