Sueños & Poesía: segunda parte

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Sueños & Poesía: segunda parte

Si un hom­bre atra­ve­sa­ra el pa­raí­so en un sue­ño,

y le die­ran una flor como prue­ba de que es­tu­vo allí,

y si al des­per­tar en­con­tra­ra esa flor en su mano… ¿en­ton­ces, qué?”

                                                           (S. T. Co­le­rid­ge)

A lo largo de la Historia, hubo poetas que han dicho que la vida es la sombra de un sueño y filósofos que han sugerido que la realidad es una alucinación. Una enorme cantidad de creadores hallaron sus ideas más geniales en sus sueños. Por ejemplo, Albert Einstein formuló su teoría de la relatividad tras haber soñado que viajaba en el espacio montado en un rayo, Haendel escuchó los compases de su Mesías mientras soñaba y también Paul McCartney soñó la melodía de Yesterday, Mendeleiev vio la estructura de la tabla periódica de los elementos en un sueño, y Mary Shelley y Robert Louis Stevenson encontraron soñando los argumentos para sus respectivas novelas Frankestein y Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

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Ilustación Romina Ryan

Los sue­ños exis­ten des­de el ini­cio de la Hu­ma­ni­dad y nun­ca na­die ha po­di­do evi­tar que se pro­duz­can, sin em­bar­go, el mun­do oc­ci­den­tal pa­re­ce re­cién ha­ber­se in­tere­sa­do por ellos a co­mien­zos del si­glo XX. Cuan­do Freud en 1900 pu­bli­có su re­vo­lu­cio­na­rio li­bro La in­ter­pre­ta­ción de los sue­ños abrió todo un uni­ver­so de des­cu­bri­mien­to hu­mano, in­tro­du­cien­do la idea de que la ma­yor par­te del con­te­ni­do de la men­te es in­cons­cien­te, y de que exis­ten de­seos re­pri­mi­dos que se rea­li­zan sim­bo­li­ca­men­te cuan­do so­ña­mos. A par­tir de en­ton­ces los psi­co­ana­lis­tas co­men­za­ron a in­ter­pre­tar los sue­ños y los su­rrea­lis­tas a uti­li­zar­los como fuen­te de crea­ti­vi­dad y co­no­ci­mien­to. Poco a poco la cul­tu­ra oc­ci­den­tal vol­vió a dar­le cier­ta im­por­tan­cia a lo oní­ri­co, su­peran­do la idea de que los sue­ños solo son una su­ce­sión alea­to­ria de imá­ge­nes sin sen­ti­do. Ese cri­te­rio ha­bía sido im­pues­to por la Igle­sia Ca­tó­li­ca du­ran­te la Edad Me­dia para com­ba­tir to­das las prác­ti­cas y creen­cias re­la­cio­na­das con la in­ter­pre­ta­ción de sue­ños que exis­tían en to­das las cul­tu­ras de la An­ti­gue­dad, y que los ca­tó­li­cos veían como bru­je­ría pa­ga­na, he­re­jía, pe­ca­do, et­cé­te­ra… En el Con­ci­lio de Tren­to, en el si­glo XVI, la Igle­sia de­ci­dió prohi­bir (en­tre mu­chas otras co­sas) todo lo re­la­cio­na­do con los sue­ños. Esta era la vi­sión ofi­cial del so­ñar se­gún fi­gu­ra en un li­bro de 1611: “Del ver­bo la­tino som­nio, as. Son cier­tas fan­ta­sías que el sen­ti­do co­mún re­buel­ve quan­do dor­mi­mos, de las cua­les no ay que ha­zer caso (…) y no en­tran en esta cuen­ta las re­ve­la­cio­nes san­tas y di­vi­nas, he­chas por Dios a Jo­seph y a otros san­tos”.1

