Una dama llamada Clarice

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Una dama llamada Clarice

Nacida en Ucrania y considerada un referente en la literatura brasileña, Clarice Lispector es una de las autoras femeninas más prominentes de la literatura del siglo XX. Polémica y prolífica, es una escritora cuyo estilo a la vez sencillo y vertiginoso se vislumbra ya desde su primer libro de cuentos, Lazos de familia.

Foto portada

Clarice Lispector (1920–1977) nació en Chechelnik (Ucrania) el 10 de diciembre de 1920. Se la considera una exponente de la literatura brasileña y una de las escritoras más importantes del siglo XX.

A prin­ci­pios de este año –in­cen­ti­va­da por una ami­ga– me pro­pu­se te­ner un plan de lec­tu­ra. En­tre va­rios au­to­res pen­dien­tes apa­re­ció Cla­ri­ce Lis­pec­tor. Deam­bu­lé por va­rias li­bre­rías has­ta que fi­nal­men­te, por re­co­men­da­ción del li­bre­ro –gran guía a la hora de des­cu­brir un au­tor–, me lle­vé La­zos de fa­mi­lia (1972).

Este li­bro está con­for­ma­do por tre­ce re­la­tos en los que se en­tre­mez­clan el amor, la vio­len­cia, la iro­nía y un in­con­fun­di­ble tono me­lan­có­li­co. La es­cri­tu­ra de Lis­pec­tor ge­ne­ra em­pa­tía en el lec­tor y, gra­cias a su es­ti­lo cau­te­lo­so y su­til, lo­gra que quien se aven­tu­re en su na­rra­ción, ex­pe­ri­men­te sen­ti­mien­tos afi­nes a los per­so­na­jes de sus cuen­tos. A tra­vés de la per­cep­ción de sus na­rra­do­res se des­cu­bre un mun­do co­no­ci­do que, a par­tir del tra­ba­jo de la au­to­ra, co­bra nue­vos sen­ti­dos. Bas­ta­rá con su­mer­gir­se en dos de sus re­la­tos a modo de ejem­plo.

Foto 1 alternativa

A gran­des ras­gos, po­dría de­cir­se que los cuen­tos de La­zos de fa­mi­lia gi­ran al­re­de­dor de tres gran­des nú­cleos: el ho­gar, la fa­mi­lia y lo co­ti­diano y, en este úl­ti­mo, es­pe­cial­men­te de la vida co­ti­dia­na fe­me­ni­na. “Pre­cio­su­ra” es uno de los tre­ce re­la­tos que con­for­man el li­bro, cuya pro­ta­go­nis­ta es una ado­les­cen­te de quin­ce años que se con­si­de­ra fea y se sien­te sola. Su úni­ca ac­ti­vi­dad con­sis­te en vol­ver del co­le­gio, lu­gar que no al­ber­ga nin­gún in­te­rés. Si bien no le gus­ta que la mi­ren, rehú­ye es­pe­cial­men­te la mi­ra­da mas­cu­li­na, por­que en­tien­de que su anato­mía fe­me­ni­na se ha trans­for­ma­do en la de una mu­jer. Des­de su pers­pec­ti­va, su feal­dad que tan­to le pesa es a la vez un es­cu­do, ya que la hace in­vi­si­ble a la mi­ra­da de los hom­bres. Dis­cu­rre así su ru­ti­na has­ta que una ma­ña­na, un epi­so­dio de aco­so ca­lle­je­ro rom­pe con su es­que­ma de vida y la deja pa­ra­li­za­da en me­dio de la ca­lle. “Era tan poco lo que po­seía, y ellos lo ha­bían to­ca­do” pien­sa al mi­rar­se al es­pe­jo, lue­go del he­cho. El paso de la ado­les­cen­cia a la adul­tez se vive como un he­cho trau­má­ti­co, ya que nada pue­de sal­var­la del he­cho de que ya no po­see un cuer­po de niña, lo cual sig­ni­fi­ca ser ob­je­to de atrac­ción y víc­ti­ma de esta cla­se de epi­so­dios.

En otro re­la­to de la mis­ma obra, “El bú­fa­lo”, tam­bién está pre­sen­te el tra­ba­jo so­bre los sen­ti­mien­tos más ín­ti­mos de la pro­ta­go­nis­ta, una mu­jer que, so­fo­ca­da en la con­cep­ción de que las mu­je­res de­ben amar sin im­por­tar lo que pase, quie­re apren­der a odiar. Mo­vi­da por esta ne­ce­si­dad, se di­ri­ge al zoo­ló­gi­co para ver a los ani­ma­les en­jau­la­dos y ver si de esa ma­ne­ra pue­de aprehen­der este sen­ti­mien­to. No lo lo­gra has­ta que se en­cuen­tra con la mi­ra­da del bú­fa­lo, que la pa­ra­li­za y la atra­pa. Ella ve en ese bú­fa­lo a ese hom­bre que no la ama y que ella es, en de­fi­ni­ti­va y para su de­tri­men­to, in­ca­paz de abo­rre­cer.

Am­bos re­la­tos tie­nen en co­mún la pa­rá­li­sis como es­ta­dío pre­vio al mo­vi­mien­to y en am­bos se ve la pre­sen­cia de he­chos de­ter­mi­nan­tes –pun­tos de quie­bre– que de ma­ne­ra ra­di­cal y brus­ca cam­bian inevi­ta­ble­men­te el es­ta­do de co­sas.

Foto 2

Clarice Lispector con su hijo, Paulo Valente.

Cla­ri­ce Lis­pec­tor es una de esas au­to­ras que lle­gó a mí por nu­me­ro­sas re­co­men­da­cio­nes. Cada per­so­na que me la men­cio­nó, lo hizo con la mis­ma mue­ca me­lan­có­li­ca, evo­can­do la his­to­ria que ha­bía leí­do o los sen­ti­mien­tos que le ha­bía pro­vo­ca­do. Tuve que leer­la para des­cri­bir mi pro­pia sen­si­bi­li­dad a tra­vés de ella. Le­yén­do­la me di cuen­ta de que pro­ba­ble­men­te ha­bía sen­ti­do lo que ella es­cri­bía y que esos sen­ti­mien­tos, dor­mi­dos en al­gún rin­cón, co­men­za­ban a des­pe­re­zar­se.

De más está de­cir que los in­vi­to a des­cu­brir­la. Ve­rán que es re­ser­va­da y tre­men­da­men­te ín­ti­ma des­de las pri­me­ras pá­gi­nas. Den­le tiem­po. Créan­me que vale la pena co­no­cer a Cla­ri­ce Lis­pec­tor.

Samanta Gamarra
Samanta Gamarra
Estudiante avanzada de la carrera de Letras (UBA), orientación en teoría literaria. Presentó la ponencia "Este es mi diseño: la estética del crimen en la serie Hannibal de Brian Fuller" en el II Coloquio de Humanidades y Ciencias Sociales sobre Culturas y Consumos Freaks (2015).Co-creadora de “KAPOW!”, un taller introductorio sobre la historia del cómic y la novela gráfica, en la plataforma de contenidos de Horno Cerebral.