Sobre sueños (al igual que sobre gustos) hay mucho escrito. Sin embargo, la mayoría de lo que se escribió sobre sueños fue escrito por personas que, al momento de escribirlo, estaban despiertas. Por lo tanto, analizaron la lógica supra-racional de la experiencia onírica, desde la limitante, utilitaria y autodenominada “normal” mente lógica-racional de la vigilia. El método científico puede estudiar los efectos del soñar sobre el cerebro, pero no sirve para comprender el significado profundo de los sueños, ya que en ellos no hay una separación entre el soñador y lo soñado, por lo tanto, un sueño nunca puede analizarse como un fenómeno exterior, objetivo y reproducible.
La lógica de los sueños se parece mucho más a la lógica de la poesía y del mito, ya que utiliza símbolos y metáforas, y busca comunicar desde el impacto emocional-intuitivo, antes que desde las explicaciones. En el mundo del soñar, ningún elemento tiene un significado estable. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado, podría no ser simplemente una planta, un olor o un nombre femenino, podría ser un recuerdo, un abrazo, una promesa, el anuncio de una catástrofe o una puerta hacia otra dimensión. Los significados en los sueños, al igual que en la poesía, se desligan de su definición objetiva y adquieren tanta libertad como el soñador/poeta pueda otorgarles.
Pero cuando despertamos de ese escenario de invención ilimitada con el ansioso impulso de comunicar lo que hemos vivido, encontramos que las palabras no alcanzan a trasmitir lo que la experiencia del sueño nos significó subjetivamente. Siempre en el relato del sueño parece haber algo que se pierde, y ese algo aparenta ser lo más importante. Y esto se debe a que nuestro lenguaje está estructurado en parámetros de objetividad, es decir que las palabras ya tienen un significado definido, previo e independiente de lo que significan para uno. Por ende, al poner en palabras el episodio soñado se está intentando hacer encajar el contenido subjetivo en un discurso objetivo y externo, por fuera del sujeto. Por eso, lo que se logra comunicar en palabras de los sueños es solo la anécdota, lo que sucede, y no el significado total de la experiencia.
En nuestro lenguaje ordinario, no-poético, tenemos separados los hechos de las sensaciones: usamos unas palabras para definir “lo que pasó” y otras palabras para describir “cómo nos sentimos respecto a eso”. En cambio, en los sueños, el acontecimiento y la sensación están inseparablemente ligados, y juntos son un significado único y específico, creado por y para el soñador.
Para poder relatar (y comprender) los sueños con mayor precisión necesitamos crear palabras o asociaciones de palabras que sean a su vez hecho objetivo e impresión subjetiva. Y eso puede lograrse mediante la poesía. Doy aquí algunos ejemplos que se me ocurren:
1 La curiosidad instintiva del poeta parece penetrar a mayor hondura que el saber de los científicos. ¿No será porque, lejos de arrojar al pozo del misterio la sonda artificial que solo enturbia sus ondas, el poeta, al inclinarse sobre la superficie cristalina, alcanza a divisar el cielo reflejado que contiene la gran explicación?