La novela de Ariana Harwicz nos empuja al abismo, a ese espacio donde el amor sofoca, ahoga, presiona y lo único que nos hace desear es escapar. Matate, amor es la historia de una madre, su marido y un bebé que habitan una casa en un lugar no determinado pero rodeado de naturaleza. Los sonidos de animales en celo, la soledad del campo y vecinos que rozan la bestialidad son lo que incomoda, o mejor dicho, violentan a la narradora.
La autora nació en Argentina en el año 1977 y creció en el barrio porteño de Villa Crespo. Realizó estudios en cine y dramaturgia y obtuvo el máster en Literatura Comparada en la Sorbonne. También en Francia encontró su lugar para escribir en un pequeño pueblo. Allí, según lo declarado en una entrevista a Página 12, halló un lugar en donde “vivir para escribir y no escribir para vivir”. Matate, amor fue su primera novela publicada por Lengua de trapo en el 2012 y luego Editorial Paradiso en Argentina. En junio de este año fue reeditada por Mardulce, que también publicó sus otras dos novelas La débil mental (2014) y Precoz (2015).
¿Qué sucede con el lector que se encuentra por primera vez con la escritura voraz de Harwicz? Al comienzo podría sentirse como si estuviera leyendo un diario íntimo prohibido, luego quizás se identifique con la narradora o quizás no, quizás la abrace o quizás la deteste. Lo importante es que es muy difícil que decida abandonar la novela. Las palabras de furia y enojo, las descripciones anímicas que fácilmente podemos reconocer en nosotros mismos, pero no en una madre primeriza, nos llevan a indagar más y más sobre el desenlace.
El ritmo de escritura acompaña la ira de los monólogos internos que construyen la narración. La mayor parte son reflexiones y confesiones de la mujer que acaba de tener un bebé al que no desea, con un hombre al que tampoco desea, ni él a ella. Por eso, decide pasar largos ratos tirada sobre el campo que rodea la casa, sin preocuparse más que por sus interrogantes: por qué terminó allí, ella que conoce de Shakespeare y Mozart, pero tiene un hijo con un hombre que maneja escuchando Justin Bieber, cuándo se convirtió en una persona que tiende calzoncillos, cuándo dejó de leer.
Sin embargo, ese monólogo se traduce en acciones. La necesidad de descargar sus frustraciones y su furia se cristalizan en el ataque a un perro moribundo o en atravesar con su propio cuerpo un ventanal, después de una discusión con su marido. La infidelidad recorre la novela no como un fin, sino como la puesta a prueba del deseo. ¿El deseo de volver a sentirse mujer? La protagonista se sabe mujer, pero una mujer madre. Esta categoría es lo que discute Harwicz: la idea milenaria de lo natural del amor maternal y la plenitud que debería generarnos como mujeres. En la protagonista, pareciera provocar lo contrario: la vacía, la deja sin su yo.
Con esta novela, que apenas supera las cinto cincuenta páginas, la escritora argentina evidencia cómo el amor puede llenarnos de insatisfacción, nos muestra el amor vacío de sentido: “Somos parte de esas parejas que mecanizan la palabra ‘amor´ hasta cuando se detestan; amor, no quiero volver a verte”. Sin dudas, el amor y la falta de él recorre la novela. La falta de amor hacia el otro y la falta de amor hacia sí misma lleva a la protagonista a identificarse con animales, con la naturaleza de ese paraje que puede ser La Pampa o la campiña francesa. La narradora se mimetiza con el estado salvaje de ciervos y pájaros, pero no logra empatizar con su propio hijo o con la persona que tiene como marido. Harwicz explota esta idea a través de metáforas y un uso de los términos que habilitan una lectura en los límites con la poesía.
El ritmo de la escritura acompaña los momentos de tensión, que están encadenados sin dar pausa más que algunos recuerdos familiares. Sin casi división de párrafos, repleta de puntos seguidos, comas y capítulos breves, el lector de Matate, amor se sumerge en una historia que siempre sorprende con escenas extremas. Quizás es esa la atracción principal, el extremo al que nos lleva Harwicz, ese extremo de lo inimaginable, ese extremo del odio de una madre hacia un hijo, ese extremo necesario para plantearse a sí mismo si ese deseo de amor es lo que realmente necesitamos.