La autora, estudiante avanzada de la carrera de Letras en la UBA -con un pasado en la Facultad de Ciencias Sociales- dice que Puan la aburre y arriesga entre risas que la divertiría más el análisis sociológico.
En la contratapa del libro María Moreno escribió que Lucila Grossman inventó dos cosas: “la ciencia ficción trash con su legado de psicodelia y el beat-cyber-esperpéntico, suerte de droga sintética en forma de estilo velocísimo, riquísimo, bizarro”.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Lucila Grossman: El primer capítulo lo había escrito hace bastante y lo fui modificando en un taller dirigido por Juan Terranova y Nicolás Mavrakis. También me ayudó bastante Denis Fernández, el editor. En realidad el personaje era hombre al principio, pero cambió a mujer.
¿Por qué cambió de hombre a mujer? ¿Se hubiera embarazado igual?
LG: Sí, pero no me hubiera gustado esa idea. Siendo mujer decía mucho más de lo que quería decir. Si no, se iba para otro lado. Me fui dando cuenta que tenía una sensibilidad de mujer.
¿Esa sensibilidad cómo se relaciona con una escritura femenina?
LG: Antes de escribir Mapas Terminales siempre escribí con la voz de hombre, pero de repente encontré en la voz femenina algo mucho más explotable. Porque soy mujer, para empezar, y también porque lo veo en la escritura de otras mujeres que leo, donde la voz femenina tiene su particularidad.
Esa particularidad de la voz femenina está en relación con la escritura, ¿pero también con lo que puede ser la literatura feminista?
LG: Creo que la literatura feminista es un fenómeno del mercado, que no lo cuestiono porque no me parece relevante. Creo que hay un montón de minas que están escribiendo y a nivel ventas están muy por encima. Eso está buenísimo y no es necesario reducirlo al rótulo de literatura feminista.
¿Por qué?
LG: En general no me gusta tanto cuando se categoriza algo, porque hay un montón de otras características para resaltar de ciertas escritoras que no son necesariamente feministas. Lo que sí me parece es que también hay algo de la lectura, un montón de minas leyendo y grupos de minas que se bancan y eso está buenísimo, tiene que ver con cierto equilibrio más que con una literatura feminista.
Digamos que al definir cierta literatura como feminista se corre el riesgo de que cualquier objeto se vuelva literatura sólo para el consumo de la mujer.
LG: No me gusta ninguna categorización que la defina porque al definir un fenómeno se lo reduce. Se vuelve un cartel de venta, y más ahora que el feminismo que al ser tan polémico y estar en boga el decir literatura feminista, muchas escritoras que no tienen otro lugar quedan bajo ese cartel. Y también otras escritoras que al no definirse feministas quedan afuera del fenómeno. No me gusta la idea de literatura feminista como definición temática. Si tiene que ver con el lugar de ampliación de la mujer en todos los espacios, ahí bienvenido sea. Me parece que es un hecho que está pasando.
En tu escritura hay bastante de experiencia y oficio de escribir. ¿Cuánto de cada cosa?
LG: Hay cosas que mis amigos leían y se cagaban de risa porque están todos ahí, mezclados. Es una deformación de mis amigos licuados. Son los monstruos de mis amigos. Hay mucha experiencia y hay mucha invención. El personaje no soy yo, ¡definitivamente!
¡Ah! ¿Vos no estás embarazada de un monstruo extraterrestre?
LG: Esa es la parte real, tuve un hijo que es un monstruo y eso está escrito en la novela, está escrito realmente. En un principio es una idea grandilocuente la de un retrato generacional porque finalmente se reduce a un grupo, a mi grupo. O cualquier grupo que se piensa un toque arty, de clase media.
Los personajes de Mapas Terminales están creando todo el tiempo. En los tiempos muertos (que son todo el tiempo) están tratando de generar algo.
LG: Sí, todos tratan de sublimar algo con una sensación de vacío. Por ejemplo, cuando la narradora habla de que todos se pueden ir de viaje porque nadie está comprometido con ninguna causa. Son personajes que están ahí, mantenidos por sus viejos, haciendo como que trabajan, siendo transas.
Y también van apareciendo los discursos sobre la maternidad, las relaciones humanas y la tecnología. ¿Cómo se van relacionando esos discursos con la ciencia ficción trash?
LG: La ciencia ficción como género nunca la curtí. No es un género que me encante ni nada parecido. El parto de ese monstruo, Protón, es una excusa para narrar. Las consecuencias de eso tienen que ver con que todo se termina defraudando, diluyendo, frente a la cantidad de estímulos que hay. La vida sigue y la piba sigue medio drogada todo el día. Todo el exterior la ataca desde un lugar de hipersensibilidad y de hiperreflexión. ¡Tuviste un hijo monstruo y te acostumbraste a eso! Pero también lo necesitás, te hacés adicto.
