A principios de este año –incentivada por una amiga– me propuse tener un plan de lectura. Entre varios autores pendientes apareció Clarice Lispector. Deambulé por varias librerías hasta que finalmente, por recomendación del librero –gran guía a la hora de descubrir un autor–, me llevé Lazos de familia (1972).
Este libro está conformado por trece relatos en los que se entremezclan el amor, la violencia, la ironía y un inconfundible tono melancólico. La escritura de Lispector genera empatía en el lector y, gracias a su estilo cauteloso y sutil, logra que quien se aventure en su narración, experimente sentimientos afines a los personajes de sus cuentos. A través de la percepción de sus narradores se descubre un mundo conocido que, a partir del trabajo de la autora, cobra nuevos sentidos. Bastará con sumergirse en dos de sus relatos a modo de ejemplo.
A grandes rasgos, podría decirse que los cuentos de Lazos de familia giran alrededor de tres grandes núcleos: el hogar, la familia y lo cotidiano y, en este último, especialmente de la vida cotidiana femenina. “Preciosura” es uno de los trece relatos que conforman el libro, cuya protagonista es una adolescente de quince años que se considera fea y se siente sola. Su única actividad consiste en volver del colegio, lugar que no alberga ningún interés. Si bien no le gusta que la miren, rehúye especialmente la mirada masculina, porque entiende que su anatomía femenina se ha transformado en la de una mujer. Desde su perspectiva, su fealdad que tanto le pesa es a la vez un escudo, ya que la hace invisible a la mirada de los hombres. Discurre así su rutina hasta que una mañana, un episodio de acoso callejero rompe con su esquema de vida y la deja paralizada en medio de la calle. “Era tan poco lo que poseía, y ellos lo habían tocado” piensa al mirarse al espejo, luego del hecho. El paso de la adolescencia a la adultez se vive como un hecho traumático, ya que nada puede salvarla del hecho de que ya no posee un cuerpo de niña, lo cual significa ser objeto de atracción y víctima de esta clase de episodios.
En otro relato de la misma obra, “El búfalo”, también está presente el trabajo sobre los sentimientos más íntimos de la protagonista, una mujer que, sofocada en la concepción de que las mujeres deben amar sin importar lo que pase, quiere aprender a odiar. Movida por esta necesidad, se dirige al zoológico para ver a los animales enjaulados y ver si de esa manera puede aprehender este sentimiento. No lo logra hasta que se encuentra con la mirada del búfalo, que la paraliza y la atrapa. Ella ve en ese búfalo a ese hombre que no la ama y que ella es, en definitiva y para su detrimento, incapaz de aborrecer.
Ambos relatos tienen en común la parálisis como estadío previo al movimiento y en ambos se ve la presencia de hechos determinantes –puntos de quiebre– que de manera radical y brusca cambian inevitablemente el estado de cosas.
Clarice Lispector es una de esas autoras que llegó a mí por numerosas recomendaciones. Cada persona que me la mencionó, lo hizo con la misma mueca melancólica, evocando la historia que había leído o los sentimientos que le había provocado. Tuve que leerla para describir mi propia sensibilidad a través de ella. Leyéndola me di cuenta de que probablemente había sentido lo que ella escribía y que esos sentimientos, dormidos en algún rincón, comenzaban a desperezarse.
De más está decir que los invito a descubrirla. Verán que es reservada y tremendamente íntima desde las primeras páginas. Denle tiempo. Créanme que vale la pena conocer a Clarice Lispector.