Elizabete Agostinho: “En el amor no interesa si uno es escritor, poeta o inventor”

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Elizabete Agostinho: “En el amor no interesa si uno es escritor, poeta o inventor”

Camila Porto entrevistó a Elizabete Agostinho, la periodista y escritora francesa radicada en Portugal, que en su libro Grandes cartas de Amor, expone a las grandes personalidades de la historia desde su lado más humano. Por si no te llegó la inspiración para este San Valentín, Marx, Napoleón o hasta Freud te ayudan.

¿Qué es lo que une a Karl Marx, Dos­toievs­ki, Mo­zart y En­ri­que VIII? El amor. Ni el co­mu­nis­mo, ni la li­te­ra­tu­ra, ni la mú­si­ca fue­ron lo su­fi­cien­te­men­te fuer­tes como para re­pri­mir el lado hu­mano de es­tas per­so­na­li­da­des. “To­dos so­mos hu­ma­nos en las cues­tio­nes del amor” cree Eli­za­be­te Agos­tin­ho, quien des­pués de pu­bli­car tres li­bros, que no lle­ga­ron a Ar­gen­ti­na, y de una ca­rre­ra en el pe­rio­dis­mo que la lle­vó a tra­ba­jar en Es­pa­ña, In­gla­te­rra y Por­tu­gal, de­ci­dió ex­po­ner en su nue­va obra per­so­na­jes dis­tin­tos pero uni­dos por un mis­mo sen­ti­mien­to.

A lo lar­go de las 174 pá­gi­nas la es­cri­to­ra re­co­pi­ló 50 car­tas de amor prohi­bi­do, co­rres­pon­di­do, co­ti­diano o pla­tó­ni­co de gran­des per­so­na­li­da­des de la his­to­ria del mun­do. Des­de fi­gu­ras de la li­te­ra­tu­ra, como Vir­gi­nia Wolf, o emi­nen­cias de cam­pos más aca­dé­mi­cos, como Sig­mund Freud, has­ta gran­des go­ber­nan­tes como Na­po­león Bo­na­par­te o Ale­jan­dro II.

¿Por qué eli­gió el amor como tema cen­tral del li­bro?

Eli­za­be­te Agos­tin­ho: Que­ría que to­dos los lec­to­res pu­die­sen leer es­tas car­tas cu­yos au­to­res han sido per­so­nas ex­tra­or­di­na­rias tal vez pre­ci­sa­men­te para que se vie­ra que en el amor no in­tere­sa si uno es es­cri­tor,  poe­ta o in­ven­tor. Más que el amor como tema cen­tral, creo que el li­bro re­ve­la cómo so­mos to­dos hu­ma­nos en las cues­tio­nes del amor. Lo po­de­mos vi­vir de ma­ne­ras di­fe­ren­tes, pero siem­pre nos afec­ta­rá y hará un poe­ta sen­tir­se un loco y un fi­ló­so­fo sen­tir­se un niño, o un gi­gan­te de la li­te­ra­tu­ra como Dos­toievs­ki pe­dir per­dón a su mu­jer con tan­ta hu­mil­dad y casi mie­do que nos deja una son­ri­sa en los la­bios.

En la in­tro­duc­ción de la car­ta de Art­hur Rim­baud us­ted es­cri­bió que un poe­ta no pue­de te­ner una vida tri­vial o co­mún ¿Por qué cree que es así? ¿Cree que es­tos poe­tas aman con más sen­ti­mien­to?

EA: Creo que poe­tas, prin­ci­pal­men­te como Rim­baud y Ver­lai­ne, vi­vían muy in­ten­sa­men­te. Pue­den no amar con más sen­ti­mien­to, pero se­rán per­so­nas más com­ple­jas que la ma­yo­ría, esa in­ten­si­dad es­ta­rá en su men­te, más que en los ac­tos. Por eso se ex­pre­san de ma­ne­ra tan fuer­te. Más que ha­blan­do de los poe­tas en ge­ne­ral, en esa fra­se me re­fe­ría en par­ti­cu­lar a es­tos dos poe­tas que tu­vie­ron vi­das y amo­res muy in­ten­sos y eso se ha re­fle­ja­do en su obra. Pero hay otros que pa­re­cían te­ner vi­das muy tran­qui­las y ex­pre­sa­ron tal vez su in­ten­si­dad in­te­rior, su com­ple­ji­dad in­ter­na en sus obras.

Pa­re­ce ha­ber más car­tas de aman­tes se­pa­ra­dos que his­to­rias con fi­na­les fe­li­ces ¿Cree que es­tas his­to­rias ex­pre­san más sen­ti­mien­tos? ¿Al es­tar se­pa­ra­dos el amor se vuel­ve más fuer­te y se es­cri­ben co­sas más pro­fun­das?

