El texto de Marguerite Duras, El amante, fue publicado en 1984. Ese mismo año, dicha novela recibió el Premio Goncourt –máximo galardón literario francés– y la trayectoria entera de esta escritora pasó a ser reconocida a nivel mundial.
La narración de El amante es intensa. El relato está lleno de reminiscencias autobiográficas que reviven la historia de amor devastador entre una joven de quince años y un rico comerciante chino de casi tres décadas de edad. En esta novela, el descubrimiento del deseo sexual es narrado sin ningún tipo de oropel. La carnalidad y todas las contradicciones que un romance algo obsesivo y secreto conllevan son expuestas en la letra de manera brutal: “Me trata de puta, de cochina, me dice que soy su único amor, y eso es lo que debe decir.”
La narradora se (re)descubre en la escritura al tiempo que el lector intenta desentrañar las aristas más complicadas de la pareja. La experiencia íntima de la relación, lejos de ser un romance reparador, deja huellas imborrables en esta niña-mujer desde el primer encuentro en adelante.
“Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. (…) Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal.”
El cuerpo de esta joven, prácticamente prostituido, se constituye en una herramienta eficaz para obtener beneficios a la vez que se transforma en un Otro irreconocible, tanto para ella misma como para su núcleo familiar.
El romance entre una niña y un hombre mayor devela que el amor romántico no es más que una construcción ficcional y que el verdadero amor está repleto de silencios, peligros, pujas de poder, mentiras, odio e inseguridades. Y, en esa línea se expresa: “Nunca he escrito, creyendo hacerlo, nunca he amado, creyendo amar, nunca he hecho nada salvo esperar delante de la puerta cerrada.” Es un amor transgresor, un amor hasta la muerte, que penetra interrogantes íntimos y verdades que muchas veces la sociedad no quiere que salgan a la luz. Son verdades carnales de cuerpos deseantes que cuesta asimilar.
“Cada tarde esa pequeña viciosa va a hacerse acariciar el cuerpo por su sucio chino millonario. Va también al instituto donde van las niñas blancas, las pequeñas deportistas blancas que aprenden crowl en la piscina del Club Deportivo. Un días les ordenarán que no dirijan la palabra a la hija de la directora de Sadec”.
Marguerite Duras escribió y reescribió esta misma historia desesperada, desde distintos ángulos, toda su vida. Quizás necesitaba escribir para reflexionar sobre la misma para comprenderse mejor o, incluso, para salvarse de ese recuerdo. En su texto, Escribir, reflexiona de manera inquietante: “Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido”.