Ya sea que estemos retorciéndonos de impaciencia a la espera de la cuarta temporada de la serie Sherlock (BBC, 2010) —adaptación libre a nuestra época de los relatos de Arthur Conan Doyle— o que esperemos noticias de la tercera entrega de la particular interpretación de Guy Ritchie sobre las aventuras del detective, hay algo de lo que no cabe duda: Sherlock Holmes sigue vigente.
Su popularidad se remonta a la época de su nacimiento. Luego de su primera aparición en la novela Estudio en escarlata (1887), los relatos de sus aventuras comenzaron a ser publicados con regularidad desde 1891 hasta 1927 en The Strand Magazine —una de las más prestigiosas revistas de ficción del Reino Unido— ilustrados por Sidney Paget, cuyos trazos fueron decisivos para delinear al personaje en la imaginación del público lector.
Tenía la mirada aguda y penetrante […]; y su nariz, fina y aguileña, daba al conjunto de sus facciones un aire de viveza y de resolución. También su barbilla delataba al hombre de voluntad, por lo prominente y cuadrada.
Estudio en escarlata, capítulo 2.
Cuesta imaginar que Conan Doyle quisiera ponerle fin a la carrera de su más famosa creación, pero así lo hizo. Su cuento “El problema final” vio la luz en 1893, en el cual el público pudo leer el grave relato del Dr. Watson acerca de cómo Sherlock Holmes había encontrado su muerte en las cataratas de Reichenbach a manos de su más siniestro oponente, el temible Profesor Moriarty.
En tiempos anteriores a Change.org, el descontento de los lectores llegó a oídos del creador por otras vías. Hay quienes dicen que, por aquella época, entristecidos transeúntes llevaron el luto por la muerte del detective. Se rumorea incluso que el mismísimo Conan Doyle fue atacado en la calle por una lectora indignada. Persuadido por la virulencia del afecto a las aventuras de Holmes y el rédito económico que le proporcionaban, el autor rescató a su detective de las furiosas aguas del silencio, haciéndolo volver diez años después, para sorpresa y alivio de Watson y de sus lectores, en su relato “La casa deshabitada” (1903).
¿Cuál es la raíz de nuestra fascinación con el detective? El género policial nace en el siglo XIX, momento de plena industrialización, crecimiento y cambio, en el que el que comienza a gestarse la moderna ciudad europea tal como la conocemos hoy. En este contexto nuevo, complejo y cambiante, el relato policial presenta la posibilidad ficcional de un mundo en el que existe un orden trastocado que un intelecto lo suficientemente potente es capaz de reconstruir a partir de los indicios fragmentados que se le presentan.
La racionalidad y la lógica proveen al detective de la clarividencia a la que solo él accede. Sherlock es un genio solitario que, en pos de una hiperespecialización, se autoexcluye de los conocimientos que considera banales (como la literatura o la conformación del sistema solar) para así sumergirse plenamente en su oficio.
Esta actitud lo hace un ser excepcional. Lo distingue de hombres instruidos como Watson, así como también de sus lectores, quienes siempre vamos dos pasos más atrás que él. Su extravagancia le permite conducir sus investigaciones con relativa libertad y es tolerado por la sociedad a la que sirve en la medida en que es funcional al orden. Intriga pensar que podría no serlo: “Mire, Watson, no me importa confesarle que siempre me ha parecido que yo podría ser un delincuente de gran capacidad y eficacia” dice Holmes, no sin picardía y ciertamente con orgullo, en “La aventura de Charles Augustus Milverton” (1904).
Lo cierto es que, por más desapasionado que Sherlock se describa, la vitalidad rebalsa sus relatos. Su sed de justicia lo impulsa a perseguir el caso hasta las últimas consecuencias. Su talento para el disfraz y su pasión por la persecución—junto con su temeridad y resiliencia—, hacen de Sherlock Holmes una figura compleja: el estatismo del método es momentáneo; los engranajes mentales y físicos se ponen rápidamente en marcha.
No debe sorprendernos, entonces, la longevidad de los relatos en sucesivas ediciones y adaptaciones. Desde las adaptaciones teatrales de William Gillette, las célebres interpretaciones de actores renombrados como Peter Cushing, John Barrymore, Christopher Lee, y la clásica actuación de Jeremy Brett para Granada Television a finales de la década del ochenta, el detective de la calle Baker no deja de reinventarse. Sospecho que le seguiremos el rastro a Sherlock Holmes desde nuestras pantallas y bibliotecas por mucho tiempo.