El 01 de septiembre de 1991, un mes y un día después de su cumpleaños número once, Harry Potter abordó su primer tren desde la plataforma 9 y ¾ de la estación londinense de King’s Cross con dirección a Hogwarts, la escuela de magia y hechicería. Harry se convirtió en el mago más famoso del mundo y durante los siguientes siete años se enfrentó a las artes oscuras del mundo mágico –siempre escoltado por sus amigos Ron Weasley y Hermione Granger– hasta derrotar al malvado Lord Voldemort. Esto lo sabemos (casi) todos.
El último libro de la saga, Harry Potter y las reliquias de la muerte, termina con un apartado que se desarrolla a los diecinueve años de la batalla de Hogwarts. Conocemos que Harry y Ginny tuvieron tres hijos: James Sirius, Albus Severus –quien está a punto de embarcarse por primera vez hacia el colegio– y Lily Luna. En la terminal, Albus se muestra preocupado y le cuenta a su padre que tiene miedo de quedar seleccionado en Slytherin. Harry le explica que eso no tendría nada de malo, y le señala que sus nombres (Albus Severus) fueron elegidos en honor a dos directores de Hogwarts, uno de los cuales había pertenecido a Slytherin y había sido el hombre más valiente que Harry hubiera conocido. No muy convencido, Albus se sube al tren y comienza su recorrido hacia Hogwarts.
Esta escena, que funciona como epílogo para la saga original, es al mismo tiempo disparador de la nueva historia. Desde este momento, en el que los fanáticos observan una escena que ya conocen de memoria (leída en el libro y vista en la película), comienza una obra que apelará constantemente a la nostalgia y a elementos que son familiares para los espectadores. De este modo queda configurada una dinámica mediante la cual la trama avanza apoyándose en referencias a personajes y situaciones de la historia original.
El centro de la escena no lo hallamos en Harry (Jamie Parker), sino en su hijo Albus Severus (Sam Clemmett), o mejor dicho, en la tensa relación que se establece entre ambos. Ser el hijo del mago más famoso del mundo resulta una carga muy pesada para el adolescente: hacer honor al nombre parece una tarea cada vez más difícil. Pese a su voluntad, no es elegido para Gryffindor. El Sombrero Seleccionador –un bombín brillantemente dirigido por Chris Jarman– lo coloca en Slytherin, estableciendo así la primera gran decepción: ¿cómo puede ser que el hijo de Potter termine en la casa de la serpiente?
Albus no es el único que debe soportar la carga del pasado. Por su parte, Scorpius Malfoy (Anthony Boyle) tiene que vivir en medio de rumores acerca de que su verdadero progenitor no es otro que… ¡Lord Voldemort! Albus y Scorpius, cuyos padres habían sido antagonistas durante su juventud, comienzan a forjar una amistad que se ancla en las dificultades de ambos por integrarse en Hogwarts a partir del peso de sus respectivos apellidos.
Mientras tanto, un viejo irrumpe en la casa de los Potter: se trata de Amos Diggory (Barry McCarthy) –el padre de Cedric–, quien decidió presentarse de sorpresa luego de fracasar en el intento por concretar una entrevista con Harry. La razón de su visita concierne a fuertes rumores sobre el Ministerio de Magia y un giratiempos que no había sido destruido. Amos solicita ayuda de Potter para utilizarlo, volver en el tiempo y así poder salvar a su hijo. Albus escucha la conversación y frente a la negativa de su padre, decide intervenir con la esperanza de modificar el pasado y cambiar el presente.
Quienes deseen conocer cómo sigue (y cómo finaliza) esta historia, pueden conseguir el guion de la obra, que ha sido publicado en Argentina por la editorial Salamandra. El texto no basta para dimensionar la experiencia del show en el Palace Theatre de Londres, pero alcanza para conocer los vaivenes de la última aventura del mago más famoso del mundo.
Desde diciembre de 2013, cuando la propia J. K. Rowling confirmó los inicios de su nueva creación teatral sobre el joven mago, surgieron numerosas especulaciones. Durante años el universo de Harry Potter apareció en libros, películas, spin-offs y hasta en parques de diversiones con sedes en Florida, California y Japón. Pero la idea de ponerlo sobre las tablas resultaba novedosa y, para muchos fans, cuestionable: ¿estaría la nueva obra a altura de lo conocido hasta entonces? La respuesta es contundente.
Harry Potter y el legado maldito es un espectáculo que brilla en todos sus aspectos: es una obra muy extensa (dividida en dos partes de más de dos horas y media cada una) pero en ningún momento se torna tediosa. Al contrario, la puesta en escena –a cargo de Jack Thorne– supera las expectativas de los fanáticos más optimistas. Si el libreto es muy bueno y las actuaciones son geniales, aquí los efectos especiales resultan extraordinarios: hay batallas, escenas subacuáticas y hasta dementores que sobrevuelan por encima del público. El espectáculo resulta sorprendente para todos, incluso para quienes –como este cronista– ya conocían el desarrollo de la trama por haber leído el texto dramático con anterioridad.
Si ya sabemos que una obra va mucho más allá de su guion y una buena ejecución, acá ese conocimiento se corrobora con la propia experiencia. El espectador no tiene opción: en The Cursed Child se disfruta y se deja llevar, más que nunca, por la magia.
Ficha técnica Nombre original: Harry Potter and the Cursed Child. Escrita por: J.K. Rowling, Jack Thorne y John Tiffany. Director: John Tiffany. Año de estreno: 2016. Lugar: Palace Theatre (Londres).