Ni bien abrimos Saigón. Historias de medio mundo nos enteramos, por una de las solapas de la bella edición de la Editorial de la Universidad de La Plata que Lulú Fernández, además de escritora, es egresada de la carrera de cine por dicha casa de estudios, así como paisajista y fotógrafa. Estos datos no son solamente anecdóticos: desde el primer cuento, “A lo cowboy”, se ve claramente que forman parte de su estilo de escritura.
Tanto el título de la antología de cuentos como, quizá de manera más directa, el tanque retratado en la tapa de la edición, predisponen a pensar que la temática de la obra se desarrollará en el marco de la literatura de guerra, como relatos ligados a un contexto bélico. En parte esto es así: en el cuento “Vietnam 68” la expectativa se cumple de manera explícita. En otros relatos de la antología, sin embargo, lo bélico no está ligado al enfrentamiento abierto de bombas, tiros y sangre, sino que se traslada a una tensión que subyace en la calma de los paisajes. En “La virgen negra”, el estruendo de la guerra se convierte en el rumor tras el silencio de los extensos párrafos en los que se describe el recorrido a través de los pueblos. La manera de narrar actos violentos esquiva lo explícito y evita encontrarse de frente con ellos. Describir su lectura amerita otra metáfora auditiva: es como escuchar los gritos desde otra habitación.
En los relatos, el párrafo se extiende frente a los ojos, enorme y lleno de promesa como una ruta. Sin embargo, el viaje que aguarda no es apacible: la puntuación fragmenta la frase en lugares que atentan contra las expectativas del lector y le hace sentir en el cuerpo esa anomalía. Quizá sea una manera de recordarnos que hay que estar siempre atentos, nunca tranquilos, lo cual resulta una advertencia apropiada para relatos en los que quien se duerme, puede no despertar.
En el estilo de Lulú Fernández, la contienda es por la narración de la experiencia. El pasado y el presente se fusionan en la vivencia de sus criaturas. Las descripciones minuciosas y las secuencias de acciones se amontonan en largos relatos que casi no tienen diálogo. Expresiones lacónicas, expresiones fugaces. Todo está dicho en otro lado, en la interioridad de estos personajes, acurrucados dentro de sí mismos, que se debaten entre la expectativa y la decepción.
Si pensamos en Saigon. Historias de medio mundo dentro de la serie de relatos bélicos, podría decirse que está más lejos de La guerra y la paz de Lev Tolstoi y más cerca del Guernica de Pablo Picasso. Dada la consideración del peso de lo pictórico en esta autora, la asociación se esclarece: como en el cuadro que nos trae nuevamente los aullidos desgarradores y los cuerpos mutilados de la Guerra Civil Española, Lulú Fernández recupera los ecos de una lucha sin frontera, de vidas interrumpidas en un tiempo cruel y avasallante, de un enfrentamiento constante en el que los sujetos transcurren en frases que no paran para respirar y que lo único que puede detenerlos es un punto final.