Foto: Raúl Vilchis
Lagunas es una novela que pone en tensión la idea de la memoria como algo concreto y perdurable, al mismo tiempo que se presenta como un libro que no tiene una versión única, sino que se actualiza en cada descarga. ¿Concebiste la forma en relación al tema o viceversa?
Con Lagunas pasó algo que experimenté pocas veces: la producción y la idea aparecieron a la vez y, desde el minuto cero hasta el final, era claro que ese iba a ser tanto el tema como la forma.
Vale la pena señalar que la idea que Lagunas sostiene respecto a la memoria como una narración en constante cambio, no es algo que yo haya inventado. En la novela misma, un personaje hace referencia a las “historias coherentes de Griffiths”, algo que, por su parte, yo conocí a través de Michel Houellebecq en su novela Las partículas elementales. También, hace poco me enteré de que se cree que las primeras recuerdos llegan a partir de que los niños son capaces de narrar acabadamente una historia: la memoria es un subproducto de poder narrar. Un filósofo recientemente fallecido, Derek Parfit, decía que la identidad está vinculada intrínsecamente a la memoria (esto es la médula de la película de Ridley Scott, Blade Runner). Sin embargo, la memoria se modifica constantemente. Entonces, ¿qué queda de la identidad? ¿Es solamente un modo pasajero de entender el mundo?
Esto mismo puede trasladarse al ámbito del arte: si la obra nunca es la misma, ¿cuál es la obra? Pasa con las ejecuciones de obras musicales (¿cuál es la obra, si su ejecución siempre cambia?), de teatro y, si me presionan, con cualquier libro. Sólo que cierto tipo de producción lo pone más de manifiesto.
¿Cuál te parece que es la relevancia en la escena literaria actual de una novela como Lagunas, además de la manera en que está construída?
Argentina es un país donde la construcción colectiva de la memoria ha sido siempre un motivo de discusión. Los canallas de la dictadura también nos quisieron desaparecer nuestra memoria, lo que pasó en los ‘90 respecto del golpe militar lo deja muy claro. En este sentido, me puso muy contento que el escritor Félix Bruzzone haya aceptado presentar la novela, cuando se publicó en Argentina. No sólo porque lo admiro, sino porque creo que su lectura fue particularmente interesante al respecto.
A diferencia de tus otras obras digitales, el procedimiento que hace posible Lagunas se encuentra oculto. ¿La idea fue presentarla como una novela “tradicional”?
En general la literatura digital generativa (la que crea textos) tiende a producir cosas bastante absurdas, muy divertidas a veces, pero absurdas. Lo que quise fue encontrar una manera de que no se notara y, a la vez, tener espacio para también escribir, digamos, “tradicionalmente”. Y acá vale una aclaración: no es que la novela es escrita por un sistema de inteligencia artificial tipo Skynet (cosa que, asuste o no, ya existe e incluso alguna de esas novelas ha ganado premios tradicionales). Mi interés era crear una novela escrita por mí en la cual aparecieran estos elementos generativos y parte del desafío era encontrar el lugar donde pudieran aparecer sin que hicieran ruido ni que fuera forzado a nivel narrativo.
Similar a lo que sucede con alguna de las novelas de Houellebecq, la acción de Lagunas transcurre en una distopía (utopía negativa) cercana y parecida a la vida habitual. ¿Qué buscabas con este procedimiento?
Hace unos años tuve la suerte de asistir a algunas reuniones de un taller que Marcelo Cohen dio acá en Nueva York sobre ciencia ficción. Y una de las cosas que él mencionó una y otra vez era que, a partir de los ‘60, la ciencia ficción dejó de ser únicamente acerca de naves espaciales y planetas lejanos en un futuro distante para, justamente, hablar de algo tan cercano que uno lo siente como más posible, lo cual es aún más perturbador. Sin embargo, en líneas generales, es el mismo procedimiento de siempre: hablar del futuro para describir el presente.
Foto: María Giuffra
Borges aparece como disparador de varios de tus poemas digitales. ¿Considerás que la forma en que Borges trabaja con los textos y las referencias puede servir como modelo para pensar el vínculo entre internet y literatura?
En el campo literario norteamericano, el adjetivo “borgeano” es sinónimo de literaturas no lineales, combinatorias, multisecuenciales. Es raro que en Argentina no le hayamos prestado atención a eso: la obra de Borges no sólo es en sí un largo experimento de cómo tomar el mismo método, los mismos temas y trabajarlos obsesivamente como si fuera posible lograr la obra perfecta, sino que también es un manual para la creación de obras donde el autor se esfuma. “La biblioteca de Babel” –un cuento que él en realidad plagió (explícitamente) de un autor alemán– es casi el ABC de la literatura digital. Pero claro, no podemos llamarlo “pionero” porque, si bien no es algo muy público, la literatura digital existe desde antes del cuento de Borges.
