Lejos de conformar un espacio homogéneo, la labor editorial se configura como un espacio lleno de tensiones —ideológicas, económicas, estéticas, sociolingüísticas—que determinan y condicionan las posibilidades de producción, circulación y apropiación de los libros. De esta forma, lo que intentamos llevar a cabo es un intento de visibilizar y rastrear las tensiones que se dan entre texto y libro, tensión que, como Damián Tabarovsky señalaba en una columna hace muchos años, no es otra que la tensión entre escritura y mercado.
Como una forma de abordar esta problemática, presentamos una sección en la que damos voz a diversas editoriales y personas vinculadas a la labor editorial. Inauguramos dicha sección con una charla con Alejandro Dujovne, en la que abordamos diversas temáticas, tales como los efectos del proceso de concentración editorial en grandes grupos económicos, el surgimiento y consolidación de Editoriales Independientes, la relación entre Estado y campo editorial y el rol del editor hoy en día.
Desde hace un tiempo, viene circulando dentro del campo editorial la noción de lo “Independiente”. Para comenzar, ¿Cómo se empezó a pensar esta categoría? ¿Respecto a qué factores es independiente una editorial independiente?
Alejandro Dujovne: Cada tanto se reitera la discusión acerca del sentido y función de la categoría “independiente”. Hay quienes ponen en cuestión su utilidad para describir una parte del mercado editorial, y otros que entendemos lo contrario. Algo de eso sucedió en la reciente presentación del muy recomendable libro Independientes, ¿de qué? de Víctor Malumian y Hernán López Winne. La crítica a esa categoría tiene un punto fuerte: su imprecisión al momento de distinguir qué sellos entran ahí y cuáles no. Fuera de las grandes empresas que concentran una porción significativa del mercado, donde el término “independiente” claramente no cabe, nos encontramos con una enorme heterogeneidad de sellos que por oposición podrían ser identificados como “independientes”. No obstante, creo que la validez de esta crítica no es suficiente para tirar por la borda esta noción. Por el contrario, los usos y disputas por su significado dentro del propio mundo editorial, lejos de mostrar la debilidad de esta categoría, revelan precisamente su eficacia social. Su uso por los propios editores como clave para situarse y proyectar distinciones en el interior del espacio editorial, para identificarse, agruparse, encontrar afinidades, marcar diferencias, y pensar su propia acción editorial, da cuenta de la fuerza de esta categoría.
Pero esta multiplicidad no debe hacernos perder de vista que esta categoría supone una toma de posición político-cultural, que apunta a cuestionar el proceso de concentración editorial y el creciente dominio de criterios económico-comerciales en las decisiones editoriales. No importan las diferencias en sus usos, todos los sellos que se auto-identifican como “independientes” coinciden, al menos retóricamente, en su oposición a una lógica que prioriza la rentabilidad comercial por sobre la apuesta literaria e intelectual de calidad. De allí el error, nada ingenuo por cierto, del intento de igualar o reducir la categoría “independiente” a “nuevas”, “pequeñas”, “jóvenes” o “emergentes”.
¿Cómo afecta el proceso de concentración al mercado editorial?
AD: Las aristas son muchas, pero la más preocupante, y sobre la que más se ha insistido, es la pérdida de diversidad en la oferta de libros. Puede resultar paradójico decir que hay pérdida de diversidad cuando desde hace años -excepto en los últimos dos, con la fuerte crisis que atraviesa el sector- el número de títulos nuevos no ha parado de crecer. Sucede que la cuestión radica menos en el número, que en principio tampoco es garantía de diversidad -pues se puede publicar mucho de lo mismo-, que en el hecho de que un acotado número de empresas controlen una creciente porción del mercado a través de su gran poder de marketing y de negociación con las librerías, lo que provoca que se reduzcan las posibilidades de circulación y difusión de una oferta editorial más diversa. Una mirada rápida por los libros exhibidos en las vidrieras de las librerías, en especial de las cadenas, ofrece un buen panorama del poder concreto de los grandes grupos. Problema más grave aun cuando tenemos en cuenta que estas grandes empresas editoriales empujan a sus sellos a priorizar la rentabilidad por sobre la innovación y el riesgo intelectual o estético. Entonces, si por un lado empeoran las condiciones para la exhibición y difusión de editoriales pequeñas, por el otro los sellos de los grupos concentrados hacen de la rentabilidad su principal criterio editorial. Por lo tanto, si consideramos que el libro continúa siendo uno de los principales medios de circulación de las ideas, la pérdida de diversidad editorial o de “bibliodiversidad” conlleva, en definitiva, a un empobrecimiento de la vida cultural e intelectual de una sociedad.
