Muchas veces se tendió a leer las obras de Butler únicamente a través de su condición de sacerdote, buscando en ellas un contenido oculto más allá de lo visible. Sin embargo, la exposición La imagen sin tiempo, curada por Tatiana Kohen, nos propone una nueva lectura que se aleja del contenido místico, para acercarse al artista en sí mismo. A lo largo de toda la sala encontramos obras agrupadas por temáticas: paisajes de aquí y de allá, retratos, dibujos, murales que se distribuyen por el espacio dejando de lado el orden cronológico. Además, la reproducción de uno de sus vitrales más famosos dispuesto sobre el ventanal de ingreso y un falso reflejo proyectado en el piso, sorprenden al espectador y lo sumergen en esta otra dimensión, donde el tiempo parece no existir.
De origen cordobés, a los dieciséis años Butler ingresó a la orden dominica y a los veintisiete se ordenó sacerdote. Si bien en 1908 viajó a Roma con el propósito de estudiar derecho canónico, las clases que había tomado a lo largo de su vida en Córdoba con Horacio Mossi y Emilio Caraffa, sin dudas torcieron su rumbo. Al poco tiempo se mudó a Florencia e ingresó en la Academia libre. Allí además tomó contacto con los frescos de Fra Angélico (1390–1455), quien además de artista era también integrante de la orden dominica. Butler admiró no sólo su técnica renacentista (combinación del estilo gótico y realista de su tiempo) sino mayormente lo que él definía como el “contenido emotivo” y cargado de sentimientos religiosos de las obras.
Sus autorretratos dan cuenta de su doble condición de artista y sacerdote. Mientras en los primeros casos se retrataba sobre un fondo neutro, cuando aparecía de sacerdote lo hacía portando la vestimenta adecuada, rodeado de un entorno religioso y con una actitud sobria e introspectiva. En el caso que aquí traemos, mira al espectador fijamente interpelándolo sin por ello reclamarle algo.
Ahora bien, sus obras no reflejan la realidad circundante, no hay un relato de actualidad que apele a lo social ni a lo político. Tampoco remiten a un tiempo pasado. En Butler el tiempo parece no existir, parece haber sido detenido infinitamente en un instante que no es en absoluto fugaz, sino permanente y estoico. Sus paisajes son una prueba de ello. A lo largo de su vida, Butler pintó los diversos paisajes que transitó cargándolos de parsimonia y serenidad. En muchas de ellas, encontramos escenas del crepúsculo o de media tarde, en las que las sombras cobran una gran importancia, ofreciendo no solo un gran contraste compositivo sino también de cargado valor emotivo.
Viendo sus obras, pareciera que los espacios fueran más importantes que las personas. Al recorrer la muestra nos encontramos con un sinfín de paisajes pero casi muy pocos personajes en ellos. Salvando los retratos, las personas no son reconocibles: están representados de manera difusa o negándole el rostro al espectador. Pero tal como Delfina Bunge de Gálvez una vez sostuvo: “La obra de Butler no es un paisaje o un jardín determinados, sino un ambiente”. Sus obras no constituyen los objetos allí representados, las temáticas a las que apeló o las técnicas de las que se valió sino que son estados de ánimo. Al recorrer esta muestra, el espectador se lleva sensaciones y, definitivamente, no sale igual a como entró. Más allá de lo racional, hay en este artista una búsqueda espiritual que trasciende lo religioso.
Otro dato interesante de Butler: como fiel admirador de Fra Angelico, su máxima aspiración artística fue el poder pintar un mural y, si bien nunca recibió un encargo de propia orden, en 1930 concretó un ciclo para la iglesia de la Inmaculada Concepción de Villa María en Córdoba. Para este trabajo Butler realizó una serie de bocetos en cartones, donde se puede percibir una frescura y soltura en el tratamiento de las figura que luego se perdieron en el muro. Este trabajo, al igual los vitrales que realizó a lo largo de su vida, son presentados en esta exhibición por medio de un video y reproducciones fotográficas, junto a textos que acompañan y complementan la información.
En tiempos en los que todo es inmediato, fugaz y endeble, la muestra La imagen sin tiempo puede significar un gran cambio en el día. Como una especie de desconexión con el abrumador trajín cotidiano, las obras de Butler nos llevan a esa otra dimensión donde el sol siempre brilla y nada nunca acaba.