Laura Nató, Carne (serie)
Luego de una vida tan productiva en el terreno de las adaptaciones, es difícil abordar un texto como El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1886) con la ingenuidad de los lectores que lo vieron aparecer por primera vez en la escena de la Inglaterra victoriana. Sin embargo, a pesar de la sorpresa que pueda llegar a experimentar el lector contemporáneo, la realidad es que, al leerlo, se percibe rápidamente que estamos en presencia de a un relato policial: frente a los diversos misterios e interrogantes que se presentan, emerge un investigador –encarnado aquí en la figura de un abogado, Mr. Utterson– dispuesto a seguir las pistas y encontrar la clave del misterioso caso que se le presenta.
A pesar del realismo de la narración, enfocada en retratar por los hábitos de la burguesía profesional de la Londres del siglo XIX, el elemento fantástico irrumpe para darle un giro al relato y volverlo verdaderamente extraño en toda su dimensión. En este policial atípico, víctima y victimario son la misma persona. Para ser más exactos, son dos seres que, a pesar de sus características físicas particulares distintivas, comparten un cuerpo y una conciencia. Todo lo que Edward Hyde hace por la noche, Henry Jeykll lo recuerda al día siguiente.
Laura Nató, Carne (serie)
Como el personaje Víctor Frankenstein de la novela de Mary Shelley, Henry Jekyll es un científico que se aventura más allá de las convenciones científicas y religiosas que su época considera aceptable. Es interesante destacar, sin embargo, que esta trasgresión, en el caso de Jekyll, nace de una conciencia culpable: él reconoce una duplicidad en sí mismo por una incompatibilidad entre sus deseos más bajos y lo que la sociedad en la que se mueve –por nacimiento y vocación profesional– considera decoroso y correcto para un hombre de su posición. Es decir que la creación de Edward Hyde es meramente el resultado de un proceso ya vigente en el Dr. Jekyll, la personificación de todo lo que desearía no desear. Esto obliga al lector –tan condicionado a pensar la dualidad Jekyll/Hyde como opuestos, bien y mal enfrentándose de manera tan antagónica– a cuestionar la aparente respetabilidad del buen doctor en primer lugar. Esta es una ambigüedad que muchas adaptaciones han decidido evitar. Muchas, como el musical de Broadway que actualmente forma parte de nuestra escena porteña, han dotado al científico de una motivación altruista, desligada de su propio placer: aquí el médico, en pos de encontrar una cura para quienes sufren trastornos psicológicos, privado de la posibilidad de conducir sus investigaciones sobre otro hombre, no tiene otra opción que usarse a sí mismo como sujeto experimental.
En las diferencias entre creador y creado se gesta la necesidad que tienen el uno del otro. Jekyll adora la libertad que Hyde le provee y Hyde se regodea en la inmunidad que Jekyll garantiza. Sin embargo, la convivencia de estas fuerzas antagónicas no es pacífica y el desenlace del enfrentamiento sólo puede ser trágico. “Al parecer, al disminuir las fuerzas de Jekyll, las de Hyde aumentaban; pero el odio que las separaba era ya de la misma intensidad”. G. K. Chesterton comenta, a propósito de la obra de Stevenson que “la clave de la historia no es que un hombre pueda recortarse a sí mismo de su conciencia, sino que no pueda.”
Edward Hyde es un personaje que canaliza todo tipo de contradicciones. Se lo describe como un hombre de contextura baja, grotesca, pero increíblemente ágil. Es físicamente parecido a un simio y canaliza todas los impulsos más primitivos y violentos –a la manera de los delincuentes en la tipología criminal de Cesare Lombroso– pero también tiene gustos propios de una aristocracia decadente e improductiva. Hyde personifica todo lo que la burguesía profesional inglesa, hija del utilitarismo de John Stuart Mill y la Revolución Industrial, considera repugnante. En este sentido, el terror ligado a la monstruosidad de las novelas góticas del siglo XVIII ha pasado al terreno psicológico en el siglo XIX: el monstruo ya no deambula por el castillo medieval, sino que ha copado el terreno urbano moderno y se esconde en la conciencia de Jekyll, que lo ha reprimido pero que lo ha soñado mucho tiempo antes de crearlo.
La indeterminación es fuente de asombro e intriga y opera tanto sobre los personajes de esta novela como en los lectores que vuelven a ella una y otra vez. Lo cierto es que, incluso luego de innumerables reescrituras y reinterpretaciones, la extrañeza de este caso sigue hablándonos a nosotros, a la vez presos y carceleros de nuestra propia existencia.