¿Nos podes contar un poco de tu experiencia en el Trope Tank (laboratorio cuyas investigaciones apuntan a la relación entre lenguaje y computación) del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT)?
En el MIT soy escritor residente del Laboratorio de Literatura Digital durante el ciclo académico 2016–2017. Es de los pocos que hay en el mundo y está dirigido por Nick Montfort, quien no sólo es un autor destacado que produce sin parar, sino que ha escrito kilos de teoría al respecto de literaturas digitales. Básicamente lo que hago es producir obra y colaborar con los proyectos del laboratorio, particularmente en dos muy interesantes: el primero se llama Renderings y consiste en traducir literatura digital hecha en otros idiomas y republicarla (lo cual en muchos casos implica programarla nuevamente, porque fueron hechas para plataformas viejas).
El segundo es el proyecto Heftings, que parte de textos –no necesariamente digitales– que son, por su estructura misma, aún más imposibles de traducir que otros textos. Trabajamos, por ejemplo, textos palíndromos, textos “capicúas”, lo cual supone un esfuerzo inmenso. En este proyecto, la traducción no sólo es al inglés: a veces hay cuatro o cinco idiomas. Una de las cosas interesantes del proyecto es que está montado sobre una plataforma tipo “Wiki”, una plataforma de edición colaborativa pero, a diferencia de Wikipedia, no hay una traducción “definitiva”, sino que cada una es un intento que corre en paralelo con las demás. De esta manera, el resultado es un árbol de traducciones posibles.
¿Y en cuanto a tus proyectos personales?
He estado trabajando en varias cosas. En primer lugar, en obras nano, obras muy pequeñas (256 caracteres de código). Crear con una limitación tan enorme (por lo pequeña) resulta un desafío súper interesante, porque uno debe dejar de lado todo lo secundario, todo lo que no hace a la obra. Además, aprendí muchas cosas sobre procesamiento de lenguaje natural, redes neuronales y deep learning (serie de algoritmos que imitan el funcionamiento del cerebro) aplicados a la manipulación textual. De ahí salieron algunas obras, como los generadores de discursos de Trump o Macri Gato, y un cuento que publiqué en VICE México sobre textos de Osvaldo Lamborghini.
En una entrevista dijiste que empezaste a programar a los siete años. ¿Cómo fueron esas primeras experiencias con la programación?
Para ser sincero, no recuerdo mucho. Fue a través del padre de un amigo. Al tiempo de romperle la paciencia a mi viejo, consiguió una computadora de 1979 (¡el año en que nací!), una Atari 800. Pero como no tenía muchos juegos y nosotros no teníamos plata para ir a grabar juegos pirateados a las casas de software, me hacía mis propios juegos. Lo cual es un poco ridículo, porque yo ya sabía cómo ganar.
¿Cómo fue tu primer acercamiento a la literatura?
En el caso de la literatura, también llegó temprano y también fue bajo el influjo de un padre: el mío. Es un tipo brillante y totalmente loco. Hace muchísimos años dejó todo para dedicarse a la escultura, la pintura y la literatura. Fue él quién estuvo ahí en mis primeros gateos con la escritura (digo “primeros” porque considero que recién estoy en los segundos).
Por último, ¿qué estuviste leyendo últimamente?
Actualmente estoy haciendo un doctorado en la New York University y casi no tengo tiempo para leer cosas que no sean los textos de los cursos que tomo. Sin embargo, puedo mencionar algunas cosas. Por ejemplo, para un seminario que hice el año pasado, escribí una monografía con la que, aprovechando, me hizo releer toda la obra de [Félix] Bruzzone. Y la verdad es que es espectacular, gana con cada lectura: tiene una facilidad para parecer simple, natural, y ser premeditadamente complejo, que es maravillosa, envidiable. Otro libro que leí fue Osvaldo de Mariano Dorr. Hay algo increíble en él, algo perturbador, que no es fácil de notar enseguida. Y por último, Yakarta de Rodrigo Márquez Tizano. Es la novela que toda una generación quiso escribir y no pudo: una prosa musical como pocas, una que dispara tantas ideas por oración que te marea y resulta impecable desde el punto de vista narrativo. Es realmente alguien del que, me parece, vamos a escuchar mucho en el futuro.
Links útiles:
Link a la página de Trope Tank: http://nickm.com/trope_tank/
Link a la página de “macrigator”: http://www.miltonlaufer.com.ar/macrigato/
Link a la página con el cuento basado en la obra de Osvaldo Lamborghini: https://www.vice.com/es_mx/article/si-es-argentino-y-todavia-inicie-un-paisaje-interior