“Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño,
y le dieran una flor como prueba de que estuvo allí,
y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces, qué?”
(S. T. Coleridge)
Los sueños existen desde el inicio de la Humanidad y nunca nadie ha podido evitar que se produzcan, sin embargo, el mundo occidental parece recién haberse interesado por ellos a comienzos del siglo XX. Cuando Freud en 1900 publicó su revolucionario libro La interpretación de los sueños abrió todo un universo de descubrimiento humano, introduciendo la idea de que la mayor parte del contenido de la mente es inconsciente, y de que existen deseos reprimidos que se realizan simbolicamente cuando soñamos. A partir de entonces los psicoanalistas comenzaron a interpretar los sueños y los surrealistas a utilizarlos como fuente de creatividad y conocimiento. Poco a poco la cultura occidental volvió a darle cierta importancia a lo onírico, superando la idea de que los sueños solo son una sucesión aleatoria de imágenes sin sentido. Ese criterio había sido impuesto por la Iglesia Católica durante la Edad Media para combatir todas las prácticas y creencias relacionadas con la interpretación de sueños que existían en todas las culturas de la Antiguedad, y que los católicos veían como brujería pagana, herejía, pecado, etcétera… En el Concilio de Trento, en el siglo XVI, la Iglesia decidió prohibir (entre muchas otras cosas) todo lo relacionado con los sueños. Esta era la visión oficial del soñar según figura en un libro de 1611: “Del verbo latino somnio, as. Son ciertas fantasías que el sentido común rebuelve quando dormimos, de las cuales no ay que hazer caso (…) y no entran en esta cuenta las revelaciones santas y divinas, hechas por Dios a Joseph y a otros santos”.1
En nuestros tiempos ya podemos llegar a aceptar que los sueños traen mensajes profundos del inconsciente, sin embargo, la idea más generalizada es que lo que sucede en los sueños no sucede “de verdad”. La mayoría de las personas piensa que los sueños sólo son alucinaciones de la mente, que al irse a dormir el soñador deja de estar en “la realidad” y entra en un paréntesis de la vida en donde experimenta un proceso involuntario de reorganización delirante de la información almacenada en su memoria. Pero otras culturas no occidentales tienen una visión radicalmente distinta de lo que sucede al soñar.
Por ejemplo, los pueblos aborígenes australianos creen que el Mundo del Sueño es un tiempo fuera del tiempo donde habitan los héroes ancestrales que crearon el universo. Esta realidad paralela es para ellos más real que la realidad misma, y todo lo que allí sucede establece las leyes, los símbolos y los valores de su sociedad. En el Mundo del Sueño cada persona existe de manera esencial, espiritual y eterna, desde antes del nacimiento y luego de la muerte, y cada alma (incluso las de animales, plantas y lugares) tiene su propio Soñar.
También para la tribu de los Senoi, de Malasia, los sueños son la verdadera realidad: ellos determinan lo que sucede en el mundo exterior. Por la mañana, en el desayuno, cada familia se reune a contar los sueños que tuvo cada uno, y los mayores aconsejan a los menores acerca de qué actitudes y conductas deben tomarse en las situaciones soñadas. Luego, los hombres mayores del pueblo se reunen en asamblea y hablan de los sueños más significativos de cada grupo familiar. Los chamanes interpretan y explican los significados de estos sueños, y en base a ellos, deciden las actividades de la jornada que comienza. Así, la vida de los Senoi gira en torno a sus sueños, y gracias a ello han logrado ser una sociedad pacífica, creativa y feliz, que no tiene enfermedades ni violencia y que no necesita trabajar más de dos horas por día.
Los aborígenes australianos y los Senoi son tan solo dos ejemplos de la gran cantidad de culturas que se benefician de llevar una relación consciente con el mundo de los sueños. ¿Podremos los occidentales animarnos a vivir el sueño de vivir en el sueño? Yo no puedo dar una respuesta definitiva a esa pregunta. Habrá que consultarlo con la almohada…
1Sebastián de Covarrubias Orozco, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, 1611.