¿Cómo se incorpora y articula la noción de independiente en el campo editorial argentino?
AD: La noción de independiente en Argentina ha tenido varios usos, asociados a su vez a distintos momentos de desarrollo del campo editorial. El calificativo “independiente” para describir a una porción del arco editorial tal como lo entendemos hoy, toma forma a partir del libro La edición sin editores (1999) del editor André Schiffrin (y a partir de conversaciones entre editores chilenos a mediados de los 90´s donde se esboza la noción de “bibliodiversidad”), y se difunde internacionalmente con la fundación en Francia de la Alianza de Editores Independientes. Schiffrin reivindica el papel del editor, tal como harán de allí en más otros editores de renombre, frente a lo que llama la “edición sin editores”, una práctica editorial donde el discurso del marketing no solo opera en la venta y comercialización del libro, como habitualmente lo hacía, sino que también pasa a incidir en la elección de los títulos, la escritura, el diseño, etc. En Argentina el adjetivo “independiente” comienza a ser utilizado entre 2005 y 2006 por editoriales que ya existían, que tenían algún recorrido, un catálogo, y que lo adoptan como forma de visibilizar sus libros y de auto-identificarse a partir de un modo de producción asociado a la calidad. A la cabeza de esta modalidad está Guido Indij quien junto a otros sellos crean EDINAR (Alianza de Editores Independientes de la Argentina).
Una concepción distinta fue la que encarnó la Feria del Libro Independiente, la FLIA. Desde una posición contracultural, por llamarla de algún modo (donde la “a” de FLIA responde a alternativa, autogestiva, amiga, amorosa, andariega, alocada, abierta), combinó la apuesta editorial con proyectos alternativos y cooperativos de comida, música etc., y con empresas recuperadas. El énfasis estaba puesto en la crítica política–cultural, y en la vinculación con otras experiencias sociales y culturales, y no, al menos en los primeros años de la FLIA, en otros aspectos como la comercialización.
La tercera variante es la que expresa la Feria de Editores, y cuyo origen es posterior a EDINAR y la FLIA. La Feria de Editores — que existe desde hace 7 años, inicialmente en FM la Tribu –explotó en 2016 convirtiéndose en un acontecimiento cultural de magnitud. Entre las razones que explican el creciente éxito de la FED, creada e impulsada por Víctor Malumian y Hernán López Winne, editores de Godot, se encuentran el desarrollo y la maduración paralelos de un grupo de sellos creados entre 2004 y, digamos, 2009 ó 2010, a los que suman otros más recientes que aprovechan la experiencia acumulada por los primeros. El proceso de maduración de una editorial llega cuando la aventura inicial deja paso a un proyecto cada vez más profesional que demanda información, conocimientos específicos y tiempo. Todo lo cual implica atender especialmente a la administración, un aspecto soslayado en los primeros tiempos que con el crecimiento del sello deviene un aspecto decisivo de la tarea editorial, tan importante y vital como la elección de los títulos. A la apuesta por la calidad, pretensión compartida por gran parte de las editoriales que se reconocen como “independientes”, se suma la preocupación por la sustentabilidad. Y hacer sustentable a un proyecto editorial requiere asumir la profesionalización de todas las etapas del proceso editorial como parte de sus objetivos.
¿A qué problemáticas tuvieron que enfrentarse estas editoriales en el proceso de profesionalización?
