A decir verdad, las pocas personas que conocen la botica del Ángel es porque han pasado por la puerta y les ha llamado la atención, o porque pertenecen a una generación anterior, que la recuerda con nostalgia, junto a la figura de Eduardo Bergara Leumann. Actualmente pertenece a la Universidad del Salvador y se realizan visitas guiadas junto con algunos espectáculos de tango y teatro.
Este edificio de tres pisos se compone en su totalidad de una vasta colección del arte argentino de fines del siglo XX que va desde tango hasta arquitectura, pasando por teatro, televisión, pintura y escultura. Creada por Eduardo Bergara Leumann (Buenos Aires 5 de septiembre de 1932- Buenos Aires, 5 de septiembre de 2008) durante los años setenta, la Botica recibió personalidades destacadas de todas las ramas del arte que buscaban mostrar sus creaciones y proyectos, conversar con Eduardo o, incluso, recibir sus consejos.
Asimismo, la Botica fue uno de los centros pioneros del café-concert, aquellos típicos cafetines donde todavía hoy se puede disfrutar de un espectáculo de música o de teatro gracias al error de un carpintero que confundió las medidas de una tarima. Por su escenario pasaron personalidades como Nacha Guevara y Susana Rinaldi, entre tantísimas otras. Los espectáculos respondían a las ocurrencias de Bergara Leumann, quien cada semana salía con algo nuevo. Una de estas ideas fue la intervención del vestido de Susana Rinaldi por medio de la mano de Antonio Berni. A su vez, ante una “falta de talento para la actuación” tal como él mismo solía señalar, Bergara Leumann se paraba delante del público y jugaba con ellos entreteniéndolos, pero también riéndose de ellos, por medio de comentarios jocosos de lo que llevaban puesto. Con semejante personalidad, logró ganarse el cariño de todos, incluso de aquellos más difíciles.
Lejos de ser historia, este espacio sigue vivo y sigue llamando la atención de cualquier transeúnte que pase por delante de él. Cuando uno se aproxima a la Botica, percibe de inmediato cómo irrumpe en la cotidianeidad porteña, no sólo de manera visual sino también material y espiritual. Primero, una fachada totalmente disonante con el resto de los edificios de la zona, que emula una iglesia de estilo variado y, sin duda, muy particular, se levanta entre viviendas y comercios del barrio de Monserrat. Al ingresar nos encontramos con un espacio totalmente nuevo, variado y emocionante que nos invita de buenas a primeras a dejar atrás nuestro día a día, las contingencias y los problemas para embelesarnos con un sinfín de objetos y referencias al arte y al espectáculo. Así, los ojos se vuelven cada vez más curiosos ante la vasta sucesión de detalles que se conectan unos con otros ofreciéndonos diversos recorridos.
La armonía de ese espacio se conjuga una y otra vez, ida y vuelta, descubriendo en cada trayecto, recovecos y habitaciones con infinitas referencias al pasado (para nada remoto) del arte y la cultura argentina. Desde un comienzo, el espacio nos absorbe y nos lleva por un recorrido donde “no alcanzan los ojos para ver todo lo que hay”, descubriendo no solo objetos estéticos y personalidades célebres que han dejado su marca en los muros y las esquinas, sino un estilo decorativo completamente distinto. Lejos de abrumar, esta concatenación empedernida, propia de un coleccionista como lo fue Bergara Leumann, lo invitan a uno a sumergirse en el arte, el placer y una hermosa parte de nuestra historia. El abigarramiento no cansa, al contrario, anima e incita al espectador a seguir, a zambullirse cada vez más. Esta casa de tres pisos es una verdadera aventura que sorprende a cada instante con diseños muy osados que se constituyen también obras de arte en sí mismas.
“Todo se olvida con el champagne”.
Cada espacio, ya sea en una pared, en la escalera o en la taza del inodoro en el baño (¡por lo menos en el de mujeres!) son una excusa para dar rienda suelta a lo estético. Una obra, una fotografía, una cita de algún artista o escritor o una guarda, el acabado de un muro o el vaso de un ramo de flores. Arte y decoración borran sus límites en la Botica y piden ser llamados de otra manera. Ya no hay tal división porque todo forma parte de una única obra de arte, producto de la mente del gran Bergara Leumann en creación colectiva con sus amigos y conocidos, agradecidos siempre de sus favores y buenas recomendaciones.
Pasillo Di Tella.
Este lugar mágico, bello y apasionante es uno de los puntos nodales de la cultura porteña y argentina, donde confluyen las artes y la literatura de una manera particular e insuperable. Una visita no alcanza para conocerlo ni retenerlo todo, la Botica del Ángel queda en el corazón y reclama ser visitado una y otra vez, como un viejo amigo al que hace mucho que no vemos.
Por Sofía López