Sin embargo, si nos remontamos a los siglos XVI o XVII, cuando estas historias comenzaban a ser escritas en las versiones de Charles Perrault o los hermanos Grimm, encontramos que en ese momento no existía una gran distinción entre la literatura dirigida a un público adulto y las historias infantiles. En épocas anteriores, los niños eran considerados adultos en miniatura, y por lo tanto, no era necesario tener con ellos consideraciones especiales. En estas narraciones, por lo tanto, perviven alusiones y elementos que dan cuenta de cuestiones ligadas al sexo, el placer, el mal y la muerte. Por lo general, estos cuentos tenían un objetivo pedagógico, el cual se manifestaba a través de una lección moral final, que en muchos casos estaba relacionada con una prescripción de carácter sexual.
Con el correr de las épocas, y el cambio en la consideración de la infancia y los materiales culturales disponibles para niños, las marcas y alusiones más evidentes se fueron suavizando o haciendo cada vez más intrincadas para que los pequeños lectores puedan estar resguardados de aquellos temas o elementos más inquietantes. Sin embargo, a pesar de las numerosas relecturas, sus rastros permanecen.
Autores como Bruno Bettelheim (1903–1990), uno de los psiquiatras más influyentes del siglo XX, propuso una lectura alternativa para los cuentos considerados “infantiles” en su libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Allí se presenta una mirada mucho más adulta, cruda, profunda e incluso poética de la verdadera naturaleza que encierran estas historias.
Uno de los cuentos analizados en detalle por Bettelheim es “La bella durmiente”. Bettelheim complejiza la lectura de este cuento en el que la princesa Aurora, puesta a dormir por un hechizo malvado, es rescatada por el beso de un príncipe que la arranca de su sueño eterno, y elige ver en él cuestiones ligadas con la sexualidad femenina que son fuente de angustia y excitación. De esta manera, luego de subir por una escalera de caracol la niña se encuentra con una puerta cerrada con llave, la cual debe girar para dar acceso. Tanto los elementos como las acciones tienen una fuerte carga simbólica ligado con lo sexual. Esta escena marca el preámbulo del encuentro icónico con la rueca y conduce al clímax de la escena icónica en el que la niña se pincha el dedo y sangra. Este acto simboliza en la lectura de Bettelheim la llegada de la menstruación, hecho biológico inquietante e inevitable, que resulta verdaderamente vertiginoso para una adolescente que aún no conoce cómo funciona su sexualidad. Otras interpretaciones ligan el pinchazo del dedo con la rueca con el primer encuentro sexual propiamente dicho en el que la heroína pierde su virginidad y sangra como consecuencia de la penetración.
En ambas miradas, la niña pierde su inocencia, y entra en un profundo sueño que dura cien años. Para Bettelheim, el extenso sueño representa un período de introspección en el que la heroína debe sumirse para asimilar el shock de haber abandonado la niñez y prepararse para ser mujer. En este largo período, la heroína se encuentra inmersa en un estado de sopor, que lejos de ser inactivo, está cargado de una fuerte actividad mental que transcurre en un nivel onírico.
Luego del pinchazo, Aurora se encuentra sumida en este sueño y en un estado que la vuelve incapaz de relacionarse con el exterior. Su cuerpo permanece dentro de un castillo cuyo muro de espinos imposibilita el ingreso de quienes quieran penetrar en su interior. Solo cuando ella logra alcanzar la madurez necesaria por sus propios medios, el muro se convierte en un seto de flores grandes y hermosas. Esto, según las líneas de análisis que buscan ver en esto alusiones ligadas con el pasaje de la niñez a la adultez, representaría el hecho de que la heroína está lista para convertirse en mujer y llevar a un nivel físico el encuentro con el príncipe que previamente había tenido en un nivel mental en sus sueños.
Este acercamiento a estas lecturas novedosas sobre narraciones que forman parte de nuestra infancia nos permite volver a los cuentos clásicos con otra mirada. John Ronald Reuel Tolkien dijo “creo que lo que llaman cuentos de hadas es una de las formas más grandes que ha dado la literatura, asociada erróneamente con la niñez”. Los invito calurosamente a releer alguna de sus versiones, en las que seguro aparecerán nuevas elementos de interés y disfrute en los que no habíamos reparado antes.