AD: Las editoriales “independientes” que tienen algunos años de funcionamiento, lograron desarrollar un catálogo relativamente amplio, y conectaron con un público que las reconoce y sigue atento sus propuestas, se enfrentan ante nuevos problemas y decisiones: cuándo y cuánto reimprimir, cómo sostener un mínimo de novedades anuales, de qué modo y en qué dirección ampliar la red de librerías a las que llegan, cómo alcanzar más destinos en el exterior, a qué ferias nacionales e internacionales asistir, cuál es la mejor estrategia para mejorar la prensa, etc. En otras palabras, a medida que los sellos se fueron desarrollando y afianzando descubrieron que elegir una obra y editarla era una cosa, y distribuir y vender otra muy distinta. Si bien no hay un modelo único ni un camino lineal, la profesionalización supone tener una visión de conjunto y mejorar cada etapa del proceso productivo a través del aprendizaje, el análisis, y la definición de objetivos y de las mejores estrategias para alcanzarlos. Los frecuentes encuentros e intercambios y las prácticas asociativas que llevan adelante en librerías, ferias y proyectos de distribución, muestran que parte importante de la profesionalización de las “independientes” se da de manera colectiva.
¿Qué relación se puede pensar entre el Estado y la producción editorial?
AD: Podemos analizar esa relación medida por medida, evaluando el impacto de cada una de ellas: ¿cuántos libros compró el Estado este año por comparación con los anteriores?, ¿a qué editoriales?, ¿cómo funciona el esquema impositivo para la comercialización editorial?, ¿qué normativa regula el precio de los libros?, ¿existen incentivos, créditos, subsidios a la producción y venta?, ¿hay alguna clase de barrera a la importación?, ¿contamos con apoyos a la exportación?, y así sucesivamente. Pero individualizar y evaluar las medidas una por una suele funcionar como una especie de anteojera de caballo, impidiéndonos mirar y pensar el panorama de manera más sistemática e imaginar qué otros instrumentos políticos podrían proponerse. Creo que en esta clase de análisis deberíamos partir de la pregunta más general acerca de qué tipo de relación existe en cada momento entre Estado, cultura y mercado: ¿Qué idea del libro y la edición tiene el gobierno?, ¿cuál es su diagnóstico de los problemas estructurales y coyunturales del mercado?, ¿tiene alguna clase de plan?, ¿qué opiniones y propuestas tienen los principales actores del sector?, ¿qué instancias de discusión y articulación existen? Preguntas como estas permitirían sentar una mejor base para no solo evaluar medida por medida, sino también imaginar qué otra clase de acciones deberían llevarse a cabo y no se están discutiendo.
Una iniciativa interesante en este sentido fueron los proyectos de un Instituto Nacional del Libro. En la última década hubo dos proyectos de ley que apuntaron a la creación de este. El primero se discutió entre 2009 y 2010. Llegó a debatirse en el Senado, pero finalmente cayó por un problema técnico y por intereses sectoriales muy fuertes. Entre 2014 y 2015 tomó forma otro proyecto, en parte inspirado en el anterior, en cuyo diseño participé junto a otro colega. Esa nueva versión ingresó a la Cámara de Diputados pero no llegó a ser discutida por el cambio de escenario político. No tengo dudas que de haberse aprobado alguna de las versiones hoy contaríamos con un instrumento político muy potente no sólo para atravesar mejor la crisis que vive la industria del libro sino para encarar problemas estructurales y poder enfrentarnos a los distintos desafíos tecnológicos, empresariales y culturales que está atravesando el sector.
¿En qué consistía ese proyecto?
AD: El objetivo era crear — como existe en el teatro y en la música — un instituto nacional que logre coordinar el conjunto de políticas que hay en distintos ministerios y funcionar como instancia estratégica para diagnosticar problemas, identificar desafíos, y proponer políticas acordes. Solo para darles un ejemplo: en Argentina existe una fuerte asimetría geográfica en la distribución de librerías y editoriales que es más marcada que la asimetría socio-demográfica propia de la Argentina. ¿Qué medidas debería asumir el gobierno nacional y los gobiernos provinciales para promover una presencia más plural y equilibrada del libro en todo el país?, esta era una de las preguntas que, entendíamos, debía encarar el instituto. Lo mismo podríamos decir acerca de las asimetrías económico-comerciales, sobre lo cual ya hablé al mencionar el proceso de concentración editorial, que, en parte, tiene su correlato en el librero. Las posibilidades de que un autor sea publicado, su obra circule y sea difundida están directamente relacionadas con la estructura del mercado, y esta con la clase de regulaciones y políticas públicas existentes. El Instituto hubiera funcionado como un espacio público de discusión en donde no solo estarían representadas las cámaras editoriales y de librerías, sino también otros actores como los escritores y traductores, entre otros trabajadores del libro.
