En 1939, un escritor se sube a un crucero, el Chrobry, y cruza el Atlántico desde Polonia hasta la Argentina. La idea es cubrir el viaje con un artículo promocional, pero estalla la Segunda Guerra Mundial y el escritor, inmigrante y desclasado, se queda en el país durante casi veinticuatro años.
Camina por Avenida Corrientes, el escritor. Tiene hambre y poca plata, se para frente a la vidriera de una confitería. Le ruge el estómago. Y en eso aparece un linyera. Y el linyera le pregunta al escritor inmigrante desclasado si tiene hambre. “Sí, claro que sí”, dice el escritor. “Bien”, dice el linyera, “porque tengo un muerto”. Lo que sigue es un colectivo, un velorio y un almuerzo a costa de los parientes del finado.
También deambula por San Telmo, el escritor. Avanza por las calles adoquinadas, embriagado de noche y de extranjería impune. El camino es errático. Se asoma a la Costanera, baja por las callecitas de adentro, llega a Retiro. Desde Plaza San Martín se ven el Parque Japonés, la Torre de los Ingleses, las terminales de trenes. Y más lejos el puerto, con sus marineritos que van y que vienen, que circulan, aburridos y disponibles. El escritor inmigrante desclasado se relame los labios, dice “¡cus-cus!”. Por esa época escribe: “Soy persona sencilla, y en materia erótica mi maestro es el pueblo”. También escribe que la lectura de Heidegger lo tranquiliza.
Una noche Jorge Luis Borges camina por la Avenida Corrientes. Cuando pasa por la confitería Rex se cruza con el escritor inmigrante desclasado, que se presenta y hace gala de su estilo: se señala el pecho con el índice y declama a grito pelado: “¡Aquí Gombrowicz!” Jorge Luis Borges, confundido, trastabilla, gira apenas la cabeza pero no ve mucho, y sigue caminando, contrariado.
El escritor inmigrante desclasado es Witold Gombrowicz, y además de despreciar la pintura, colgar sus cuadros del revés, publicar consejos sexuales para amas de casa o tener una máquina para fabricar santos de plástico, fue uno de los escritores más destacados de la vanguardia del siglo pasado. En 1963 ganó una beca de la Fundación Ford para viajar a Alemania; en 1967, el Premio Formentor de las Letras, que más tarde también ganarían Borges (compartido con Beckett), Piglia y Vila-Matas. Fue candidato al Nobel, pero acá en Argentina, aunque parezca difícil, pasó desapercibido.
Polemista, intelectual, provocador, Gombrowicz dejó en su paso por Argentina un legado que es anterior a sus libros, pero, al mismos tiempo, también dejó un producto de su escritura: el mito Gombrowicz, el personaje Gombrowicz. Porque a fin de cuentas, uno bien podría preguntarse: Gombrowicz, ¿es o se hace? Movido por la contradicción, por la mueca, la seducción y el aguijonazo, el de Gombrowicz es un personaje autofabricado, un personaje que, en constante invención, no está, no puede estar, terminado. Más bien, se va formando y deformando a contrapelo de su propia vida, de los otros y de las páginas que escribe.
Es un escritor programático y eso lo vuelve, a veces, un poco complejo. Escribe en contra de la forma y lo hace experimentando formalmente. Escribe, desde joven, acerca de la inmadurez y la juventud y lo hace hasta alcanzar la vejez. Escribe para ser una piedra en el zapato, para incomodar, para mostrar que cuando la cultura se fosiliza se agota en el vacío.
Ahora bien, parte de este mito Gombrowicz, quizás porque se abusa de la noción de marginalidad, es la idea de que es un escritor difícil. Un escritor de culto, de pocos y para pocos. Un escritor, en última instancia, que no cualquiera puede leer: un escritor para escritores, para críticos o académicos.
En ese sentido, la propuesta del Congreso Gombrowicz, que desde hace más de tres años difunde sus textos y sus ideas con diferentes actividades culturales, es desmontar este mito. A partir de eventos, ponencias académicas, muestras de arte, city tours literarios, ciclos de teatro, lecturas públicas o intervenciones performáticas, lo que busca es ni más ni menos que romper un nicho para que a Gombrowicz lo lea, lo piense y lo discuta más gente. Para que se lo lea con inmadurez y disfrute.
De esa búsqueda sale Witolda. Revista de la persistencia, una publicación de número único dedicada pura y exclusivamente a Gombrowicz que incluye textos de, entre otros, Liliana Colanzi, Enrique Vila-Matas, César Aira, Juan Villoro, Martín Kohan y Esther Cross. La idea del proyecto es ofrecer un pantallazo sobre todo lo que Gombrowicz tiene para decir hoy y también acerca de todo lo que ocurre, a lo largo y a lo ancho del mundo, alrededor de su obra. Hay entrevistas a investigadores y directores de cine, testimonios de traductores, textos sobre museos, manuscritos, música y fútbol (!). También hay trabajos de varios de los ilustradores más importantes del país y diseño, mucho diseño. Así, Witolda está pensada como un objeto de arte que funciona como material de consulta para lectores del autor, y también como entrada ágil y distendida a la vida y a la obra del escritor polaco para todos los que todavía no lo conozcan.
¿Qué? Congreso Gombriwcz lanza WITOLDA.
¿Cuándo? El viernes 20 de octubre a las 19 horas.
¿Dónde? En el auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502).
¿Cuánto? Entrada libre y gratuita.