En nues­tros tiem­pos ya po­de­mos lle­gar a acep­tar que los sue­ños traen men­sa­jes pro­fun­dos del in­cons­cien­te, sin em­bar­go, la idea más ge­ne­ra­li­za­da es que lo que su­ce­de en los sue­ños no su­ce­de “de ver­dad”. La ma­yo­ría de las per­so­nas pien­sa que los sue­ños sólo son alu­ci­na­cio­nes de la men­te, que al irse a dor­mir el so­ña­dor deja de es­tar en “la reali­dad” y en­tra en un pa­rén­te­sis de la vida en don­de ex­pe­ri­men­ta un pro­ce­so in­vo­lun­ta­rio de re­or­ga­ni­za­ción de­li­ran­te de la in­for­ma­ción al­ma­ce­na­da en su me­mo­ria. Pero otras cul­tu­ras no oc­ci­den­ta­les tie­nen una vi­sión ra­di­cal­men­te dis­tin­ta de lo que su­ce­de al so­ñar.

Por ejem­plo, los pue­blos abo­rí­ge­nes aus­tra­lia­nos creen que el Mun­do del Sue­ño es un tiem­po fue­ra del tiem­po don­de ha­bi­tan los hé­roes an­ces­tra­les que crea­ron el uni­ver­so. Esta reali­dad pa­ra­le­la es para ellos más real que la reali­dad mis­ma, y todo lo que allí su­ce­de es­ta­ble­ce las le­yes, los sím­bo­los y los va­lo­res de su so­cie­dad. En el Mun­do del Sue­ño cada per­so­na exis­te de ma­ne­ra esen­cial, es­pi­ri­tual y eter­na, des­de an­tes del na­ci­mien­to y lue­go de la muer­te, y cada alma (in­clu­so las de ani­ma­les, plan­tas y lu­ga­res) tie­ne su pro­pio So­ñar.

Tam­bién para la tri­bu de los Se­noi, de Ma­la­sia, los sue­ños son la ver­da­de­ra reali­dad: ellos de­ter­mi­nan lo que su­ce­de en el mun­do ex­te­rior. Por la ma­ña­na, en el desa­yuno, cada fa­mi­lia se reune a con­tar los sue­ños que tuvo cada uno, y los ma­yo­res acon­se­jan a los me­no­res acer­ca de qué ac­ti­tu­des y con­duc­tas de­ben to­mar­se en las si­tua­cio­nes so­ña­das. Lue­go, los hom­bres ma­yo­res del pue­blo se reunen en asam­blea y ha­blan de los sue­ños más sig­ni­fi­ca­ti­vos de cada gru­po fa­mi­liar. Los cha­ma­nes in­ter­pre­tan y ex­pli­can los sig­ni­fi­ca­dos de es­tos sue­ños, y en base a ellos, de­ci­den las ac­ti­vi­da­des de la jor­na­da que co­mien­za. Así, la vida de los Se­noi gira en torno a sus sue­ños, y gra­cias a ello han lo­gra­do ser una so­cie­dad pa­cí­fi­ca, crea­ti­va y fe­liz, que no tie­ne en­fer­me­da­des ni vio­len­cia y que no ne­ce­si­ta tra­ba­jar más de dos ho­ras por día.

Los abo­rí­ge­nes aus­tra­lia­nos y los Se­noi son tan solo dos ejem­plos de la gran can­ti­dad de cul­tu­ras que se be­ne­fi­cian de lle­var una re­la­ción cons­cien­te con el mun­do de los sue­ños. ¿Po­dre­mos los oc­ci­den­ta­les ani­mar­nos a vi­vir el sue­ño de vi­vir en el sue­ño? Yo no pue­do dar una res­pues­ta de­fi­ni­ti­va a esa pre­gun­ta. Ha­brá que con­sul­tar­lo con la al­moha­da…

 

1Se­bas­tián de Co­va­rru­bias Oroz­co, Te­so­ro de la len­gua cas­te­lla­na o es­pa­ño­la, Ma­drid, 1611.

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