Lucila Grossman: “Toda escritura es una toma de posición”

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Lucila Grossman: “Toda escritura es una toma de posición”

Mapas Terminales es la primera novela de Lucila Grossman, publicada en 2017 por Editorial Marciana. Conversamos con la escritora acerca de cómo la novela polemiza el discurso edulcorado sobre la maternidad y rompe con cualquier visión de juventud idealizada. Elegimos un punto en el mapa y nos encontramos en el Café Atilano.

La au­to­ra, es­tu­dian­te avan­za­da de la ca­rre­ra de Le­tras en la UBA -con un pa­sa­do en la Fa­cul­tad de Cien­cias So­cia­les- dice que Puan la abu­rre y arries­ga en­tre ri­sas que la di­ver­ti­ría más el aná­li­sis so­cio­ló­gi­co.

En la con­tra­ta­pa del li­bro Ma­ría Mo­reno es­cri­bió que Lu­ci­la Gross­man in­ven­tó dos co­sas: “la cien­cia fic­ción trash con su le­ga­do de psi­co­de­lia y el beat-cy­ber-es­per­pén­ti­co, suer­te de dro­ga sin­té­ti­ca en for­ma de es­ti­lo ve­lo­cí­si­mo, ri­quí­si­mo, bi­za­rro”.

¿Cómo fue el pro­ce­so de es­cri­tu­ra?

Lu­ci­la Gross­man: El pri­mer ca­pí­tu­lo lo ha­bía es­cri­to hace bas­tan­te y lo fui mo­di­fi­can­do en un ta­ller di­ri­gi­do por Juan Te­rra­no­va y Ni­co­lás Ma­vra­kis. Tam­bién me ayu­dó bas­tan­te De­nis Fer­nán­dez, el edi­tor. En reali­dad el per­so­na­je era hom­bre al prin­ci­pio, pero cam­bió a mu­jer.

¿Por qué cam­bió de hom­bre a mu­jer? ¿Se hu­bie­ra em­ba­ra­za­do igual?

LG: Sí, pero no me hu­bie­ra gus­ta­do esa idea. Sien­do mu­jer de­cía mu­cho más de lo que que­ría de­cir. Si no, se iba para otro lado. Me fui dan­do cuen­ta que te­nía una sen­si­bi­li­dad de mu­jer.

¿Esa sen­si­bi­li­dad cómo se re­la­cio­na con una es­cri­tu­ra fe­me­ni­na?

LG: An­tes de es­cri­bir Ma­pas Ter­mi­na­les siem­pre es­cri­bí con la voz de hom­bre, pero de re­pen­te en­con­tré en la voz fe­me­ni­na algo mu­cho más ex­plo­ta­ble. Por­que soy mu­jer, para em­pe­zar, y tam­bién por­que lo veo en la es­cri­tu­ra de otras mu­je­res que leo, don­de la voz fe­me­ni­na tie­ne su par­ti­cu­la­ri­dad.

Esa par­ti­cu­la­ri­dad de la voz fe­me­ni­na está en re­la­ción con la es­cri­tu­ra, ¿pero tam­bién con lo que pue­de ser la li­te­ra­tu­ra fe­mi­nis­ta?

LG: Creo que la li­te­ra­tu­ra fe­mi­nis­ta es un fe­nó­meno del mer­ca­do, que no lo cues­tiono por­que no me pa­re­ce re­le­van­te. Creo que hay un mon­tón de mi­nas que es­tán es­cri­bien­do y a ni­vel ven­tas es­tán muy por en­ci­ma. Eso está bue­ní­si­mo y no es ne­ce­sa­rio re­du­cir­lo al ró­tu­lo de li­te­ra­tu­ra fe­mi­nis­ta.

¿Por qué?

LG: En ge­ne­ral no me gus­ta tan­to cuan­do se ca­te­go­ri­za algo, por­que hay un mon­tón de otras ca­rac­te­rís­ti­cas para re­sal­tar de cier­tas es­cri­to­ras que no son ne­ce­sa­ria­men­te fe­mi­nis­tas. Lo que sí me pa­re­ce es que tam­bién hay algo de la lec­tu­ra, un mon­tón de mi­nas le­yen­do y gru­pos de mi­nas que se ban­can y eso está bue­ní­si­mo, tie­ne que ver con cier­to equi­li­brio más que con una li­te­ra­tu­ra fe­mi­nis­ta.

