Por accidente, Orson Welles hizo pasar una ficción como un hecho real. El domingo 30 de octubre de 1938, un día antes de Halloween, el director de Citizen Kane adaptó War of the Worlds (La guerra de los mundos) de H. G. Welles al formato de radioteatro. La experiencia fue un caos. Al comienzo de la emisión se aclara que aquello que los radioyentes están a punto de escuchar es ficción; luego, la voz de Welles introduce la obra, y otro locutor dice que están en el salón del Hotel Meridian Plaza, en Nueva York, para escuchar a Ramón Raquello y su orquesta tocar La cumparsita. Suena la música y de pronto otra voz interrumpe:
“Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia de última hora procedente de la agencia Intercontinental Radio. El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings de Chicago reporta que se ha observado en el planeta Marte algunas explosiones que se dirigen a la Tierra con enorme rapidez. Continuaremos informando.”
El radioteatro continúa y continúan las interrupciones que ficticiamente informaban que la Tierra estaba siendo invadida por marcianos. Muchas personas prendieron la radio después de la aclaración y al oír las diferentes interrupciones que se hacían en forma de noticiero, creyeron que la Tierra estaba realmente bajo invasión. Colapsaron las comisarías, las calles, las autopistas y las líneas de emergencia, algunas personas decían ver marcianos y otras llegaron a pensar en suicidarse.
Manuel Bartual, con una intención distinta, logró un efecto similar: lo que era ficción, el público lo interpretó como verdad. El 21 de agosto de 2017, el autor, director, historietista y diseñador gráfico publicó en su Twitter:
Así comenzó la historia. Él se encontraba solo de vacaciones cuando un hombre extraño entró en su cuarto, le gritó algo que Manuel no entendió y le dejó una tarjeta en blanco. El autor comenzó a ser perseguido por un hombre, que según él creía, o decía creer, era su doble. La tensión creada no sólo crecía por las ansias de saber qué iba a pasar, sino también porque los followers tenían que esperar hasta el momento o el día siguiente en el que Manuel volviera a “tuitear”.
Para que todo ello fuera creíble acompañó sus narraciones con fotografías y videos del hombre que lo perseguía y de otros extraños sucesos que acontecieron: el hotel que era exactamente igual al suyo pero que estaba al revés, problemas con su pasaje de avión, un mensaje en el rollo del papel higiénico, entre otras cosas. El video con el que se le anunciaba que estaba en peligro, iba acompañado de un comentario de Manuel: “Mejor que lo veáis con vuestros propios ojos.”, como si la documentación de las imágenes fuera un indicio de verdad. Algunos días después de que se supiera que todo era un engaño, el autor publicó un tweet que decía: “no es obligatorio creer todo lo que se ve en internet.” .
Frente a estas publicaciones, aparecieron algunos giros cómicos que hacían pensar que lo que se leía no era tan serio, o que no era en serio:
Pero el lector no sólo leía, también participaba: el 25 de agosto, él hace lo que le aconsejaron sus seguidores:
Sucede algo similar, cuando él se encuentra en su casa:
Los lectores no veían lo mismo que veía Manuel, no hacía falta explicarlo, sólo seguir manteniendo la tensión.
El hecho de que haya sido publicado en Twitter fue lo que permitió jugar con la realidad, la ficción y la participación de los lectores. El escritor en ningún momento hizo una advertencia, nunca aclaró que era un relato, pero tampoco dijo lo contrario. el lugar en el que se publicó fue lo que permitió que se lo leyera como un hecho verdadero, Manuel sólo tuvo que pensar cómo, qué y a quién se lee en este medio y cómo los espectadores interpretan esa información.
Como es característico de la literatura y el cine de suspenso, policial o de terror, la tensión se mantiene hasta el final con una intriga por la información a develar. En este caso, la información que se develó a los “tweetespectadores” era que aquello que habían estado leyendo era ficción.
No sólo Manuel tuvo su doble, también lo tuvo el radioteatro de Welles. El 12 de febrero de 1949 en Quito, Perú, lo que era ficción se quiso hacer pasar por verdad, pero en este caso, no hubo ninguna advertencia de que la invasión extraterrestre fuera parte de una narración radiofónica, la gente se asustó, pero rápidamente se dio cuenta de que todo era una farsa y fueron a la radio a tirar ladrillos y piedras. Ahí también funcionaba un periódico y se provocó un incendio, pero la policía, pensando que pedido de auxilio era parte de la misma farsa, no fue a socorrerlos. Murieron cinco personas, se produjeron daños muy costosos y se suicidaron varias personas.
Decir que hoy la gente no lee y sobre todo, que no lee ficción, es bastante errado. Puede ser que la gente no lea libros, pero al leer a Manuel -que fue trending topic a nivel mundial por varios días- los followers estaban leyendo, y leyendo ficción. La falta de advertencia (en el caso de Manuel y del radioteatro en Perú) o el hecho de no prender la radio a tiempo para escucharla (en el caso del radioteatro de Welles) se puede relacionar con la idea de que para ser leído o escuchado, es necesario para el autor generar algo que llame la atención. Si en los años treinta y cuarenta la radio era el medio de comunicación de gran alcance masivo (más rápido que el diario), en el presente lo son las redes sociales. En los casos de Manuel y de Quito, los realizadores jugaron con cómo se consumen esos medios y qué lugar ocupan en relación a lo verídico, y fue sólo así que pudieron realizar la farsa; ellos no tuvieron que crear condiciones de verdad, sino que ya estaban creadas por el medio mismo. Los espectadores consumieron sin preguntarse, o preguntándose muy poco, si eso era verdad o ficción.