Todo lo que se sobre mi naturaleza y sobre el universo es incompleto: es como si no supiera nada.
Witold Gombrowicz (1904–1969)
Mi amigo comunista cometió el tierno error de prestarme su ejemplar del Diario una noche de birras por Corrientes. Me leyó fragmentos de profundidad oceánica, de una nitidez en las ideas que me abrió –desde entonces y para siempre– el apetito por saber más. “Tenes que leer a Gombrowicz” sentenció. Me recordó a aquella vez en que mi amiga poeta, Acuarela, al darme la noticia de la muerte de Spinetta –genio al que aún no conocía–, me dijo: “Usted tiene que escuchar al Flaco”. Y de qué manera, necesitaba, sin saberlo, al Flaco Spinetta en mi vida.
De la misma manera, esa noche en Corrientes, concienticé mi necesidad de escudriñar a Witold Gombrowicz. Aun sabiendo muy poco sobre él, quise recomendarlo. Lo compartí en voz alta, lo degusté en andenes de tren y noches insomnes. Comencé a encontrar por ahí su nombre, caricaturas, alusiones a sus escritos y hasta una suerte de club de fans, que, nutriendo el capital de creyentes que otrora lo exprimieran hasta la médula, se han dado a la tarea de generar espacios de discusión, disfrute y análisis sobre su obra.
Veintitrés años de su vida fueron vividos en las callecitas de Buenos Aires, en los rincones anochecidos de Retiro, en las miradas fogosas de sus amantes, en la hostilidad de sus detractores y los abrazos de otros grandes que sí lo supieron ver. Ernesto Sábato, uno de sus reivindicadores, escribió el prefacio de la novela Ferdydurke –traducida por Witoldo entre bares porteños y amigos, publicada por Editorial Sudamericana en julio de 1964– y en él dice:
Con toda la razón, Gombrowicz les dice a sus compatriotas en su Diario que no traten de rivalizar con Occidente y sus formas, sino que traten de tomar conciencia de la fuerza que implica su propia y no acabada forma, su propia y no acabada inmadurez; con todo lo que ello supone de fresca y franca libertad en un mundo de formas fosilizadas. En suma, recomienda y practica él mismo la barbarie dionisíaca, haciendo de su juventud e inmadurez una potencia renovadora. Buena lección para nosotros.
Al tiempo que sucede esto, en la obra de Witoldo también se sospecha la búsqueda de generar un radical y trasgresor aporte, no solo al entendimiento, sino al rescate del ser y su capacidad de producir experiencias estéticas, soluciones filosóficas, caminos trazados con el pensamiento para el futuro. El mundo se está yendo al carajo desde hace ya tantísimas décadas, de tal manera que asusta la vigencia de sus palabras afiladas. Nuestro presente, tan disímil y a la vez tan parecido al que viviera Witoldo, nos empuja a volver y ahondar en su obra.
Definitivamente, esa noche en Corrientes fue el momento justo para descubrir tamaña belleza subversiva en la historia literaria de la Argentina. Y para aquellos que aún no lo conozca, la noche perfecta para encontrarse con él puede estar aguardándolos en un futuro cercano.
Por suerte, tanto para los entusiastas recién iniciados como yo, como para aquellos que no lo conocen aún y los que lo han transitado varias veces, los organizadores del I Congreso Internacional Witold Gombrowicz —realizado en el 2014 en Buenos Aires— nos invitan a #ContraLosEscritores, una suerte de show donde, en sus palabras, “más de 20 famosos van a jugar, leer y deformar a Gombrowicz”. Se realizará el martes 16 de Agosto del 2016, a las 20:30 en el Teatro del Globo con entrada libre y gratuita.
Gracias, gombrowczianos (¿gombrowcsidas?), por una oportunidad suculenta para entender de qué va y presentarse uno mismo a este demente y genial polaco, argento, afrancesado que trastoca más allá de las palabras, el tiempo y la identidad a todo espíritu en busca de la respuesta esencial en la belleza y lo sensible. Nos vemos entre curiosos, seres del palo y escritores, para matar a Borges y ejercer la barbarie dionisíaca entre witoldíadas entusiastas.
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