Sueños & Poesía: primera parte

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Sueños & Poesía: primera parte

Incluso las personas que se consideran a sí mismas poco creativas deben admitir que mientras están durmiendo, su mente crea las realidades más insólitas y sorprendentes, inventando en cada sueño episodios distintos, de una felicidad beatífica o de un terror escalofriante, pero siempre impregnados de una belleza singular. ¿De dónde viene ese enorme caudal de información y esa habilidad para combinar elementos que en el estado de vigilia parecen no tener relación alguna? Y sobretodo, ¿por qué esa inmensa capacidad creativa no nos está disponible cuando estamos despiertos? Para descubrirlo… ¡aventurémonos en el maravilloso e intrigante mundo de los sueños!

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So­bre sue­ños (al igual que so­bre gus­tos) hay mu­cho es­cri­to. Sin em­bar­go, la ma­yo­ría de lo que se es­cri­bió so­bre sue­ños fue es­cri­to por per­so­nas que, al mo­men­to de es­cri­bir­lo, es­ta­ban des­pier­tas. Por lo tan­to, ana­li­za­ron la ló­gi­ca su­pra-ra­cio­nal de la ex­pe­rien­cia oní­ri­ca, des­de la li­mi­tan­te, uti­li­ta­ria y au­to­de­no­mi­na­da “nor­mal” men­te ló­gi­ca-ra­cio­nal de la vi­gi­lia. El mé­to­do cien­tí­fi­co pue­de es­tu­diar los efec­tos del so­ñar so­bre el ce­re­bro, pero no sir­ve para com­pren­der el sig­ni­fi­ca­do pro­fun­do de los sue­ños, ya que en ellos no hay una se­pa­ra­ción en­tre el so­ña­dor y lo so­ña­do, por lo tan­to, un sue­ño nun­ca pue­de ana­li­zar­se como un fe­nó­meno ex­te­rior, ob­je­ti­vo y re­pro­du­ci­ble.

La ló­gi­ca de los sue­ños se pa­re­ce mu­cho más a la ló­gi­ca de la poe­sía y del mito, ya que uti­li­za sím­bo­los y me­tá­fo­ras, y bus­ca co­mu­ni­car des­de el im­pac­to emo­cio­nal-in­tui­ti­vo, an­tes que des­de las ex­pli­ca­cio­nes. En el mun­do del so­ñar, nin­gún ele­men­to tie­ne un sig­ni­fi­ca­do es­ta­ble. Un jaz­mín, para dar un ejem­plo per­fu­ma­do, po­dría no ser sim­ple­men­te una plan­ta, un olor o un nom­bre fe­me­nino, po­dría ser un re­cuer­do, un abra­zo, una pro­me­sa, el anun­cio de una ca­tás­tro­fe o una puer­ta ha­cia otra di­men­sión. Los sig­ni­fi­ca­dos en los sue­ños, al igual que en la poe­sía, se des­li­gan de su de­fi­ni­ción ob­je­ti­va y ad­quie­ren tan­ta li­ber­tad como el soñador/poeta pue­da otor­gar­les.

Pero cuan­do des­per­ta­mos de ese es­ce­na­rio de in­ven­ción ili­mi­ta­da con el an­sio­so im­pul­so de co­mu­ni­car lo que he­mos vi­vi­do, en­con­tra­mos que las pa­la­bras no al­can­zan a tras­mi­tir lo que la ex­pe­rien­cia del sue­ño nos sig­ni­fi­có sub­je­ti­va­men­te. Siem­pre en el re­la­to del sue­ño pa­re­ce ha­ber algo que se pier­de, y ese algo apa­ren­ta ser lo más im­por­tan­te. Y esto se debe a que nues­tro len­gua­je está es­truc­tu­ra­do en pa­rá­me­tros de ob­je­ti­vi­dad, es de­cir que las pa­la­bras ya tie­nen un sig­ni­fi­ca­do de­fi­ni­do, pre­vio e in­de­pen­dien­te de lo que sig­ni­fi­can para uno. Por ende, al po­ner en pa­la­bras el epi­so­dio so­ña­do se está in­ten­tan­do ha­cer en­ca­jar el con­te­ni­do sub­je­ti­vo en un dis­cur­so ob­je­ti­vo y ex­terno, por fue­ra del su­je­to. Por eso, lo que se lo­gra co­mu­ni­car en pa­la­bras de los sue­ños es solo la anéc­do­ta, lo que su­ce­de, y no el sig­ni­fi­ca­do to­tal de la ex­pe­rien­cia.

En nues­tro len­gua­je or­di­na­rio, no-poé­ti­co, te­ne­mos se­pa­ra­dos los he­chos de las sen­sa­cio­nes: usa­mos unas pa­la­bras para de­fi­nir “lo que pasó” y otras pa­la­bras para des­cri­bir “cómo nos sen­ti­mos res­pec­to a eso”. En cam­bio, en los sue­ños, el acon­te­ci­mien­to y la sen­sa­ción es­tán in­se­pa­ra­ble­men­te li­ga­dos, y jun­tos son un sig­ni­fi­ca­do úni­co y es­pe­cí­fi­co, crea­do por y para el so­ña­dor.

Para po­der re­la­tar (y com­pren­der) los sue­ños con ma­yor pre­ci­sión ne­ce­si­ta­mos crear pa­la­bras o aso­cia­cio­nes de pa­la­bras que sean a su vez he­cho ob­je­ti­vo e im­pre­sión sub­je­ti­va. Y eso pue­de lo­grar­se me­dian­te la poe­sía. Doy aquí al­gu­nos ejem­plos que se me ocu­rren:

  • He­mos co­men­za­do a llo­ver ale­gres…
  • Nues­tro ama­do amor nos hizo aman­tes…
  • El pe­rió­di­co me sui­ci­dó sie­te ve­ces…
  • Caí en la cuen­ta de la luz… et­cé­te­ra, et­cé­te­ra.

 

La cu­rio­si­dad ins­tin­ti­va del poe­ta pa­re­ce pe­ne­trar a ma­yor hon­du­ra que el sa­ber de los cien­tí­fi­cos. ¿No será por­que, le­jos de arro­jar al pozo del mis­te­rio la son­da ar­ti­fi­cial que solo en­tur­bia sus on­das, el poe­ta, al in­cli­nar­se so­bre la su­per­fi­cie cris­ta­li­na, al­can­za a di­vi­sar el cie­lo re­fle­ja­do que con­tie­ne la gran ex­pli­ca­ción?