Hace un par de años Andrés Neuman presentó su libro “Barbarismos”, un ocurrente diccionario que combatía la idea del idioma como una entidad férrea custodiada por centenarias instituciones. En una entrevista señaló que a fines de la década de los 90’ la Real Academia Española aún definía alcaldesa como “esposa del alcalde”, a pesar que hacía tiempo que existían alcaldesas. Por otro lado muchos neologismos relacionados con internet eran aceptados rápidamente, entrando en nuestro idioma sin problemas. “El diccionario es un territorio de batalla política” resumía el autor.
Siempre existió cierta conciencia sobre el componente ideológico que encierra el lenguaje. En particular varios pensadores de principios del siglo XX se explayaron sobre el tema en un puñado de ensayos influyentes. Quizás el que lo puso en palabras más claras fue Antonio Gramsci: “Todo el lenguaje es un continuo proceso de metáforas y la historia de la semántica es un aspecto de la historia de la cultura. El lenguaje es al mismo tiempo una cosa viviente y un museo de fósiles de la vida y de la civilización”. Estas ideas trascendieron lo teórico, con los hablantes que cuestionaron y cuestionan palabras o expresiones sospechadas de prolongar las ideas de los grupos dominantes. Por esto es que hoy resulta evidente lo imparcial que es dejar las reglas del español en manos de una entidad que desde el nombre se reconoce como monárquica y académica. Hay toda una historia de luchas, abusos y exclusiones manchando nuestro idioma y se puede rastrear en cada acento, en cada anárquico giro gramatical, en cada frase de uso popular postergada por atentar contra lo que el canon considera el uso correcto de la lengua.
En particular el español americano – rico en mestizajes y anomalías- causó múltiples dolores de cabeza a los centinelas del idioma. Recién en su edición del año 2014 el diccionario de la RAE incluyó a los americanismos dentro de su cuerpo central, en lugar del habitual apéndice externo de entregas anteriores. Son batallas libradas de manera silenciosa, por lo que los modos usados por las periferias étnicas o sociales (generalmente consideradas vulgares) esperaron mucho tiempo para que el canon los aceptara como válidos tras un solemne proceso de evaluación.
Ahora los enfrentamientos se evidencian mediante polémicas de alto perfil, algo a lo que internet contribuye constantemente. Hoy son la efervescencia del movimiento feminista y la visibilización lograda por el movimiento LGBT quienes ponen en jaque varios lugares comunes del lenguaje, buscando subvertirlos con acciones concretas que no son necesariamente populares. Desde hace un par de años el cambio de la terminación de las palabras mediante el uso de la x, la e o el signo @ para hacerlas más inclusivas irrita tanto a profesores ilustrados como a internautas desprevenidos. Curiosamente, estos últimos suelen manifestarse en las redes obviando de manera vergonzosa a toda regla ortográfica y gramatical que se cruce en su camino.
El español pertenece al 25% de los idiomas del mundo que tiene género gramatical. Esto quiere decir que los sustantivos, adjetivos y pronombres tienen una marca de género dada por la vocal de la última sílaba. No ocurre lo mismo con los idiomas de origen anglosajón, como el inglés, que perdió esa característica hace siglos. Hasta ese momento compartía con nuestra lengua la clasificación de los sustantivos en masculinos, femeninos y neutros. Es una característica compartida por varios idiomas derivados de las lenguas romances y no está relacionada con el género ‘real’ de la persona o criatura designada.
Las experiencias por buscar que la lengua sea más igualitaria no son exclusivas de estas latitudes. En Suecia se inventó el término ‘hen’ para remplazar al uso generalizado de pronombres masculinos. Por otro lado en Francia varios sectores difundieron una forma neutral de escribir, la cual incluye signos de puntuación en palabras de terminación masculina que designan actividades también realizadas por mujeres. Esta novísima ecriture inclusive alarmó a la prestigiosa Académie Francaise, que la calificó como un “trabalenguas impronunciable”. Se trata de tácticas efectivas en el plano de la escritura pero que ofrecen dificultades al utilizarse en la palabra hablada.
La pregunta que es necesario responder es si el uso de géneros gramaticales – con las palabras de clasificación masculina teniendo un uso mucho más abundante que las demás – tiene alguna consecuencia concreta a nivel social. Una investigación realizada por la profesora Jennifer Prewitt-Freilino, especializada en cultura y diversidad, concluyó que los países que utilizan idiomas con géneros gramaticales tienen una brecha levemente más desigual entre hombres y mujeres. Sin embargo, también encontró algunos hechos que atentaban contra esa generalización, como ocurre con Irán, donde aunque se habla un idioma carente de géneros gramaticales como el persa, las mujeres están sometidas a múltiples formas de opresión.
Quizás, más allá de las explicaciones filológicas, es el contexto socio-político y religioso lo que define la carga de sentido de una expresión o palabra. Es lo que ocurre con la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos que, a pesar de estar redactada en un lenguaje sin carga de género en su gramática, sentencia que “todos los hombres fueron creados iguales”, dejando a toda la población femenina ausente de ese texto fundacional. No hace falta aclarar que quienes redactaron el documento daban por hecho que Dios es hombre.
Durante siglos se utilizó el concepto de “el Hombre” para hablar de toda la Humanidad. Cientos de enciclopedias hicieron invisible los aportes femeninos a la Historia mediante este arraigado mecanismo. El sitio oficial de la Real Academia deja bien en claro su postura frente a una búsqueda de un lenguaje más inclusivo con respecto a los géneros: “En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos.” La principal contradicción de esta sentencia es que habla de posibilidad sin mencionar cuáles serían las otras posibilidades. Si la posibilidad es una sola entonces se trata de una imposición, como lo es la división binaria de los sexos. Dentro de la lengua los intentos de borrar esa distinción naturalizada por un proceso de siglos muchas veces derivan en experiencias fallidas, algo lógico si se tiene en cuenta que apenas tienen poco más de una década. Es un cambio complejo que se encuentra en una etapa muy inicial.
El polifacético Mark Twain dedicó el ensayo “El terrible idioma alemán” a su lucha por dominar dicha lengua, cuyas laberínticas reglas no dejaron nunca de extenuarlo. En el texto se sorprendía ante el hecho de que en la gramática germana un rábano tiene asignado un sexo mientras una joven muchacha no (das mädchen es un sustantivo neutro) “¡Qué inconmensurable honor para el rábano y qué frialdad para la joven muchacha!” dijo el autor estadounidense. Hoy sabemos que sexo y género no son lo mismo, que el primero tiene un origen biológico y el segundo es una construcción cultural ¿Qué hacer entonces con las palabras, que son pura cultura? Por suerte estas decisiones cada vez tienen menos relación con lo que digan unos adustos señores españoles reacios a los cambios. Algo que sin dudas es positivo para todos, todas y todes.