Paso a buscar a una amiga, una poeta cósmica, y llegamos juntos y mojados a la lectura. Hay quienes piensan que las lluvias son poéticas, pero yo no comparto esa opinión. Para mí, lo más poético del mundo es la luna, y precisamente cuando llueve, la luna no se puede ver. Las lluvias pueden ser poéticas si uno está en un hogar con algo caliente entre las manos, pero en este caso estábamos caminando por una oscura y poco hospitalaria calle en el centro geográfico exacto de la tormentosa ciudad de Buenos Aires.
Entramos al Centro Cultural y en el escenario hay un joven cantautor jorgedrexleriano: el público es exactamente 19 personas. Miro alrededor: en la pared de la izquierda hay exhibidas fotos de paisajes de un fotógrafo ahí nombrado, a la derecha hay algunos libros en un estante, un calendario lunar y un cartel con una consigna en contra de que las mujeres sean asesinadas. Atrás están la barra y el baño. Nos sentamos en unos almohadones sobre el suelo, yo pedí unas empanadas en el bufet vegano (en el que solo había empanadas de verdura). Por el tipo de música y porque llevaba una gorra sospeché que el cantautor podría ser uruguayo, y mis sospechas aumentaron cuando dijo que haría una canción del cantante uruguayo Fernando Cabrera, a quien él admiraba tanto que llegó a afirmar que no podría igualarlo ni en quince reencarnaciones. Luego subió un poeta que recitó solemnemente unos lamentos épicos de resonancia precolombina, y una poeta que dijo que era peruana y cantó en quechua. La presentadora (a quien le inventamos el nombre de Alicia) era una mujer canosa que le hablaba al público como se le habla a los niños con “capacidades especiales”: con un excesivo énfasis pedagógico.
Llega un cantautor aún más melancólico con una exagerada sensibilidad silviorodriguenze y comienzo a sentir una presión explosiva que busca desbordarse, la poeta cósmica me calma con grandes sonrisas. Sube un escritor que lee desde su celular un cuento sobre el patio de su abuela durante su infancia, aquel lugar que ya no existe más que en su recuerdo. Las luces parpadean y la presentadora, sintiéndose culpable y dando muchas explicaciones, pasa una caja para dejar dinero a los artistas. Luego llega mi turno y subo al escenario a recitar unos poemas surrealistas. Entonces toda la tensión y los nervios acumulados se transmutaron en el acto poético, y al terminar me sentí aliviado y feliz. Tuve buenas repercusiones, aunque no tengo idea si alguien entendió algo de mis poemas. En realidad, creo que la poesía, y en especial la surrealista, no está hecha para ser entendida, sino para escuchar las palabras y dejar que ellas vayan desatando la imaginación. El poema no es algo a ser interpretado sino más bien a ser sentido, y cuando un poema es sentido, brotan de él múltiples sentidos. A menudo leyendo poesía se entienden muchas cosas, pero eso no quiere decir que se entienda el poema, sino que es el poema el que hace entender a las personas algo sobre sí mismas o sobre el universo.
Después subió un dúo de guitarra y voz que cantó viejos éxitos de los ’60 y para ese momento el ambiente se había relajado y todos estábamos felices de que se haya roto aquel hielo invisible. Entonces la plata recaudada por la caja fue dividida en partes iguales entre los artistas que habíamos actuado. Y me fui de allí feliz, usando mi paraguas como bastón mientras cantaba singing in the rain bajo la lluvia.
Muy distinta fue la lectura del domingo, que aconteció en un bar de la zona norte, en Martínez. Allí el hielo se rompió inmediatamente (o quizás nunca hubo hielo): ni bien llegué nos pusimos a bailar canciones de los Bee Gees a todo volumen para preparar el escenario. De a poco fue apareciendo el público, mayoritariamente joven y artístico.
Abrió la noche un guitarrista eléctrico que cantó canciones que parecían salidas del espacio sideral. El aire se volvió sedoso y sentí en ese instante que habían florecido los primeros frutos del otoño…