La película Amor y amistad (Love & Friendship, 2016) –la más reciente adaptación cinematográfica de una obra escrita por reconocida novelista inglesa Jane Austen (1715–1817)– llegó a nuestras salas hace apenas unas semanas. La película protagonizada por Kate Beckinsale es una adaptación de una novela epistolar titulada Lady Susan que la autora escribió con tan solo 17 años.
La obra de Austen ha sido comúnmente caracterizada como “novela de costumbres”; es decir, una novela cuyo asunto principal es la descripción de la vida cotidiana de una sociedad y, especialmente, de la conducta de los distintos personajes que la componen.
Se ha hablado de ella, despectivamente, como una autora de “novelas de señoritas”, dada la naturaleza aparentemente banal de sus historias. La realidad es que sus libros no narran grandes aventuras lejos de casa, sino que las intrigas que plagan sus páginas se tejen principalmente en las salas de estar. Sin embargo, usar este argumento para denostar su producción o desalentar su lectura es ignorar tanto la vitalidad del estilo como la vigencia de las preocupaciones tan inteligentemente plasmadas por esta excelsa escritora.
La vivacidad de la prosa de Austen no se debe solamente a la perspicacia de sus descripciones, sino también al dinamismo de sus diálogos, su ingenio y su talento para la ironía. La autora maneja estos recursos de manera sutil y, hasta se podría decir, casi pícara, que bien podríamos esperar de un autor contemporáneo. Basta recurrir a Orgullo y prejuicio (Pride and Prejudice) para comprobar todo lo mencionado aquí. Esta novela, por la cual la autora es conocida en el mundo entero, es, a mi criterio, uno de los mejores alegatos a favor del talento de Austen, no solo por el cortejo chispeante e inmensamente atractivo de Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy, sino por la afirmación que da comienzo a la novela: “Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero de extensa fortuna debe estar en busca de una esposa”. Casi que la imaginamos a Jane diciendo estas palabras en voz alta, con todo el decoro que se espera de una señorita del siglo XVIII pero, a la vez, con una sonrisita socarrona amenazando asomar en las comisuras de sus labios.
Esta frase híper conocida condensa también las variadas preocupaciones que conforman el universo de la autora. Rápidamente nos damos cuenta de que la insistencia acerca del matrimonio no es un gesto frívolo sino que es el emergente de las condiciones de vida de las mujeres que pueblan sus narraciones. En la elección del compañero de vida se revela una serie de angustias que influyen tanto en el ámbito emocional como económico.
Elegir es una expresión de la individualidad –quizá ligada al nuevo contexto burgués del siglo XVIII en el que la nueva clase empieza a reafirmar su derecho a decidir su propio destino– pero también tiene consecuencias directas y concretas sobre la familia. Las mujeres, que en esta época no pueden heredar, alcanzada una determinada edad deben preocuparse por asegurarse vivienda y una dote lo más razonable posible. Los hombres, si son de buena posición, deben velar por la respetabilidad de su apellido y la integridad de su patrimonio, para evitar que vea perjudicado o sea mal administrado a raíz de una decisión imprudente. Las amenazas a este orden son bastante tangibles para ambos sexos, aunque es sobre las mujeres sobre las que pesa la mayor presión porque son las que están más limitadas en su accionar. Se enfrentan a la humillación, la destitución, el hambre, la miseria y la muerte.
Hablar de amor en medio de este panorama puede resultar sorprendente. Sin embargo, lo que motiva muchas de las decisiones de los personajes de estas ficciones tiene que ver también con la necesidad de hallar, además de tranquilidad económica, cierta compatibilidad emocional en la pareja. En este sentido, la pluma de Austen provee un bálsamo a las duras condiciones de la realidad que retrata y sus personajes suelen encontrar semejantes que les son afines.
Leer la obra de Jane Austen es un ejercicio, no solo de disfrute, sino también de sinceramiento. Nos da la posibilidad de repensar nuestro presente híper moderno y preguntarnos qué tan liberados estamos de las ataduras que rigen tan estrictamente una sociedad que, entre bailes y muselina, nos parece tan lejana. La autora es muy hábil para acercarnos a la interioridad de sus personajes (especialmente de sus heroínas) y mostrarnos, con aparente objetividad, sus ansiedades, sus miedos y sus anhelos. A través de ellos, nos propone descubrir cuáles son nuestros propios deseos y nuestros prejuicios, y nos invita, creo yo, a no ser tan orgullosos como para ignorar lo que tiene para decir.