Antes de conformar Sigilo, formaste parte de La Bestia Equilátera. ¿Nos podés contar brevemente cómo fue dicha experiencia y cómo fue el momento en que decidiste armar un proyecto propio?
Maximiliano Papandrea: Empecé a trabajar para editoriales hace más de veinte años y tuve la suerte de comenzar en Planeta, que fue una escuela valiosa para mí por la variedad de proyectos en los que participé y por la calidad de gente con la que me tocó trabajar, siempre dispuestos a compartir sus conocimientos. Como no estudié ninguna carrera, me fui haciendo en la práctica laboral y en otros espacios generosos, como la revista Otra Parte que dirigen Graciela Speranza y Marcelo Cohen desde 2003 y que tuvo una gran importancia en mi formación intelectual. Así que digamos que cuando entro en La Bestia yo ya tenía un camino recorrido. Ahí encontré la oportunidad de completar mi formación como editor, de lo cual siempre les estaré agradecido a Natalia y a Diego, los fundadores. Como La Bestia tenía un equipo chico y un funcionamiento bastante horizontal, prácticamente tenía participación en todas las áreas que hacen a una editorial, desde la elección de libros y la estrategia de comunicación o la dirección de arte hasta cuestiones de contratación o distribución, por mencionar algunas. Fueron cinco años de mucho aprendizaje, ricos e intensos, en los que pude ir poniendo a prueba ciertas ideas e intuiciones y ganar confianza. Hubo un momento en que sentí que había llegado a mi techo dentro de esa estructura y ahí apareció la necesidad de fundar Sigilo, con toda la libertad y también las limitaciones que implica pensar algo desde cero.
La editorial ya cuenta con 4 años de vigencia, ¿cuáles considerás que son los elementos que se han consolidado en este tiempo y cuáles se han modificado?
MP: Cuando arranqué tenía bastante claro lo que quería hacer. Desde el punto de vista del concepto editorial y el catálogo, veo el despliegue en el tiempo de una serie de decisiones que ya estaban en el inicio, un despliegue que se fue enriqueciendo naturalmente con las cosas que se te cruzan en el camino. Pero una editorial no es solo un concepto o un catálogo sino el fruto de una serie de condiciones materiales, y en ese sentido la editorial pasó por cimbronazos muy fuertes (primero un cambio de nombre, después una sociedad inicial a la que tuve que ponerle fin), por lo que siento que, con lo joven que es, Sigilo ya vivió varias vidas. El año pasado se sumó Adam Blumenthal, que está dirigiendo la editorial conmigo, él desde Madrid y yo desde acá, y con el que estamos por lanzar la editorial en España, con impresión y distribución locales. Además de un gran traductor, Adam es un editor muy talentoso, con visión y sensibilidad, y me enorgullece que haya querido sumarse. La noche que sellamos la sociedad me habló de Rulfo (a quien tradujo) con una inteligencia y un amor que hacía rato no le escuchaba a nadie. También me propuso un libro israelí que acababa de leer y que publicaremos este año o el siguiente. Después de un comienzo errático, con tantos aciertos como errores, la editorial está en un muy buen momento, de construcción y expansión. Nos entusiasma lo que estamos armando.
Sigilo es una editorial identificada dentro del campo de lo independiente. ¿Cuáles considerás que son los elementos que determinan que Sigilo sea una editorial independiente (el catálogo, la forma de producción, la distribución, un trabajo particular del editor)? ¿Dicha posición les sirve para posicionar a sus libros dentro del campo editorial?
MP: Para definirlo muy rápidamente, “independiente” es un concepto cómodo y no muy preciso que identifica a todas aquellas editoriales que no dependen de una empresa mayor o que no pertenecen a un gran grupo. Nació en la época de las grandes fusiones editoriales, por oposición, y quizás por eso nos resulte un concepto vago y problemático, pero a la vez, como código común, por ahora es elocuente. Uno de los efectos que tuvo la concentración editorial, y que se empezó a ver más claramente con el tiempo, fue la difuminación de la figura del editor, que quedó extraviado en un puesto sin mucha soberanía, casi técnico, tironeado por un montón de exigencias que no siempre tienen que ver con el valor de lo que se publica: de producción, rendimiento, resultados, etc. Curiosamente, entonces, la edición independiente vino a recuperar (de muy distintas formas) la figura más tradicional de todas, y en ese sentido en Sigilo nos sentimos tan independientes como tradicionales. Más bien, somos editores puros, de los que eligen sus propias publicaciones, las financian, las producen y las defienden como aporte e intervención, sin olvidar nunca que se trata también de una empresa que tiene que subsistir y crecer. Nosotros hacemos Sigilo porque amamos la literatura y amamos la edición, nos sentimos parte de una tradición y queremos continuarla y dejar una huella. Esto, por romántico que suene, nos define más que ninguna otra cosa.