Di­ga­mos que al de­fi­nir cier­ta li­te­ra­tu­ra como fe­mi­nis­ta se co­rre el ries­go de que cual­quier ob­je­to se vuel­va li­te­ra­tu­ra sólo para el con­su­mo de la mu­jer.

LG: No me gus­ta nin­gu­na ca­te­go­ri­za­ción que la de­fi­na por­que al de­fi­nir un fe­nó­meno se lo re­du­ce. Se vuel­ve un car­tel de ven­ta, y más aho­ra que el fe­mi­nis­mo que al ser tan po­lé­mi­co y es­tar en boga el de­cir li­te­ra­tu­ra fe­mi­nis­ta, mu­chas es­cri­to­ras que no tie­nen otro lu­gar que­dan bajo ese car­tel. Y tam­bién otras es­cri­to­ras que al no de­fi­nir­se fe­mi­nis­tas que­dan afue­ra del fe­nó­meno. No me gus­ta la idea de li­te­ra­tu­ra fe­mi­nis­ta como de­fi­ni­ción te­má­ti­ca. Si tie­ne que ver con el lu­gar de am­plia­ción de la mu­jer en to­dos los es­pa­cios, ahí bien­ve­ni­do sea. Me pa­re­ce que es un he­cho que está pa­san­do.

En tu es­cri­tu­ra hay bas­tan­te de ex­pe­rien­cia y ofi­cio de es­cri­bir. ¿Cuán­to de cada cosa?

LG: Hay co­sas que mis ami­gos leían y se ca­gaban de risa por­que es­tán to­dos ahí, mez­cla­dos. Es una de­for­ma­ción de mis ami­gos li­cua­dos. Son los mons­truos de mis ami­gos. Hay mu­cha ex­pe­rien­cia y hay mu­cha in­ven­ción. El per­so­na­je no soy yo, ¡de­fi­ni­ti­va­men­te!

¡Ah! ¿Vos no es­tás em­ba­ra­za­da de un mons­truo ex­tra­te­rres­tre?

LG: Esa es la par­te real, tuve un hijo que es un mons­truo y eso está es­cri­to en la no­ve­la, está es­cri­to real­men­te. En un prin­ci­pio es una idea gran­di­lo­cuen­te la de un re­tra­to ge­ne­ra­cio­nal por­que fi­nal­men­te se re­du­ce a un gru­po, a mi gru­po. O cual­quier gru­po que se pien­sa un to­que arty, de cla­se me­dia.

Los per­so­na­jes de Ma­pas Ter­mi­na­les es­tán crean­do todo el tiem­po. En los tiem­pos muer­tos (que son todo el tiem­po) es­tán tra­tan­do de ge­ne­rar algo.

LG: Sí, to­dos tra­tan de su­bli­mar algo con una sen­sa­ción de va­cío. Por ejem­plo, cuan­do la na­rra­do­ra ha­bla de que to­dos se pue­den ir de via­je por­que na­die está com­pro­me­ti­do con nin­gu­na cau­sa. Son per­so­na­jes que es­tán ahí, man­te­ni­dos por sus vie­jos, ha­cien­do como que tra­ba­jan, sien­do tran­sas.

Y tam­bién van apa­re­cien­do los dis­cur­sos so­bre la ma­ter­ni­dad, las re­la­cio­nes hu­ma­nas y la tec­no­lo­gía. ¿Cómo se van re­la­cio­nan­do esos dis­cur­sos con la cien­cia fic­ción trash?

