“Nicolás Artusi y Eugenia Zicavo revuelven entre miles de páginas para contarte qué no podés dejar de leer: el club de lectura que siempre quisiste escuchar.” Así reza la descripción del primer episodio de Señaladores, ciclo que ya lleva trece emisiones: doce libros compartidos y comentados desde un rincón de Internet a toda la comunidad lectora que se quiera acercar a través de diferentes dispositivos.
El sábado tuvimos la oportunidad de vivirlo desde otro lugar. La propuesta esta vez fue una cita de lectores en Café Cortázar, donde Zicavo y Artusi realizaron una edición offline –es decir, en persona– de su programa.
No había tenido oportunidad de visitar el café hasta ese momento. Cuando lo vi por primera vez, en la esquina de Cabrera y Medrano, me pareció extremadamente oportuno el que esté ubicado en un punto de intersección, de encuentro, algo terriblemente cortazariano (basta recordar, sin más, el primer capítulo de su novela Rayuela y los encuentros casuales entre la Maga y Oliveira, aquellos que resultan ser los menos casuales de todos).
Los que nos agolpamos a las cuatro de la tarde del sábado a las puertas del café perseguíamos también un encuentro. Una vez adentro, en un camino de la tierra al cielo –escalera mediante– nos ubicamos en las mesas del primer piso, dispuestas para nosotros. Si bien –como apuntó Artusi más tarde, con cierto desconsuelo– no tuvimos una temperatura invernal que junto con libros y una infusión caliente es una de las formas de felicidad, nos encontramos rápidamente a gusto. Eugenia y Nicolás aparecieron con sus libros y la transmisión no tardó en comenzar.
El tema de la tarde fue un “duelo de clásicos”, en el que cada uno había elegido cinco libros cuya elección debía ser justificada en cinco minutos, no necesariamente desde un punto de vista literario, sino teniendo en cuenta las resonancias que esa lectura había tenido en nuestras vidas.
Así fue que nos embarcamos en un viaje literario de dos horas a través del tiempo y del espacio: viajaron en el mismo barco Homero y Raymond Carver. Se encontraron, entre velos y seducciones, la Justine del Marqués de Sade con la Justine de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell y Lolita de Vladimir Nabokov. La condición de la protagonista de La campana de cristal de Sylvia Plath –la presencia femenina en esta selección de autores– entró en consonancia con la melancolía de Hamlet y el sentimiento de desasosiego de Ismael en el Moby Dick de Herman Melville.
Mientras tomaba el café con crema que me había pedido, no pude evitar pensar lo interesante de lo que se estaba viviendo en aquel pequeño cielo de Café Cortázar. Esta socialización de la experiencia lectora implica la apertura de la lectura particular a nuevos sentidos. No digo simplemente que cuando escuchamos un podcast como Señaladores ponemos en juego un nuevo sentido (el del oído), sino que también nos abrimos a muchos otros sentidos que surgen de la revalorización de la propia experiencia con el texto frente a tantas otras que se expresan en la comunidad conformada a través las redes sociales. Sea que lo escuchemos antes o después de leer la obra, el podcast puede comenzar a formar parte del mismo acto de lectura, tanto como sentarnos en un sillón y abrir el libro de nuestra elección.
Es evidente la necesidad que tenemos, incluso en esta época donde estamos permanentemente conectados, de relacionarnos efectiva y afectivamente entre nosotros. Me sorprende –muy positivamente– que lo hagamos a partir de una actividad, en un principio, solitaria. Si bien el goce y la angustia son experiencias individuales, esa tarde en Señaladores offline me recordó que de vez en cuando necesitamos –cortazarianamente hablando– tender puentes y hacer una puesta en común con otros.
Cuando terminó el encuentro me di cuenta de que, en realidad para mí, todo estaba empezando.
Los episodios de Señaladores se pueden escuchar aquí: http://posta.fm/senaladores