Al repasar los libros publicados, se podría decir que cuentan con un catálogo heterogéneo. Han publicado géneros como la ciencia ficción (Cohen, Castagnet), pasando por la novela gráfica (Luque) y llegando a autores ciertamente periféricos como J. P. Zooey. Me preguntaba si hay una intención en la selección del catálogo de abordar ciertas zonas periféricas de la literatura.
MP: Entiendo adónde va la pregunta, pero no estoy de acuerdo en que Cohen y Castagnet se puedan definir solo como autores de ciencia ficción ni que J.P. Zooey sea un autor periférico (¿periférico respecto de qué?). Los tres, siendo de distintas generaciones, forman parte de una misma tradición, el fantástico rioplatense, que como todos sabemos es central en la Argentina. Por otra parte, Cohen es uno de nuestros grandes escritores. Ahora mismo estamos preparando su próximo libro, La calle de los cines, una colección de cuentos, que es de una belleza conmovedora. La heterogeneidad del catálogo es una búsqueda deliberada, que como decía antes fue pensada desde un principio. Parte de una premisa muy sencilla: cuando pensamos en los libros que más amamos de nuestra biblioteca, uno es un libro de poesía, otro una novela, otro un libro objeto, puede ser un autor de género o un clásico de un país remoto, y todos son de una editorial distinta. Lo que tienen en común es la singularidad que les otorgamos, lo que nos han dicho y nos vuelven a decir cada vez que los vamos a buscar. Mientras el libro nos parezca valioso, no nos importa que sea una ópera prima de una escritora argentina, una novela gráfica infantil china (como la que acabamos de contratar), una novela de culto brasileña de un escritor contemporáneo o un ensayo sobre gatos publicado cien años atrás. Libertad, variedad, audacia, falta de prejuicio, eso nos guía. Para nosotros el horizonte de posibilidades de lo que podemos publicar es, por definición, infinito.
Sumado a esto del catálogo, ¿considerás que la editorial cuenta con un perfil o identidad que la diferencia del resto?
MP: No es uno sino los otros los que definen la originalidad. En lo que nos toca, intentamos ponerle nuestra personalidad a cada cosa que hacemos y no nos gusta trabajar con fórmulas ni con lugares comunes ni imitar a nadie, pero no lo hacemos con un ánimo de distinción, sino porque es nuestra manera de hacer las cosas. No nos divierte salir con una tapa aburrida o convencional, o publicar a un autor que ya todo el mundo conoce por el solo hecho de que todo el mundo lo conoce. No tiene mucho sentido hacer lo que ya se hizo. Nos gusta explorar la parte de creación y expresión que tiene la edición, de riesgo y aventura. Le ponemos mucho amor a todo lo que hacemos y nos gustaría que eso se trasmitiera.
¿Cuánto de la labor del editor contribuye a la circulación de nuevos autores y corrientes literarias?
MP: Descubrir a nuevos autores quizás sea uno de los desafíos más grandes y difíciles para un editor, porque precisamente es salir a buscar lo valioso en lo nuevo, lo que no sabemos qué es, lo que todavía no se hizo público, y por lo tanto hay menos garantías que en otros casos respecto de la recepción que tendrá. A nosotros nos interesa mucho esa parte del trabajo, tanto en autores argentinos como de otras partes del mundo. Es el modo en que las literaturas se renuevan. Este año publicaremos dos óperas primas, Los sorrentinos, de Virginia Higa, que acaba de salir, y Cometierra, de Dolores Reyes, dos escritoras muy distintas, entre sí y en el contexto de lo que se está publicando en la Argentina, y decidimos publicarlas no solo porque nos encantan sus novelas sino porque nos interesa lo que harán después. En 2016 Sigilo publicó La mano del pintor, el primer libro de María Luque, una artista y autora que está empezando a ser muy reconocida, acá y afuera. No hacía falta que llegara Sigilo para señalar el talento de María, que estaba a la vista de todos, pero haberla ayudado en sus comienzos para dar a conocer su obra y ponerla a circular en otros ámbitos no deja de ser muy gratificante.