¿Qué cambios se observan con el cambio de gobierno respecto al mundo editorial?
AD: Hemos visto un marcado cambio en la concepción de cultura de este gobierno respecto al precedente, que también aplica a los libros. El gobierno anterior concebía a la cultura como un ámbito legítimo de regulación y apoyo del Estado pues, en términos generales, la cultura era pensada como un bien público ligada a la identidad individual y colectiva, a la circulación de ideas, a ciertos valores, a la construcción de ciudadanía, etc. Y de esa concepción se derivaba no solo que era posible sino también deseable la presencia activa del Estado en esa esfera. Por contraste con esta idea, el actual gobierno oscila entre un corrimiento total del Estado y un acompañamiento tendiente a la profesionalización de los actores privados. Y en cualquiera de las alternativas, la producción, circulación y valoración de los bienes culturales queda librada al mercado. Entre las consecuencias que se desprenden de esta concepción mercantil de la cultura en general, y del libro en particular, es que contribuye al fortalecimiento de los actores que ya detentan un lugar dominante. Es decir, refuerza las asimetrías, y con esta las lógicas que atentan contra la bibliodiversidad. Las acciones del gobierno y las palabras de sus funcionarios apuntan en esta dirección.
¿Cómo se encuentran las editoriales independientes frente a esta situación de concentración del mercado?
AD: Como dije en el comienzo, el panorama de las “independientes” es muy heterogéneo. Hay algunas mejor preparadas para hacerse un lugar en el mercado, y otras menos. A las editoriales que tienen dos libros el distribuidor les dice “no me conviene distribuirte”. Ahora, cuando una editorial tiene, digamos, 40 títulos, algunos de los cuales funcionan bien, sus libros tienen buen diseño y buena manufactura, y por lo tanto pueden competir en una librería, el distribuidor les va a prestar atención, y el librero la va a cuidar un poco más. Pero no se trata de algo lineal o evidente. El mercado está sobresaturado de libros y la estrategia de los grandes grupos es producir muchos títulos mensuales y presionar a las librerías para que los acepten, lo que redunda en menor espacio para la exhibición de editoriales sin mucho recorrido. E incluso haber logrado la visibilidad de algunos títulos no significa necesariamente que se haya ganado un lugar de una vez y para siempre.
Esto nos lleva nuevamente al modo en que se producen los libros. Si tenés una empresa que busca obtener una elevada tasa de ganancia, tenés que hacer libros que vendan mucho y rápido. Para eso vas a priorizar formatos más o menos estandarizados, con temáticas reconocibles, encontrar una escritura que no ofrezca dificultades especiales al lector medio, y que sean en lo posible de autores conocidos o de figuras de la radio o la televisión (aunque eso suponga contar con ghost writers). A eso le tendrás que sumar campañas de marketing ad-hoc. En términos de ventas, apuntarás a la masividad y la alta rotación. En el polo opuesto, y a riesgo de ser un poco esquemático, encontramos editoriales de catálogo que van a buscar construir en el largo plazo. Libros que se vendan más rápido o más lento, pero que se continúen vendiendo en el tiempo. Se trata de dos concepciones distintas de catálogo. Y las librerías también son comercios y precisan vender. Por lo que no pueden prescindir de los títulos que más venden. Y mientras más costos tenga una librería y mayor sea la rentabilidad buscada, como sucede con las cadenas, más se va a volcar a libros de venta masiva y menos lugar (y peores condiciones) ofrecerá a sellos cuyos libros venden menos y de manera más lenta. Hay algo de profecía autocumplida en este mecanismo: al dominar la oferta con formatos más estandarizados, previsibles, se tiende a reforzar la disposición de los lectores medios a esa clase de obras. O, lo que es lo mismo, al marginarse una oferta más diversa y rica se dificulta la creación de nuevos gustos y disposiciones lectoras.