Para pensar tu novela la ciencia ficción como género no es suficiente, y las relaciones humanas aparecen mediadas por una tecnología que si bien está presente tampoco alcanza para generar la comunicación que promete.
LG: Claro, es como el principio de no-comunicación. En definitiva la mina no está comunicada con nadie porque pasa eso, ella claramente no está comunicada con ese bebé, de hecho no está segura ni convencida de que exista o no. Existe, pero ella tiene esa duda. Y tampoco se lo puede comunicar exactamente a sus amigos, ni se comunican entre ellos, están todos medio embotados en su propio delirio hipersensible. La comunicación resulta imposible a pesar de todos los dispositivos que hay para comunicarse, por su complejización.
[Ndr: La conversación se interrumpe. Un niño desnudo de tres años corre entre las mesas del bar. Lucila Grossman ríe, se sorprende y dice “¡Qué hermoso!”.] Lo flashero forma parte de la novela. Pensaba en la relación entre lo generacional y las drogas como parte del mismo retrato.
LG: La droga no está nombrada en lo concreto. Hay un capítulo en el que están de éxtasis, en la fiesta electrónica. Eso lo pienso como algo presente todo el tiempo, no es algo tan generacional como la magnificación. Todos los pibes con los que puedas hablar de nuestra generación alguna vez se drogaron o saben de qué se trata.
Está el viaje lisérgico pero también es parte de lo cotidiano. La novela no se trata de unos pibes que van, se drogan y vuelven. Están todo el tiempo en un estado de percepción aumentada, especial.
LG: Me parece que es algo que atraviesa la novela y es parte del retrato generacional. Por un lado, tiene que ver con que la droga abre canales de percepción que están buenísimos, pero en otros casos es un culto a la boludez. Lo que más le conviene a cualquier tipo de poder es que esto funcione así, que estemos todos en cualquiera. Llevado a un extremo lo pienso como el panóptico, todos separados, cada uno en su cabeza.
¿Qué pensás de la escritura como desafío a los discursos del poder?
LG: No sé qué tanta acción concreta puede llegar a tener la literatura en sí. No pienso que la literatura pueda llegar a cambiar nada. Pienso que la literatura si no es disidente, es apología. Pero no estoy de acuerdo con que la literatura pueda hacer grandes cambios a nivel social. Sí pienso que hay desafío. Me gusta leer cosas que son críticas hacia la realidad, toda escritura es una toma de posición. Hay muchas partes en el discurso de la narración que buscan evidenciar cierta pretenciosidad, cosas de autodefinición que no llegan a ningún punto porque terminan limitando cualquier tipo de proceso creativo. Hay todo el tiempo un rumiar del cerebro del personaje que se corta cuando pasa algo muy concreto y después sigue su curso porque el ser humano se acostumbra, es muy maleable. Esa es la premisa de la novela.
Frente al panorama de una generación que se siente defraudada, busca respuestas en la tecnología pero fracasa y se acostumbra a eso, ¿qué pensás de la literatura en relación a la comunicación? Por ejemplo en las partes que incluís poesía. ¿Es una forma diferente de acercar al lector?
LG: Es una decisión que tomé al final. Tiene que ver con marcar un ritmo de comunicación arrítmica. Leída en voz alta es insoportable porque no tiene un ritmo orgánico. Tiene que ver con querer marcar el ritmo de la comunicación. Gráficamente me gusta porque le da una cosa más onírica. Es una decisión que siempre aparece relacionada a Protón. Lo que está en ese formato son las comunicaciones de ella con su bebé.
¿Por qué decidiste incluir dibujos?¿Quién los hizo?
LG: Los hizo una amiga que es pintora, se llama Sofía Godi. La volví loca porque los dibujos son búsquedas. En realidad son fotos de internet. Si vos buscas la noticia de la rata fosforescente o el perro de muchas cabezas en Google está esa foto, y las ilustraciones se basan en eso. Me pareció que era bueno darle esa vuelta de rosca. La protagonista está pintando lo que vio, su obsesión, pintando lo que encuentra, tratando de buscar la figura de su bebé. En esos dibujos que son líneas cruzadas aparece lo que está en el título, los mapas terminales, la cuestión de sobreponer muchos mapas y recorrerlos, ver qué pasa. Los dibujos están en esa sintonía.
Mientras yo escribía la novela Sofía Godi estaba probando la técnica de “transferencia”, que consiste en imprimir una foto, con un líquido transferir la imagen y pintar arriba. Más allá del hecho de que son todos pibes que flashean con el arte, hay una cosa de hablar desde adentro, cierta cosa interiorizada desde ese lugar. Superponer un diálogo interno, como en la técnica.