¿Es posible pensar un mercado editorial independiente latinoamericano con la poca circulación de libros entre los mercados editoriales de cada país? ¿Se puede leer Bogotá 39 como un mapa de referencias de la literatura latinoamericana contemporánea? ¿Con qué autores de dicha antología te interesaría trabajar?
MP: La poca circulación es relativa. Venimos de décadas en que la circulación de autores latinoamericanos estaba pautada por las editoriales españolas, tanto a través de los grandes grupos como de las independientes consagradas o emergentes. Pero la creciente aparición de editoriales independientes latinoamericanas fue cambiando un poco el panorama. Desde hace años hay editoriales argentinas que vienen trabajando autores latinoamericanos: Eterna Cadencia, Entropía, Corregidor, Mansalva, Blatt y Ríos, por mencionar solo algunas. Y desde el comienzo FILBA está haciendo un trabajo interesantísimo por conectar la región. A medida que la edición independiente se fortalezca, creo que la integración será cada vez mayor. En cuanto a Bogotá, la antología tiene el mérito de haber sido pensada por y para latinoamericanos. A mí me pone muy contento que la hayamos publicado. Es polémica y caprichosa como toda antología, pero hay muy buenos escritores ahí que acá no se conocen y de los que, si no fuera por Bogotá, es poco probable que nos hubiéramos enterado. Por respeto a los 39 autores, me reservo el derecho de decir con quiénes me gustaría trabajar.
¿Cuáles son las tareas de un editor en un sello de las características de Sigilo?
MP: Todas las imaginables, desde ir a ferias internacionales hasta trasladar cajas de aquí para allá. Uno de los rasgos que caracteriza a Sigilo es el trabajo que hacemos con los manuscritos que vamos a publicar. Para nosotros editar empieza en el momento en que tenemos la primera charla con el escritor, no porque intentamos convencerlo de que publique con nosotros, sino porque le contamos qué nos parece el libro, por qué lo queremos publicar, en qué contexto pensamos que lo vamos a publicar, qué importancia tiene para nosotros y qué importancia presuponemos que tendrá para el campo o para los lectores. Con qué tradiciones dialoga, qué viene a romper o a recuperar o a proponer. Y por supuesto, si hace falta, trabajamos con el autor el manuscrito el tiempo que sea necesario, en todos los planos en que se puede trabajar un manuscrito. Y una vez que lo publicamos seguimos el diálogo, porque a nosotros nos interesa acompañar a los autores en el desarrollo de su obra. La creación es un don misterioso, nunca nos olvidamos de eso, pero trabajamos el don de los otros con mucho respeto y deliberación.
Por último, ¿podrías contarnos qué editoriales te interesan y venís siguiendo?
MP: Muchas, de acá y de afuera. Todo el tiempo aparecen proyectos interesantes, con ideas originales, búsquedas innovadoras, buen criterio editorial, etc. Es un momento muy rico. De las más amigas podría mencionar a Godot y a Gourmet. Los Godot son un modelo de visión, trabajo y profesionalismo y están haciendo un aporte valiosísimo a la edición independiente con su FED. Y, por mencionar solo una de sus aventuras editoriales, están retraduciendo la trilogía de Beckett, un logro impensado diez años atrás para una editorial independiente. Y lo que hace Leandro Donozo en Gourmet en el campo de la música es una proeza; son muy pocos los que hacen libros tan pensados, tan producidos y exhaustivos. José Sainz es otro editor, muy joven, al que sigo y admiro mucho; tiene un proyecto pequeño, Wai Comics, y además trabaja en asociación con otras editoriales, como Maten al Mensajero y La Bola. Los chicos de Galería, que inventaron un libro (¿Dónde está Perón?) excelentemente editado de principio a fin, lleno de ideas frescas. Musaraña, Letra Sudaca, Dobra Robota, Eric y su maravillosa Barba de Abejas, Niño y Limonero en infantil, Clase Turista, la Editorial Municipal de Rosario, Blatt y Ríos, Ampersand, Documenta, Tren en Movimiento, muchas más. Y me pone muy contento que Juan Forn haya vuelto a la edición de libros con su colección Rara Avis en Tusquets. Lo que hizo en Planeta en los noventa nos marcó el camino a muchos.