LG: La cien­cia fic­ción como gé­ne­ro nun­ca la cur­tí. No es un gé­ne­ro que me en­can­te ni nada pa­re­ci­do. El par­to de ese mons­truo, Pro­tón, es una ex­cu­sa para na­rrar. Las con­se­cuen­cias de eso tie­nen que ver con que todo se ter­mi­na de­frau­dan­do, di­lu­yen­do, fren­te a la can­ti­dad de es­tí­mu­los que hay. La vida si­gue y la piba si­gue me­dio dro­ga­da todo el día. Todo el ex­te­rior la ata­ca des­de un lu­gar de hi­per­sen­si­bi­li­dad y de hi­per­re­fle­xión. ¡Tu­vis­te un hijo mons­truo y te acos­tum­bras­te a eso! Pero tam­bién lo ne­ce­si­tás, te ha­cés adic­to.

Para pen­sar tu no­ve­la la cien­cia fic­ción como gé­ne­ro no es su­fi­cien­te, y las re­la­cio­nes hu­ma­nas apa­re­cen me­dia­das por una tec­no­lo­gía que si bien está pre­sen­te tam­po­co al­can­za para ge­ne­rar la co­mu­ni­ca­ción que pro­me­te.

LG: Cla­ro, es como el prin­ci­pio de no-co­mu­ni­ca­ción. En de­fi­ni­ti­va la mina no está co­mu­ni­ca­da con na­die por­que pasa eso, ella cla­ra­men­te no está co­mu­ni­ca­da con ese bebé, de he­cho no está se­gu­ra ni con­ven­ci­da de que exis­ta o no. Exis­te, pero ella tie­ne esa duda. Y tam­po­co se lo pue­de co­mu­ni­car exac­ta­men­te a sus ami­gos, ni se co­mu­ni­can en­tre ellos, es­tán to­dos me­dio em­bo­ta­dos en su pro­pio de­li­rio hi­per­sen­si­ble. La co­mu­ni­ca­ción re­sul­ta im­po­si­ble a pe­sar de to­dos los dis­po­si­ti­vos que hay para co­mu­ni­car­se, por su com­ple­ji­za­ción.

 

La no­ve­la in­clu­ye va­rios di­bu­jos, rea­li­za­dos por So­fía Godi.

 

[Ndr: La con­ver­sa­ción se in­te­rrum­pe. Un niño des­nu­do de tres años co­rre en­tre las me­sas del bar. Lu­ci­la Gross­man ríe, se sor­pren­de y dice “¡Qué her­mo­so!”.] Lo flas­he­ro for­ma par­te de la no­ve­la. Pen­sa­ba en la re­la­ción en­tre lo ge­ne­ra­cio­nal y las dro­gas como par­te del mis­mo re­tra­to.

LG: La dro­ga no está nom­bra­da en lo con­cre­to. Hay un ca­pí­tu­lo en el que es­tán de éx­ta­sis, en la fies­ta elec­tró­ni­ca. Eso lo pien­so como algo pre­sen­te todo el tiem­po, no es algo tan ge­ne­ra­cio­nal como la mag­ni­fi­ca­ción. To­dos los pi­bes con los que pue­das ha­blar de nues­tra ge­ne­ra­ción al­gu­na vez se dro­ga­ron o sa­ben de qué se tra­ta.

Está el via­je li­sér­gi­co pero tam­bién es par­te de lo co­ti­diano. La no­ve­la no se tra­ta de unos pi­bes que van, se dro­gan y vuel­ven. Es­tán todo el tiem­po en un es­ta­do de per­cep­ción au­men­ta­da, es­pe­cial.

LG: Me pa­re­ce que es algo que atra­vie­sa la no­ve­la y es par­te del re­tra­to ge­ne­ra­cio­nal. Por un lado, tie­ne que ver con que la dro­ga abre ca­na­les de per­cep­ción que es­tán bue­ní­si­mos, pero en otros ca­sos es un cul­to a la bo­lu­dez. Lo que más le con­vie­ne a cual­quier tipo de po­der es que esto fun­cio­ne así, que es­te­mos to­dos en cual­quie­ra. Lle­va­do a un ex­tre­mo lo pien­so como el pan­óp­ti­co, to­dos se­pa­ra­dos, cada uno en su ca­be­za.

¿Qué pen­sás de la es­cri­tu­ra como desafío a los dis­cur­sos del po­der?