¿Qué políticas o medidas propondrías?
AD: Si bien podría enumerar una serie de acciones tomadas de distintas experiencias nacionales que, estimo, contribuirían a fortalecer e impulsar distintos aspectos del mercado del libro argentino, considero que las medidas deberían ser decididas, diseñadas e implementadas como parte de una estrategia general y el mercado del libro debería ser concebido como un ecosistema, esto es, como un conjunto de eslabones (taller gráfico, editorial, distribuidor, librero, etc.) que interactúan entre sí, y cuyos cambios afectan de distinto modo a otros agentes de la cadena. Una medida aislada puede, por supuesto, tener efectos positivos, pero el salto cualitativo y cuantitativo, solo es posible cuando se plantea un horizonte para el mercado del libro y se diseñan una serie de medidas complementarias y articuladas para avanzar hacia esa meta. Corea del Sur, Noruega, España, son ejemplos posibles del modo en que puede pensarse una estrategia política para el libro, y de sus efectos de mediano y largo plazo.
¿Nos podrías contar un poco en qué consiste el Programa Sur?
AD: En la circulación de traducciones a nivel global, el castellano tiene un lugar periférico respecto primero del inglés, y luego del francés y el alemán. Los países de habla castellana -como España, México y Argentina, los principales mercados de esta área lingüística- compran muchos más derechos de los que venden. Y dentro del universo de esta lengua, Argentina tiene un lugar secundario respecto de España. Es decir, en términos estructurales la producción literaria e intelectual se encuentra en una doble situación periférica, primero por la lengua y luego por la posición del país dentro de esta lengua. Dado ese marco, ¿qué política te vas a dar como país para promocionar tu cultura y poner en circulación a tus autores? El subsidio a la traducción es una medida muy importante para dinamizar esa circulación. Conozco bien el Programa no solo porque seguí atentamente su desarrollo, sino también porque desde hace un tiempo integro el Comité de Selección de Obras.
Es un programa que nace en 2009 como instrumento para llegar a la Feria del Libro de Frankfurt 2010 -en la que Argentina era país invitado de honor- con un número importante de obras traducidas. El Programa, situado dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores, se ha mantenido desde ese momento, logrando un importante consenso dentro de la industria editorial y entre los escritores. Y un importante reconocimiento en el exterior. Diego Lorenzo y Bernardo Bouquet, sus principales responsables, son muy activos en la promoción internacional del Programa. Su funcionamiento es muy simple: si un editor extranjero está interesado en publicar un autor argentino, presenta una aplicación con el contrato de traducción, con la tirada propuesta, etc., y se evalúa el pedido según distintos criterios. El Programa otorga hasta 150 subsidios de traducción por año por un monto máximo de 3200 dólares por título. Con ese dinero se financia la traducción, o parte de ella, pero no la edición del libro.
En un artículo que publicaste en Revista Anfibia vinculabas al labor editorial con una aventura intelectual ¿Se podría pensar a la labor del editor con una imagen romántica?
AD: De todo el campo editorial es sin dudas en la “zona de la edición independiente” donde más puede estar ese espíritu aventurero, romántico. Es interesante porque la palabra que suele usar el observador externo para describirlas es “resistencia”, pero ese no es el término más utilizado entre los propios editores. Se escucha más hablar de deseo, voluntad, ganas, incluso necesidad y urgencia. Hay deseo de traducir, de que salgan libros y de divulgar lo que está bueno, lo que vale la pena. Hay una necesidad de ser el canal para decir algo e intervenir y participar de un espacio público de circulación de las ideas. En ese sentido sí, si todavía queda algo de romanticismo y heroísmo en el mundo editorial, seguramente se lo podrá encontrar en esa “zona” del campo editorial.
Por Manuel Pedrosa y Carla Giani