No es fácil encontrar un buen autor de obras de terror, un género en el cual muchos suelen caer en el lugar común. Ante la proliferación de las películas en donde adolescentes de hormonas alborotadas son perseguidas y asesinadas por un ser de características sobrenaturales, el público que busca buenos argumentos de temores irracionales y noches fantasmales se siente decepcionado. En general, la nueva literatura de terror no suele practicar el arte de lo sutil y más que sugerir, se explicita demasiado. Sin embargo, los amantes del género a veces tenemos suerte y una pequeña joya aparece, una obra que brilla por sí sola y se destaca entre las demás.
Este es el caso de la obra de Joseph Hillstrom King (mejor conocido simplemente como Joe Hill), quien se ha convertido en una de las figuras más prominentes de la literatura de terror de los últimos años. Ganador de numerosos premios —entre ellos el Bram Stoker Award por la mejor colección de ficción, un Locus Award y el British Fantasy Award por lo mejor del nuevo horror en 2008—, el segundo hijo de Stephen King escondió su verdadera identidad al mundo para escapar de la sombra de la fama paterna y tener la libertad de hacer su propio camino. Su filiación con el aclamado rey del terror era un secreto que hubiera preferido guardar, pero la revista Variety se encargó de hacerlo público.
Hill es aficionado a las películas de terror clase B, amante del heavy metal y fanático de los cómics (escribió Locke & Key, considerado por la crítica especializada como uno de los mejores cómics de terror de los últimos años). Publicó su primera novela, El traje del muerto, en 2007. En ella, Judas Coyne, un cantante de heavy metal de cincuenta años y un poco hastiado de su pose de rockstar, alimenta su fascinación por los objetos que haya estado involucrados en alguna escena violenta o sobrenatural: la confesión de una bruja antes de ser ejecutada en Salem, una calavera de un campesino del siglo XIX que evidencia una trepanación —intervención médica que consiste en agujerear el cráneo del paciente— y un video snuff —una grabación de un crimen real— son parte de la colección de Coyne a que se dedica de lleno, una vez retirado del mundo de la música. En una ocasión, compra por Internet el traje de un muerto que, según su vendedor, trae consigo un fantasma. A pesar de su escepticismo, Coyne lo adquiere de todas maneras y este hecho fatal marca el comienzo de su pesadilla: el fantasma alberga un deseo de venganza contra él y su meta es lograr empujarlo al suicidio. Junto a Georgia, su joven novia, Judas Coyne comienza su travesía en busca de la identidad del muerto y los motivos de la venganza.
Más allá de la trama terrorífica y la inclusión de algunas descripciones verdaderamente sangrientas, Hill posee un estilo sutil. Sabe dar la información necesaria para generar la dosis justa de ansiedad y curiosidad para atrapar al lector, quien una vez en sus garras, no puede sino leer el próximo capítulo. A medida que avanza el relato de El traje de muerto, el viaje retrospectivo de la vida de Coyne se vuelve más oscuro. El pasado que ha intentado dejar atrás resurge y las consecuencias de sus malas decisiones se presentan ante él para hacerle dudar de su integridad e instalar la idea en su cabeza de que lo que sufre es lo que realmente merece. Hill juega con referencias al estereotipo del rockstar (el título original de la novela alude a una canción de la banda grunge Nirvana) para, a través de ellas, mostrar los últimos momentos de un hombre en sus cincuentas, cansado de la vida que eligió. De esta manera, la travesía que se inicia para conocer el origen de esa venganza también se vuelve una gran reflexión de su vida antes de despedirse de ella.
Las buenas historias de terror contienen algo más que fantasmas, muerte y sangre. Nos acercan el relato, muchas veces lamentable y terrible, de espíritus en pena. Como dice Christopher Golden en el prólogo de Fantasmas (20th Century Ghosts, 2005), el primer libro publicado de Hill, “la mayoría de quienes practican el arte de lo inquietante suelen ir directo a la yugular, olvidando que los mejores depredadores son siempre sigilosos. No tiene nada de malo lanzarse a la yugular de vez en cuando, evidentemente, pero los escritores de verdadero oficio y talento siempre se guardan mas de una carta en la manga”. Joe Hill hace uso de todos los recursos del género con mucha astucia, dejando en muchos casos que el lector complete la escena. De manera seductora, nos susurra en la oscuridad para conducirnos a los rincones más oscuros de nuestros miedos. Podemos decir, sin temor a equivocarnos: de tal padre, tal astilla.