LG: No sé qué tan­ta ac­ción con­cre­ta pue­de lle­gar a te­ner la li­te­ra­tu­ra en sí. No pien­so que la li­te­ra­tu­ra pue­da lle­gar a cam­biar nada. Pien­so que la li­te­ra­tu­ra si no es di­si­den­te, es apo­lo­gía. Pero no es­toy de acuer­do con que la li­te­ra­tu­ra pue­da ha­cer gran­des cam­bios a ni­vel so­cial. Sí pien­so que hay desafío. Me gus­ta leer co­sas que son crí­ti­cas ha­cia la reali­dad, toda es­cri­tu­ra es una toma de po­si­ción. Hay mu­chas par­tes en el dis­cur­so de la na­rra­ción que bus­can evi­den­ciar cier­ta pre­ten­cio­si­dad, co­sas de au­to­de­fi­ni­ción que no lle­gan a nin­gún pun­to por­que ter­mi­nan li­mi­tan­do cual­quier tipo de pro­ce­so crea­ti­vo. Hay todo el tiem­po un ru­miar del ce­re­bro del per­so­na­je que se cor­ta cuan­do pasa algo muy con­cre­to y des­pués si­gue su cur­so por­que el ser hu­mano se acos­tum­bra, es muy ma­lea­ble. Esa es la pre­mi­sa de la no­ve­la.

Fren­te al pa­no­ra­ma de una ge­ne­ra­ción que se sien­te de­frau­da­da, bus­ca res­pues­tas en la tec­no­lo­gía pero fra­ca­sa y se acos­tum­bra a eso, ¿qué pen­sás de la li­te­ra­tu­ra en re­la­ción a la co­mu­ni­ca­ción? Por ejem­plo en las par­tes que in­cluís poe­sía. ¿Es una for­ma di­fe­ren­te de acer­car al lec­tor?

LG: Es una de­ci­sión que tomé al fi­nal. Tie­ne que ver con mar­car un rit­mo de co­mu­ni­ca­ción arrít­mi­ca. Leí­da en voz alta es in­so­por­ta­ble por­que no tie­ne un rit­mo or­gá­ni­co. Tie­ne que ver con que­rer mar­car el rit­mo de la co­mu­ni­ca­ción. Grá­fi­ca­men­te me gus­ta por­que le da una cosa más oní­ri­ca. Es una de­ci­sión que siem­pre apa­re­ce re­la­cio­na­da a Pro­tón. Lo que está en ese for­ma­to son las co­mu­ni­ca­cio­nes de ella con su bebé.

¿Por qué de­ci­dis­te in­cluir dibujos?¿Quién los hizo?

LG: Los hizo una ami­ga que es pin­to­ra, se lla­ma So­fía Godi. La vol­ví loca por­que los di­bu­jos son bús­que­das. En reali­dad son fo­tos de in­ter­net. Si vos bus­cas la no­ti­cia de la rata fos­fo­res­cen­te o el pe­rro de mu­chas ca­be­zas en Goo­gle está esa foto, y las ilus­tra­cio­nes se ba­san en eso. Me pa­re­ció que era bueno dar­le esa vuel­ta de ros­ca. La pro­ta­go­nis­ta está pin­tan­do lo que vio, su ob­se­sión, pin­tan­do lo que en­cuen­tra, tra­tan­do de bus­car la fi­gu­ra de su bebé. En esos di­bu­jos que son lí­neas cru­za­das apa­re­ce lo que está en el tí­tu­lo, los ma­pas ter­mi­na­les, la cues­tión de so­bre­po­ner mu­chos ma­pas y re­co­rrer­los, ver qué pasa. Los di­bu­jos es­tán en esa sin­to­nía.
Mien­tras yo es­cri­bía la no­ve­la So­fía Godi es­ta­ba pro­ban­do la téc­ni­ca de “trans­fe­ren­cia”, que con­sis­te en im­pri­mir una foto, con un lí­qui­do trans­fe­rir la ima­gen y pin­tar arri­ba. Más allá del he­cho de que son to­dos pi­bes que flas­hean con el arte, hay una cosa de ha­blar des­de aden­tro, cier­ta cosa in­te­rio­ri­za­da des­de ese lu­gar. Su­per­po­ner un diá­lo­go in­terno, como en la téc­ni­ca.