EA: Ha­bía mu­cha co­rres­pon­den­cia pu­bli­ca­da de au­to­res enamo­ra­dos, de ese “amor del co­ti­diano” que es tran­qui­lo, pero que­ría tam­bién mos­trar que el amor es amor, mis­mo cuan­do no es re­cí­pro­co, mis­mo cuan­do no tuvo un fi­nal fe­liz, mis­mo cuan­do sig­ni­fi­ca su­fri­mien­to. Es muy bo­ni­to leer es­tas car­tas de amo­res fe­li­ces, de re­la­cio­nes que han du­ra­do has­ta la muer­te, pero creo que se ve tal vez más de la na­tu­ra­le­za hu­ma­na en las otras, cuan­do los aman­tes es­tán in­se­gu­ros, in­fe­li­ces, y esto nos traen es­tos tex­tos: nos per­mi­ten co­no­cer me­jor a es­tas per­so­nas en su in­ti­mi­dad, y tal vez así in­ter­pre­tar me­jor sus obras y sus vi­das. La ma­ne­ra cómo han ama­do, cómo se han de­ja­do amar, cómo han su­fri­do, nos re­ve­la mu­cho de ellos. 

Ya no se en­vían tan­tas car­tas ¿Cree que se per­dió algo al de­jar de usar­las? ¿Las nue­vas tec­no­lo­gías pue­den ocu­par su lu­gar?

EA: ¡Sí! ¡Creo que se ha per­di­do mu­chí­si­mo! Se ha per­di­do ante todo el pla­cer de es­cri­bir­las. No es­toy ha­blan­do sólo de car­tas de amor, pero de car­tas de cum­plea­ños, de car­tas a ami­gos que es­tán le­jos, de car­tas por la na­vi­dad. Es­cri­bir una car­ta era un mo­men­to de re­fle­xión, so­los, pen­san­do en el des­ti­na­ta­rio de la car­ta. Era un mo­men­to de in­ti­mi­dad mis­mo con dis­tan­cia. Y creo que era un mo­men­to de gran ho­nes­ti­dad tam­bién, por­que po­día­mos es­cri­bir un bo­ce­to, o bo­rrar,  re­es­cri­bir, pero no es­ta­ba tan­to el há­bi­to de apa­gar, o de re­es­cri­bir como en un men­sa­je de mó­vil o en un e-mail, y por eso creo que la car­ta era más es­pon­tá­nea, ve­nía más del alma y me­nos del ce­re­bro. Las nue­vas tec­no­lo­gías pue­den crear gran­des diá­lo­gos, pero se pier­den en un mó­vil, en el mun­do vir­tual del PC; las car­tas exis­ten, las to­cas, las vuel­ves a leer. Yo ten­go mu­chas car­tas de mi in­fan­cia, to­da­vía soy de esa ge­ne­ra­ción, de los ami­gos de va­ca­cio­nes. Ten­go to­das las car­tas ma­nus­cri­tas que he re­ci­bi­do en mi vida, mu­chas en el áti­co de mis pa­dres. No se­ría ca­paz de po­ner ni una en la ba­su­ra, son pe­da­zos de mí, de mi pa­sa­do. 

¿Cuál es la car­ta que más le gus­ta?

EA: Es di­fí­cil res­pon­der por­que hay mu­chí­si­mas que me gus­tan. Me en­can­ta la de Saint, es­cri­bía su amor, de ma­ne­ra casi in­fan­til. Cada una de es­tas car­tas tie­ne su iden­ti­dad, y la iden­ti­dad de las dos per­so­nas, la que la es­cri­be y la que la re­ci­be, en sus pa­la­bras. Exupéry por­que ya se en­cuen­tra ahí mu­cho de El prin­ci­pi­to, en el tex­to pero tam­bién en el au­tor. Me he di­ver­ti­do mu­cho como la de Ben­ja­min Fran­klin, la vida de Geor­ge Sand fue más emo­cio­nan­te que mu­cha fic­ción, es in­creí­ble ver como Fer­nan­do Pes­soa  es­cri­bía su amor, de ma­ne­ra casi in­fan­til. Cada una de es­tas car­tas tie­ne su iden­ti­dad, y la iden­ti­dad de las dos per­so­nas, la que la es­cri­be y la que la re­ci­be, en sus pa­la­bras.

¿Qué li­bro les re­co­men­da­rías a tus lec­to­res?

EA: El li­bro que re­co­mien­do es el En­sa­yo so­bre la ce­gue­ra, de José Sa­ra­ma­go. Por­que es un li­bro que me ha gus­ta­do mu­chí­si­mo en ése sen­ti­do que algo cam­bia den­tro de no­so­tros, que nos afec­ta, y por­que no po­dría de­jar de ser un li­bro de un au­tor por­tu­gués.