Parece que, en una de las oportunidades en que Roberto Arlt presentó el manuscrito de su primera novela —en aquel entonces titulada La vida puerca—, un editor se lo rechazó tajantemente y afirmó que jamás llegaría a publicarla. Arlt, enfurecido, manoteó rápidamente su obra, se levantó de la silla y, con una última mirada hosca, exclamó: “¡Bueno, a mi mujer le gustó!”. Aquel hombre de ojos negros, acento extraño, mandíbula cuadrada y hombros enjutos dejó a pasos agigantados la oficina del editor y puso punto final a la reunión, seguramente con un portazo.
La vida quiso que no fuera ese el punto final de su carrera como escritor, sino el comienzo. Su amigo, el escritor Ricardo Güiraldes —autor de Don Segundo Sombra— lo alentó a seguir golpeando puertas de editoriales, además de sugerirle que cambiase el nombre a su ópera prima por otro que no resultara tan chocante. Es así como en 1926 Roberto Arlt apareció en la escena de la literatura argentina con El juguete rabioso, novela publicada por Editorial Latina.
La novela está planteada como una novela de aprendizaje, en el que se sigue el camino de la vida de una persona desde la niñez hasta la adultez. La entrada al mundo de Silvio Astier —protagonista del relato— se produce a sus catorce años, cuando un viejo zapatero andaluz lo inicia en la lectura. Ese maravilloso primer párrafo anuncia la unión indivisible de la literatura, el crimen y la aventura en la Buenos Aires de principio del siglo XX.
El reverso de la fascinación de estos primeros capítulos con su banda de amigos y cómplices de delitos, se produce al cumplir los quince años: “Cierto atardecer mi madre me dijo ‘Silvio, es necesario que trabajes’. Yo que leía un libro junto a la mesa, levanté los ojos, mirándola con rencor. Pensé, trabajar, siempre trabajar”.
A partir del hecho traumático del ingreso a la vida laboral, la humillación comienza a hacerse presente en la vida del pobre Astier, quien comenzará a errar de trabajo en trabajo, sin encontrar un remanso para su alma. A pesar de sus orígenes humildes, desdeña a los personajes marginales, y no puede hacer más que observar a las clases más acomodadas y sentir permanentemente la vergüenza, como si hubiera un límite infranqueable que lo separase de ellas. Es precisamente por esta complejidad que mucho se ha escrito del último capítulo, “Judas Iscariote”, y sólo al leerlo podemos entender plenamente por qué.
Quizá Arlt resulte un tanto inclasificable y merezca su propio lugar en el campo literario de Buenos Aires de los años veinte, sin formar parte de manera completa con ninguna de las vanguardias literarias enfrentadas en ese momento —el grupo de Boedo y el grupo de Florida— y, a la vez, enriqueciéndose de ambas.
Leer a Roberto Arlt es leer tensiones. Principalmente, la de trabajar sobre la palabra (lo que él llama estilo) y la de trabajar con la palabra (como hace desde su labor periodística, por ejemplo, desde la producción de sus Aguasfuertes). El prólogo a su novela Los lanzallamas (1931), condensa con envidiable claridad su arte poética:
[…] El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y “que los eunucos bufen”.
El porvenir es triunfalmente nuestro.
Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la “Underwood”, que golpeamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la cabeza de fatiga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titulará El amor brujo y aparecerá en agosto del año 1932.
Y que el futuro diga.
El valor de la literatura está justamente en sacar las palabras a los golpes de máquina de escribir. No hay tiempo para el estilo, o mejor dicho, ese es el estilo, el de las manos llenas de tinta, el del laburante de la redacción, que escribe un texto y ya piensa en el próximo. El contenido de El juguete rabioso es tan duro como su material —el lenguaje— y el trabajo que se hace sobre él. No podría ser de otra manera.
El fracaso de Astier, el tránsito desencantado por la vida puerca y rabiosa, es el triunfo de Arlt. Su literatura no se quiere escapar de la contienda, sino que se desarrolla en el fango mismo de la pelea. Nos invita permanentemente a aceptar con coraje el desafío y lanzarnos a la aventura de su prosa.